De un amarillo rojizo resuelto en humo,
la peligrosa llamarada caldea, luminosa,
el crepúsculo soñoliento. Parece perdido
en el valiente salto. Pronto surge, severo
y dúctil, más acá de la levedad, incólume.
Un volcán de grisáceos estertores lúcidos
acompaña el alboroto de los ecuestres.
Si sufren, ningún prodigio de sus belfos
nace. No deja de ser una manifestación
impotente. ¿Qué agua blanca apaga el fuego.
¿A quién persiguen llamas fantasmas?
Cuando la noche acampe, sólo el silencio
pondrá música natural en el orden del caos.
José Luis Molina
Calabardina, 20 de febrero de 2014
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