SI ECO HUBIESE SIDO SÁFICA...
Narciso, junto a la fuente, al asomar
su efigie, vio en el agua el rostro
hermoso de su amada. Quiso besar
sus labios de Oréade rosa y cayó
sobre la corriente nemorosa.
su efigie, vio en el agua el rostro
hermoso de su amada. Quiso besar
sus labios de Oréade rosa y cayó
sobre la corriente nemorosa.
Murió de amor al mal amante.
Murió de belleza el ilustre desamorado.
Mírate, hombre de jade,
en el silencio rumoroso de la tarde,
y
escucha a Eco repetir palabrasde amor enamorado, amor enamorado.
Narciso es una fuente de agua salida
de los sus ojos tan fuertemente llorando.
Eco es un laurel oloroso perseguida
por los dioses y los hombres lascivos,
hasta que apareció por la orilla de la Cala.
En el rincón de la calle Tranquila
escribía sus viejas historias de amor
que, a veces, cantaba si estaba a mano
la lira de Orfeo, otro difunto ilustre
que no supo vencer el ansia de mirar
las bocas del infierno que le seguían.
Eurídice quedó cerca del susurro amoroso
de la música órfica. La Sibila adujo
su experiencia: "Al final, todo es desilusión
por los días vividos y el amor una pompa
de jabón". De los árboles colgaban
los lamentos de Eco, el espejo de Narciso,
la partitura de Orfeo, el eterno silencio de Eurídice.
Tinta violeta es con la que escribe Narciso.
Si Eco hubiese sido sáfica, en su estrofa
estaría ella misma y la dulce Eurídice,
que aún permanece en el lugar inferior
que aparece cuando se atraviesa la Estigia
en griega nao conducida por Caronte.
Cuentan que el barquero llora mientras
pasa el otro lado de la vida portando,
en su fúnebre barca ornada de tules y
negros velos, bellezas insondables que
hubieran hecho (in)felices a esos dioses
con barbas de chivo que babeaban,
seminales, ante unas caderas de ánfora.
Mas no todo fue como fue y esto es así
porque así he resultado en esta primera
hora de la mañana de hoy, bajo la sombra
del ficus verde oscuro donde reflejo
mi memoria en estos pocos versos
tras los que escondo cuanto he dejado
de vivir, porque de la vida se aprende
una vez que ya no hace falta. Mas Eco,
desfalleciente de amor, no deja de ser
un recuerdo salobre que pone una azul
sonrisa en el momento justo en el que
concluye este poema no sé si edípico,
sí estéticamente bello,
por las diosas (mujeres) habi(li)tadas.
ECO Y NARCISO |
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