PÁGINA
DE MI DIARIO
Inunda la luz el lento movimiento
de la marina voluntad. Perenne
ida hacia lo eterno, continuo regreso
a la cotidiana estancia de la pesada
pesadumbre, del bullicio mañanero,
cuando,
abiertas puertas y ventanas, se oculta
lo oscuro de la noche, nacen flores
viejas
en búcaros nuevos llegados del
mercado.
Luego, se hace la penumbra, la rosa
rociada,
única que abre su herida por la que
muere
a poco tan llena de alegría, de
ser contenta,
de perfumar esclava. Canta el
pajarillo
en su jaula prisionero. Los ruidos
infantiles
en la escuela. La paz se incluye en la
mirada
azul que se cierne sobre el cofre y la
colada,
sobre el mar salobre y su arribada al
cantil
del día que crece y aumenta claridad
sonora
y silencio luminoso en los límites del
habitáculo
de la costumbre de estar en soledad
momentos
sobrios sobre el descanso sosegado del
ángelus
sembrado de destellos. Cuánta historia
pasajera en la memoria, qué de claros
devaneos
mientras transcurre la historia de las
décadas
vividas en contacto con la velada
sombra
en la que arde la personal historia y
triste,
en pebetero que cimbrea la llama
y el hálito y la lumbre y la pluma
que aletea sobre la estancia pobre
de lujos temporales, abundosa
en palabras de escondido esoterismo,
mientras los signos señalan estado
intenso, arrobado en la mismidad
creyente en la dulzura del sosiego,
sagrado eslabón de lo inmutable.
Es el huerto así labrado, cárcel de
amor,
sueño desvelado, silencio puro, árbol
de sombra, nube estable, canción
sencilla.
José Luis Molina
Calabardina, 6 agosto 2013