MISTERIO
Y SILENCIO EN LA PIEDRA
Desconsiderados podríamos llamarlos
por la
omisión vegetal en las hornacinas
labradas
en el estupor, en el tímido llanto de
la escasez
de atributos artesanos. ¿Acaso no se
consideran
agrestes soñadores, vagabundos que
hollan
la Castilla, en medidos pasos
calculados,
atareados portadores de cartabón y
secreto.
“Apenas
importa, padre, a mi doncellez, las
querellas
con obreros transhumantes, ligados
por lóbregas cadenas a un destino largo de
piedra.
Qué interesa a mi voluntad de serme
yo,
este candado que arrincona mi escasa,
libertad,
en esta envoltura airosa que mantiene
en
claustro mi tibia comezón despiadada en
el
lugar, para mí, del desencanto y la sinrazón
impuesta,
sin contar conmigo para este reposo.
Visceral
forma de perderse en laberinto, húmeda,
en
tanto los aullidos carnales ascienden
hasta
el ahogo gesticulante del párpado
como
girolas breves tendidas a la majestad del cantero,
amor
que te sueño desde la esquirla del mármol
que
adornas con tus golpes sombríos y recios de
hombre
a quien tocar. Niégueseme el aire, hasta
que
aparezca, en soledad manifiesta, por el quebrado
alero
de la eterna umbría que es permanecer
ardiente,
al frío de la ventana, siendo miedo y
muerte
cada sonido pacífico de la relojería que
acompasa
todo suspiro de amor siempre ansiado”.
Desconsiderados es poco: olvidar
aquella
enseña, el deseo tantas veces
interiorizado
de poner semblante de donosura al
hábitat
ingente que, desde la penumbra de la fosca
nubería, se adentra hasta la silente
limpidez
de lo constantemente inventado.
Marcharán,
artesanos doloridos por el pesaroso
cadeo del golpe
a labrar en la frente sincera de los
desacatos,
en la siniestra humedad de la impuesta
ilustración
vegetal, mientras sedientos seductores
alongan, en
pétrea solicitud, su escaso poder de
administrar sus
propias vidas marcadas entre el compás
y la roca.
“Ya
es silencio cayendo en lentitud
de
herida como el duro contorno de
la
piedra, urbano destino y frío contraste
en
la escasez de la compañía. Fuéronse
los
golpes que anundaron mi corazón
al
rostro, este a la llama, mi cuerpo
a
la galanura del cantero enamorado.
Nunca
más será la espera, el atisbo,
el
modo astuto de poder enmarcar el
óvalo
del rostro entre los marcos
férreos
de la clausura nunca deseada,
siempre
maldita. Como mi íntimo penar
de
doncella que sólo sabe su propio
desiderio,
ausente de sí el generoso
goce
que todo abrasa, y yo negada”.
José Luis Molina
Calabardina, 24 julio 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario