Sobre la baranda
que, desde cada orilla
del puente,
acerca un tramo de la vida
(diaria) a otro
lugar de árboles puntiagudos
sobresaliendo
sobre los tejados secos,
sin lluvia
copiosa de invierno, observo
insectos
sombríos y agostadas rosas
sin beso de hada.
Escribo ahora mismo
la plaga del
árbol de hojas antes verdosas,
de piel moteada
en el tiempo de mi agreste
mirada, sin
talar, sin reconducir su tendencia
a sobrepasar el
mediano muro límite del cauce
de esa rambla.
Nunca verá la pobre pasar regato
alguno plateado
o lleno de tarquín. Esta es
tierra condenada
a la palmera, al algarrobo,
a la cibara, a
las adelfas. Es un sequeral,
como hembra sin
fruto de su vientre.
Son hermosas,
pero estériles, aunque sea
mucho el amor
que se les acerca. Pero ves
los matujos
secos, el caudal vacío, los verdes
sin brillo y,
sin querer, aparece un recuerdo
para que los
ángeles de la sequía, en tiempo
próximo, en este
otoño tan cercano
desde el final
de este agosto sin gracia,
hagan fluir la
alegría del agua con la ilusión
de un cadeo de
cintura de mujer grata.
Los ruidos
infestan el aire, la brisa muere
de abundancia de
sol, el placer (in)alcanzado
hiere el
silencio refugiado, como yo,
en el rincón
salobre de la Calle Tranquila.
José Luis Molina Martínez
Águilas, 14 agosto 2012
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