sábado, 25 de marzo de 2017

PARA PABLO, AL CUMPLIR DIECISÉIS AÑOS


Íbamos a hacer mi nieto y yo la ruta del vino al cumplir la edad en la que se permite un chato a los adolescentes que hacen su iniciación en la vida. Quizá tuviera yo más interés que él, porque ha pasado 2016 y ya llevamos un tercio del 2017 y nada. Hoy he visto el poema que escribí por si en un caso. Y, como no hubo caso, pues lo inmortalizo en el blog y así no se pierde.


Pablo no apaerce y Carlos se tapa la cara

Ahora, en este aniversario,
en este alboroto tan alegre
de voces infantiles unas,
juveniles las menos
–la de Pablo sí, el mayor,
de pensamientos aún breves–,
que cumplen años, gozosos,
mientras huyo del ruido para ser silencio,
reflexiono por ellos mientras el café
permanece intacto en la aventura de la tarde,
nada mejor que la periferia.

Ya soy edad y tiempos aquellos,
y, en consecuencia,
alguno de estos celebrantes de hoy
heredará mi letra y mi palabra
que, en su voz, será la misma y otra nueva,
azules ojos y párpados morados
cuyo sueño se convierte en secreto
a todas luces impecable,
limpio, sosegado, propio,
en el que gozarán mi ausente presencia
–todo cuanto quede en su memoria–,
la que les aventuré
cuando acompañados fueron,
al inicio de su adolescencia acorralada,
como pájaro en la troje sin ventanas,
como silencio sobre los mirlos:
se acaba tu niñez como la lluvia sobre el tejado.

Ahora te acompaño.
Cuando preguntaron –si lo hicieron–
mis hijos de padre severo,
seguramente,
a nadie respondí como ellos querían:
aún pesaba en mi espalda
mi niñez con tantas inquisitorias
caídas a lo profundo de la nada,
sin certeza de mí,
sin nadie a quien llamar,
no como tú, gozoso hijo,
aún corzo sobre la hierba nevada.

Y ahora escribo para que tú, Pablo,
te veas avanzando hacia la ruta del vino
pisado hasta el brindis festivo,
y observes
si sus labios silabean los tibios recuerdos
de lo que antes pasó entre todos
–ya llegó el tiempo a su soledad–
los que ahora te acompañan,
si inventamos un mundo nuestro,
porque lo de antes venía impuesto
casi de mala manera.

He guardado la vela obsequiada que llegó
cuando apareciste por la esquina
de esta casa alumbrada por las luces
que lleváis en el corazón de gacela.
Entonces mi mirada no parecía borrosa.
Posiblemente no entendía mis propias grietas
y arrastraba los pies para evitar
la nada habida en mis pasos vacíos
–nunca se sabe si se vive el día de después–
y beber la brisa que hería en la soledad ganada,
paisaje que luce luz entre el llanto
de la verdad sin alma que dejar
a la entrada del paraíso.

A cada casa de las vuestras
haré un lugar en el reino de mi madre,
que allí iré aunque sea de temporada.
Digo reino porque ella llegó antes
y espera la visita de sus hijos
y que les llevemos los nietos
para ver lo hermosos que están:
las niñas son como rosas en el búcaro.
Era para mí madre de rostro hermoso
y cuerpo azul
como si fuese ángel de fresca sombra.
Porque todo es mortalidad, acabó
cuando el auriga pasó
sin poder soportar la despedida:
aunque eso no se lo quise decir.
Por eso, desde mi corazón cansado,
nieto Pablo, ama a los tuyos
para que siempre los tengas junto a ti.

Digo estas cosas que son las que la vida enseña.
Algo tenéis que aprender por vosotros mismos.
Si no, ¿para qué vais a servir?

No todos, Pablo, han la suerte de tener,
para su intimidad,
un poema
en día como hoy,
cuando se entra en la adolescencia
como quien inicia un camino
sin saber a ciencia cierta
dónde desemboca el río que será de su vida.

Pero, mientras eso llega,
aprende a vivir feliz
cuanto te llegue como extraña travesura
que hoy ha sido recibida con vino:
yo también acompañé a mi padre,
alguna que otra vez,
a esos menesteres tan melancólicos,
tan emotivos,
que aún hoy me emocionan.
Contento estoy de que andes cercano
en día tan venturoso.

José Luis Molina

14 abril 2016