jueves, 20 de diciembre de 2012

LA NAVIDAD TAMBIÉN ES (IN)FELIZ EN LA COLA DE LA CALA

Nacimiento con Lorca al fondo
(c) José A. Ruiz Martínez (IZMA)

Barrujo las hojas coloreadas del otoño, el invierno, según el paso natural de los días, aparecía frío, con las manos en los bolsillos. Bajo el abeto florecía el armiño leve y el cielo navideño ponía panderos y zampoñas, postizas y platillos, que, además,hacían un ruido infernal. Mientras, los villancicos sonaban en las esquinas redondeadas de las fuentes congeladas con sus cisnes impávidos. Padre ya había salido por el largo camino de los cipreses. Madre dormitaba a la orilla del fuego en el que bailaban las castañas.
- Pues dile que entre, se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad. Sí, sí, se lo dices al Niño ese que está en la puerta y no llega a la aldaba. Que pase, que pase, que traiga la paz, -decía.
La historia ponía en los ojos lágrimas furtivas. A la mañana, el Niño se despidió y aún no ha regresado. Años más tarde, madre tomó el mismo camino que padre anduviera muchos años antes. Ahora sonaban trinos de pájaros dormidos en las ramas fúnebres. Pero, ya, cada mochuelo en su olivo. Quebró aquella armonía y ahora pienso en los que viajaron para estar con sus padres o con sus hijos. Ahora pienso en los hermanos solitarios y en los hijos y sus (des)dichas. Es Nochebuena y una semana más tarde vendrá otro año nuevo para sufrir otro año nuevo, encima de los que llevamos de tal guisa, todo por la codicia de unos cuantos. Sólo nos queda la nostalgia. Cuando pasen estos días seguiré amando todo en esta puta vida. Hasta que también nos quiten estos hermosos días (in)felices. Ahora, la Navidad se celebra en los grandes comercios pero se vive en los recintos del dolor amable. No lo sabrán nunca pero con ellos, con los que sufren, estaré cuando se descorche el vino espumoso de rigor. Y con los poetas del mundo -¡¡¡uníos!!!- sáficos y epicúreos, barrocos y rococós, formalistas y de los otros, tampoco se podrá hacer cielo esta tierra ahora mismo llena de gente que quiere escapar por alguna de las cuatro esquinas del misterio. Cuando el vino de nochebuena sea tristeza alegre, mis ojos estarán pendientes de los tuyos -de los vuestros- para que no te quedes solo, como cuando los mayores se iban a misa de gallo y los niños quedaban -quedábamos- en la cama, con los ojos horrorosamente abiertos, llenos de miedo por si el Tío Saín (el Sacamantecas) entraba por la ventana. Menos mal que brincan y bailan los peces en el río y a esta puerta hemos llegado cuatrocientos en cuadrilla. Gracias. NIÑO, por todo. Hasta por estos días oscuramente (in)felices.

Feliz Navidad y Mejor Año Nuevo
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 20 diciembre 2012

martes, 18 de diciembre de 2012

PUESTA DE SOL

Atardecer en Calabardina (Fotografía: José Luis Molina)
Brinda el mar baño de plata brillante
hasta que languidezca el sol doliente,
ahora que traspasa las lomas. Miente
el aura violeta nube radiante

porque mira en espejo alucinante
su bella faz y se encandila. Siente
el fulgor del destello reluciente
y aparta su reflejo fulgurante.

Se aleja ya la tarde caprichosa
del agua de la Cala formidable
porque sigue su camino ajustado

al horario del auriga. Dichosa
la fusta que azuza inimaginable
carroza de gris color y morado.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 18 diciembre 2012

domingo, 16 de diciembre de 2012

EL TIEMPO, CUANDO ACABA CON NOSOTROS, HUYE


Al filo del silencio solitario,
mientras las agujas del reloj siguen
su curso acelerado, como siempre,
el tiempo suena a regalo redondo.

Viviremos la vida agradecidos
pues somos seres con eternos sueños.
Viviremos el día y la honda noche:
humanos somos y fabriles duros.

Hoy besamos la flor idealizada.
Ayer, los dulces ojos que miraron
la dorada gracia de nuestro rostro

fueron amor de albo día. Mañana
no sabemos si acabará la arena:
todo concluye al flujo de las horas.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 16 diciembre 2012


martes, 11 de diciembre de 2012

LAS ARREFORIAS (Ἀρρηφόρια) O EL MISTERIO

Atenea
El cerco de la calma sobre el abedul,
como una rumorosa fuente de verdoso aceite
sobre el cuerpo velado y virgen de las arreforias
en huida brusca de la serpiente con la que yacían.
Era la entrada sonriente en el jardín de Venus
para que la noche buscase hoguera incandescente.
Sólo era la plegaria un despacioso vaivén
dorado sobre los secretos del agua.
El asombro era una verde mirada sobre el ombligo
hermoso de la vestal que dictaba la ceremonia
iniciática. Hora seminal y de gemido nuevo
cercano a la locura del misterio, era un sueño
desierto, un adulzado suspiro sobre el brocal
del deseo eterno, herida sin sangre, fanal sin luz,
párpado cerrado hasta que las palomas,
arreboladas,
suspiraban, ahítas.
Mientras, los pechos,
en el aprendizaje florido,
pétalos turbados.
Un torbellino sobre la sien
estallaba en brillos encerrados en los ojos
prendidos no de lo que pasaba demasiado
deprisa,
sino de lo que sentía el huerto claustrado.
Roto el abrazo del rito, la piedra tapiaba
el círculo sagrado. Sobre el jadeo, las tibias
cabezas eran coronadas de pámpanos y rosas.

Posiblemente así fuese la fiesta escondida.
Mientras, el poeta sigue traduciendo el viejo
palimpsesto hallado en región más remota
que la Tebaida.
Aquí todo era
silencio,
retiro,
apartamiento,
soledad,
tierra horadada,
doctrina sentenciosa,
trabajo rústico,
oración sublime,
misterio de intimidad.

Ninfa con gasa verde
(Sophie Gengembre Anderson, 1823-1903)

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 10 diciembre 2012

sábado, 8 de diciembre de 2012

LA MÚSICA DEL ÍNCUBO PAN





Esa canción iniciada a lo lejos
un camino atraviesa pedregoso,
aligera su paso perezoso,
se afana en alcanzar los altos cejos.

Allí resuenan los sonoros dejos
de la siringa de Pan, dios celoso
de las náyades hermosas, jugoso
fruto tierno, dulces claros espejos.

Daimon tal vez por sus patas de chivo,
esa canción engaña con sus sones
modulados con capricho. Parece

sonido afable y mal taimado ofrece.
Oculta el daño con risueños dones.
Se oye el concierto con placer furtivo.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 8 diciembre 2012

miércoles, 5 de diciembre de 2012

NO PUEDEN SALIR IMPUNES


Arboleda (Fotografía: J. L. M.)
La falsa pulcritud de la malicia
atrae, como el color de las flores,
a quienes, sucios insectos menores,
el dulce néctar roban. Avaricia

demuestran, espolian con estulticia
supina, como si fuesen valores
a mancillar con violencia. ¡Llores
para siempre tus goces sin delicia!

Aunque huyan de la noche que precede
al anuncio siniestro de su muerte,
ni Tomis será lugar escondido.

Allí, cierta, la Parca te antecede
y espera paciente tu siniestra suerte.
Se cobra y paga allí lo delinquido.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 5 diciembre 2012.



miércoles, 28 de noviembre de 2012

AMO TODO DE ESTA PUTA VIDA

Atardecer en Calabardina, contemplado desde
La Calle Tranquila.
Todo atardecer es una imagen de lo que se acaba
y anuncio de la muerte

(Fotografía: José Luis Molina)

Sobre el sendero de los días, duro,
el caminante, cuyo viajar lento
se vuelve, contrariado por el viento
recio, parece darse contra un muro.

Atisba el horizonte, gesto puro,
por saber cuánto le separa, atento,
del final del trayecto, movimiento
moral que le acerca dolor seguro.

Miseria acumulada es, llanto, daño,
esta vida que parece insufrible,
venganza, odio, codicia, guerra, apaño.

Mas, si observas cuadro, mar, libro, viento,
estrella, no parece tan horrible.
Si digo que amo esta vida, no miento.

Calabardina, 28 noviembre 2012
José Luis Molina Martínez

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LA LLUVIA AL MARGEN DE LA NOCHE


De manera suave rompió en agua la mañana
de un tono gris plomizo que se apretaba contra
los tejados de verdín algunos por el uso
a la intemperie cruda. Tanto viento, después, traía
la lluvia hasta el balcón de macetas rotas
por el daño que arreció a la madrugada:
los cristales eran débil parapeto ante el ruido
de la zozobra. Ahora parece todo más tranquilo:
el agua no cesa de irradiar gotas incoloras,
el vientecillo acerca la potestad de la furia,
la palmera  se balancea, airosa, soliviantada
por el huracán ya pasado en horas de sueño.
Empapados, los edificios gotean llanto ábrego:
el agua procede del norte y eso hace apretar
el viento contra todo, mientras el mar apenas
se mece en su propio vaivén, encalmado de modo
inexpresivo. Su gris es tan sucio como el del cielo
sin gavinas, aves todas escondidas en la soledad
de la roca de Cope, en refugios ideados para
vadear las corrientes del viento que dificulta
el vuelo desasosegado. Hoy es diferente
el día trazado desde las montañas de enfrente
cuyas cimas ocultan las nubes que descargan
la lluvia que anega la calle tranquila. Es un día
para quedar en la melancolía de la casa,
la lluvia en los cristales, mirando lo que se mira
cuando la mirada se pierde más allá del canto
de la gaviota que llega, desvaído, desde la cumbre
hasta el silencio roto por el golpeteo del agua
en el balcón que habrá que limpiar mañana.
Si amor viniera entre tanta grisalla, sería visita
que encendería el fuego de los cuerpos mientras
lo de afuera, lluvia, viento, gris momento y cadeo
de la palmera alocada sería sólo pura melancolía.



Calabardina, 12 noviembre 
José Luis Molina Martínez

viernes, 16 de noviembre de 2012

APAGAR AÑOS COMO SI DE UNA VELA SE TRATASE

(c) Ilustración de Rafael Munoa Roiz (1930-2012) en
Celdas para aparcar azucenas azules de Alfonsa de la Torre,
Madrid, 1974
La gratitud del silencio es como llama
en pebetero anunciador del sosiego
ritual sobre el humo de los misterios
humanos: vivir y morir para apagar
con soplido sigiloso el maná de los días.
Se hace jardín novicio, fervor adolescente
mientras el júbilo se asienta en el pretérito
de los años esbeltos,
de la tiránica ventana abierta a lo nuevo,
cuando el mar se hacía color celeste
y siempre, cerca del horizonte,
se divisaba una vela, una barquichuela
pobre de pescado, un enjambre de vuelos
de gavinas que surgían del aliento boreal,
viento menos bueno que el lebeche,
a él acostumbrados. Vegetales solemnes
como espigadas oraciones que ascienden
en volutas figurativas al candor
de la mañana creciente. El sol es ya dueño
de las horas y los cuerpos se sumergen 
en la potestad marina del ámbito veraniego.
La sombra emerge del ficus, que la palmera
sólo menea sus melenas entre los destellos
de los brotes tristes, parecidos al fondo
negro de la laguna, sin nenúfares
ni arándanos oscuros. Iremos al cielo
de las flores escasas para arrastrar
las nubes hasta los álamos sombríos,
los eucaliptos de las orillas agostadas
de los caminos que por los ramblizos
aparecen
como sorpresa verdosa de los milagros
fecundos.
Hoy el sol parece menos cálido envuelto
en la grisura tosca generada por la falta
de ángeles sonoros porque quedaron
en las fachadas
de los oratorios,
de las colegiatas simbólicas,
de la emoción de los deseos sin alborozo.
El cielo de los pájaros calcinados
se vuelve vuelo de colorines entre los matujos
a cuyo pie festeja el regato la ausencia de redes.
Vuelve la mesura al himno del mediodía
y las novicias tras las celosías miran
las calles olvidadas por el ciprés de la clausura.
Así el sol no se instala en las celdas albas
como azucena olisqueada por la gacela sedienta.
Bajo los aleros donde hubo nidos de vencejos
me oculto con pasos silenciosos al tiempo
que desgrano pensamientos como si fueran
pétalos sagrados hasta la lentitud
de los sortilegios profundos,
los rituales incensados.
La puerta en su quicio, inicio,
en su umbral,
la fortuna del apartado y umbroso silencio
de los habitáculos buscados.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 2 agosto 2012.

He localizado este poema sin publicar en un bloc reencontrado en la noche pasada.
Para que no se pierda, lo recupero y lo dejo en esta Cola de la Cala.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA LLUVIA ARRULLÓ VIEJAS SENSACIONES...

Mi madre, hacia 1925

Desde que el ángel del licor oscuro
te condujo a tu habitáculo, he vivido
sobre tu ausencia. En todos los negros
desasosiegos que se duermen en una noche 
de insomnios repetidos, he tenido para ti
un silencio cariñoso. Desde entonces,
encima de la colcha que aburguesa
la cama como adorno según la cíclica
temporada, cuando se recobra el otoño
de las lluvias oscuras, extiendo aquella
pequeña manta delgada, fina, de algodón,
que, amorosa, tejiste para mí. Era algo
más que un niño y aún recuerdo cómo
la tendías sobre mi frágil cuerpecillo
con tu dulzura de trigo. Me hacía, torpe,
el dormido y tú lo sabías en silencio.
Por eso,
golpeabas suavemente mis espaldas
tan débiles aún y me dabas así tu calor
de madre, amiga mía que fuiste después.
Fingía despertarme y te besaba...
No he vuelto nunca a sentir tanta ternura.
Nadie me pregunta ahora qué hace
sobre mi lecho
esta casi raída tela descolorida. Forma
parte de mi desvelo, de mi desafortunada
manera de sucumbir a la nostalgia. Son
los recuerdos espasmos líricos que asaltan
los templos serenos donde se refugian
los daños conferidos por las ausencias
dolorosas o por las atormentadoras
presencias. Me hubiese gustado que fueses
eterna. Ahora estaría hablando contigo,
en el balcón que da a la calle tranquila,
de cuantas cosas dejamos para después
y no tuvimos tiempo de hilvanar todas
las palabras sabidas y gustadas como si
aquel tu tono, tu modo de paladear
los ecos de las voces significara el tanto
amor del encuentro, ya sabíamos qué
nos íbamos a contar, mientras el zumbido
de la máquina de coser era pura letanía
monjil al amparo de la pobre estancia.
Te oculté, todo lo que pude, los daños
con que me obsequió la vida, aunque
conocías por el color de mis ojos cuándo
la tristeza era como una bufanda que
rodeaba mi alma de hombre dolorido.
De eso, felizmente, no hablamos nunca.
Hoy, madre, ha llovido una soledad
de agua caladera y, como regato, bajaba 
tranquila calle abajo, en busca de la playa.
Llevamos así una breve nube de días sin sol.
He bajado la temperatura. No, no hace frío.
Si te acuestas,
mientras tus párpados cerrados impidan
la entrada de los misterios de la vida
salobre, velaré tu sueño y cantaré los cantos
que me musitabas cuando niño dulce y no
sabía lo que era una jota lorquina.
Sólo sabía soñar con cosas que me daban
miedo y no sabía contar qué fantasmas
oscurecían mis sueños. Eso haría si vivieras.
Porque ya estarías mayor y parecerías
una muñeca menuda, envuelta en una toca
para evitar el longevo frío de noviembre.
Pero no es así y sólo puedo pasar mi mano
por aquella manta delgada y amorosa
que tejiste para mí. Es mi manera grata
de ocultar el vacío huérfano que me quedó
desde que el ángel del licor oscuro
pasó al inicio de la mañana de mayo
para llevarte a ti al lugar reservado
que te correspondía. A mí me dejó
en la indigencia. Aún te echo en falta.

Mi madre, pocos años más tarde

José Luis Molina Martínez
13 noviembre 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

ÍNTIMA LLUVIA DE ENTONCES...

Calabardina desde Cabo Cope (Fotografía: Carmelo Jesús Molina Jiménez)

                                                 ... Y una leve llovizna entre mis labios.
                                                                               Julia de Burgos

Sobre el cristal de la fuente serena
que marchita mis sueños del otoño
sin cielo con sabor a leña quemada,
una lluvia de vuelo de aves mojadas
deslumbra el repique de las gotas
suaves. Es esa música de asfalto
cuanto aliento ahora, cuando la calle
reúne el caudal del silencio lúcido
huido a los tejados calados. Allí
tiene el agua su cuna verde y reposa
en la tristeza de los terrados sin sol
y sin la gracia de los nidos de los
pájaros de la primavera florida.

Para entonces apenas podré saludar
los azufaifos ni los jazmines de hiriente
perfume que los rodean, en el claustro
de Eralucana, porque mis pasos ya no
acercarán las distancias. No parezco
diestro en el arrullo de las manos y,
a veces, el dolor inflama los dedos
sin sufrir la tormenta. Pero la lluvia
es como el llanto que no surte del 
corazón del ave del paraíso habitante
en mis ojos, cárceles si los párpados
se pierden en el cansancio de cuanto, 
aunque espere aún, no ha llegado.
Tal vez lo pedí con dulce gesto de amor
apasionado y sus latidos eran
melodías sin sonidos,
ángeles sin voz,
garlopa sin suspiros.
Es así ahora esta indigencia que
enriquece la oscura soledad
de la tarde de este otoño de lluvia
que cae
sobre el cristal de la fuente serena.

Nubes de lluvia sobre Calabardina
(Fotografía: Carmelo Jesús Molina Jiménez)
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 12 noviembre 2012

domingo, 11 de noviembre de 2012

NOSTALGIAS APARENTES

La lluvia, tras los cristales (Fotografía: J. L. M.)
Parece intensa la poquedad de la rutina
pero aún no alcanzó la velocidad
de la tormenta. Siempre crece el rumor
del oleaje sobre la media noche
del viento. Si es del norte, viene seco,
sin apenas historia. Si asoma por el islote,
al socaire del refugio natural de la Cala,
trae aspavientos que mueven la misma
orilla del verano, cuando el agua besa
los cuerpos y eleva sus sueños hasta
los lejanos silencios. Se enfurece sin motivo
aparente. Pero así sucede, venga el viento
de su cueva o de las etéreas mansiones
cuyos ruidos parecen arbotantes
que sujetan la bóveda celeste.
Son nostalgias sin sonrisas.
Son galopes de furia sobre la humedad
de las rutas marinas sin gobernalle.
Minucias para expertos pescadores,
siempre en dique seco, sin olor a la brea
que reina cuando se calafatea.
Ponen así distancia a las atlánticas
saudades hechas recuerdos de cosas
que no llegaron a ningún puerto conocido,
algún que otro amor aún añorado
en esta vejez que llega mientras el mar
se entra en los ojos que atisban, lúcidos,
su llegada mientras apartan los visillos.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 10 noviembre 2012

jueves, 8 de noviembre de 2012

EL AIRE ALEVE SUEÑA BAJO EL ALA


Ritual revuelo de alondras doradas
como libélulas a la luz rosa
de una tarde celeste y rumorosa
de pálido sol y nubes moradas.

Sobre las sierras cercanas, soñadas
sombras abandonan la cumbre hermosa
donde se refugia la voz calmosa
de las calandrias que cantan baladas

de triste amor jamás correspondido.
No siempre el tenue fuego se hace hoguera.
No siempre arde el noble sentimiento.

Goce así, al menos, la paz del sonido.
No siempre el alma encuentra compañera.
No siempre amor padece sufrimiento.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 8 noviembre 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

LLUVIA A PRIMEROS DE NOVIEMBRE




De manera suave rompió en agua la mañana
recién estrenada de un gris plomizo que se
apretaba contra los tejados, de verdín algunos
expuestos siempre a la intemperie cruda.
Tanto viento traía, después, la lluvia hasta el
balcón de macetas rotas por el daño que 
arreció hacia la madrugada, cuando los cristales
eran débil parapeto ante la zozobra del ruido.
Ahora parece todo más tranquilo:
el agua no cesa de irradiar gotas incolora;
el vientecillo acerca la potestad de la furia
descabellada; la palmera se balancea, airosa,
soliviantada por el vendaval ya pasado en
horas frías de sueño varado en sábanas de
poco alivio. Empapados, los edificios gotean
llanto ábrego, no en vano el agua procede del
norte y eso aprieta el viento contra todo y ulula
por los quicios de las puertas y ventanas,
mientras el mar divisado desde la ventana
tranquila apenas se mece en su propio vaivén,
encalmado de modo inexpresivo. Su gris es tan
sucio por falta de luz como el del cielo sin gavinas,
aves todas escondidas en la soledad de la roca
de Cope, en refugios ideados para vadear las
corrientes del viento que dificulta el vuelo
desasosegado. Hoy es diferente el día trazado
desde las montañas de enfrente cuyas cimas
ocultan las nubes preñadas de la lluvia que
anega la calle encharcada. Es un día para quedar
en la melancolía de la casa, la lluvia de Bécquer
en los cristales puros, mirando lo que se mira
cuando la mirada se pierde más allá del canto
de la híspida gaviota. Llega su fea melodía 
desvaída desde la cumbre hasta el silencio
roto por el golpeteo del agua en los espejos
que habrá que limpiar mañana sin duda.
Si amor viniera entre tanta grisalla, sería
visita que encendería el fuego de los cuerpos
mientras lo de fuera, lluvia, viento, gris
momento y cadeo de la palmera alocada,
sería sólo pura y llana melancolía solitaria.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 7 noviembre 2012
Fotografías: J. L. M.

viernes, 2 de noviembre de 2012

AVISO PARA LECTORES

Mantengo también otro blog de características diferentes a este que, al final he canalizado para publicar mis propios poemas, que responde al nombre de LA CALLE TRANQUILA. En sus entradas de los días 25, 28 y 29 de octubre y 2 de noviembre de 2012, me he estado ocupando de un tema interesante para mí relacionado con las poetas Josefina Romo, Alfonsa de la Torre, Ana Inés Bonnin, Clemencia Laborda y Concha Suárez de Otero. Como muchos de los lectores de esta COLA DE LA CALA han entrado muchas veces para conocer cosas de Alfonsa de la Torre, indico la situación para que, si quieren, entren en aquel y puedan leer cuanto nuevo allí se dice.
Y, como si fuera La Calle Tranquila, voy a dar a conocer una imágenes que ayer tarde tomé en Águilas. Cumplo así una función de animación a visitar este tranquilo pueblo murciano a la orilla del mar.
Pobreza

Trabajo

Vejez

Paisaje
Descanso en la faena
Ahora muestro algo que ya está en el otro blog. Un retrato de Alfonsa de la Torre en 1970.

Alfonsa de la Torre
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 2 noviembre 2012


martes, 30 de octubre de 2012

IMÁGENES DE MI JARDÍN ANTIGUO


Jardines los de entonces bajo la lluvia
de luz de blanco sortilegio, oropéndola
verde de rama en flor, de flor en rama
alta donde fallecen los suspiros. Busco
mi jardín antiguo y su falsa pimienta
y sus tilos sombríos y los sauces llorones
donde escondía mis silencios de niño
entristecido por la soledad de los ojos.
A la mañana, algún pájaro yacía sobre
las hojas del árbol caídas por el viento
de la noche oscura y húmeda por la lluvia
incesante, desoladora y boba que calaba
los troncos y helaba la pobreza de los
nidos, la fragilidad de las ramas cuyos
hielos eran carámbanos a la mañana
que tiritaba en su verde mohoso y frágil.
¡Qué valiente era el niño de cuyo cántaro,
unido a su cabeza por un equilibrio asombroso,
manaba un chorrillo pequeño de agua triste
que se perdía por la gárgola del tiempo!
Siempre sobre la fuente tirada por cisnes
blancos como copos de nieve, mantenía
una sonrisa heroica. Podías monologar
con él, que nunca respondía. A última hora
de la tarde, caían, desde la torre, las lentas
campanadas del rezo. Señal de despedida
era. Poco a poco regresábamos a casa,
concluso el tiempo de juego. Ventura ya
habría desgranado el rosario, a la silla
tras la ventana, mirando las grises sombras
que cruzaban raudas huyendo del escalofrío.
Ramona entonaría  bella canción de amor
ilusionado, el que nunca gozó, como intacta
azucena fallecería, de noche, sin despedirse
del jardín que estaba frente a la vieja casa
ruinosa en cuyo patio crecía una enredadera
sin prisa y desvaída. La lentitud de la lluvia
entristece cristales y recuerdos perennes.


Hoy no he conversado con el mar agrisado.
Pero mañana le hablaré de aquel jardín
de mi niñez, imagen llegada a mi mente
antes de que el sueño me llevara al lugar
terrible de la casa en tinieblas, tenue luz
de la lamparilla, por donde corrían, como
entonces, los ángeles azules que jugaban
junto a mi cama, velando el gozo de no ver
nada más que imágenes de la muerte.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 29/30 octubre 2012.
Fotografías de (c) José Luis Molina



sábado, 27 de octubre de 2012

LLUVIA FELIZ DE OCTUBRE TRAE LA DIOSA




Estas lluvias de octubre hacen tiritar
este otoño húmedo de la Cala idealizada.
No traían aguas las cabañuelas para este
mes feliz de color amarillento en las hojas
de los árboles. De algunos, sin nombre
conocido para mí, he disfrutado de sus hojas
cubiertas de un rojo dorado en los bosques
pirenaicos. Quizá falten esos colores
en la fiesta del envejecimiento natural
de la floresta. Falta aún para el invierno,
pero este viento que trae las nubes de
allende parece poner frío en los huesos
de tantos años quebradizos y grises.
Cuando viene del mar arrastra gotas
invisibles  que enturbian los cristales
de las gafas obligadas. Todo oscurece
antes y comienza a salir humo con olor
a madera con resina por las negras
chimeneas del año pasado. La llegada
de la nieve a la orilla de la Cala es posible,
pero sonríes ante la idea como si el mar
fuese caluroso todo el año. Volverán
las lluvias grises de octubre a enfriar
los escasamente firmes pasos del corto
andar sobre la finura del agua feble.
Golpearán por las noches sin luces celestes
las duras gotas y mojarán los cristales fríos,
Y, de nuevo, a su sonido conocido,
apretaré la manta sobre mi cuerpo destemplado
y me estremeceré como si el viento fuerte,
que rompe el silencio, trajera el agua
para helar mis aciagos pies de ahora.
Desde mi sueño, despierto en el lecho confortable,
entorno los ojos para gozar de esta sensaciones
por si no se repitiesen en el próximo otoño.
Nadie sabe si regresará el agua a la calle
Tranquila. Quizá, para entonces, el balcón
ya esté vacío y no escuche la canción
del agua sobre mi ánima cansada, tal vez, rota.



José Luis Molina Martínez
Calabardina, 26 octubre 2012






viernes, 26 de octubre de 2012

HORAS MENORES


Antes de que el olvido se cobije
en un viejo nido de pájaros negros,
el aura susurra otros sones cuyo color
parece dulce amanecer de un día
célebre, quizá porque todo iba como
miel sobre hojuelas, hasta el límite
lejano del umbral sonoro de la dicha.

La hora Prima inicia el vano vaivén
del mar, en otoño, cuando las barcas
pesqueras semejan acuarelas salobres
en la quietud de un marco idílico
de azul cambiante frente a la sombra
de la palmera de la playa de las gavinas. 

Las campanas de la torre de la abadía
cercana, donde anidan las palomas
de pinturas alegres bajo las alas, rompen
el candor de la hora Tercia, cuando el canto
del Ángelus es una bendición celeste.
Baja el ángel de la buena nueva y el sol
aprieta incluso en el final de este octubre
que lleva lluvia sobre la magnificencia
de esta Cala oculta ahora en el silencio.

San Jerónimo escribiendo
En ocasiones, se señala terrible la hora
Sexta, la de los salmos penitenciales,

la de la muerte que rasga el velo morado:
escondía el tabernáculo a los ojos impíos.
Pero únicamente es un camino de cruces
dormidas a la orilla de los sueños vulnerados,
mientras el amor era muerte con el daño
que conlleva: los negros mantos cubren
los rostros llenos de lágrimas amargas,
el exilio al sepulcro borra la imagen
de los felices días con el Amado.
Los pétalos con que perfumar el aliento
de la muerte predica la caducidad
del tiempo concedido. Aquí se inicia
el sendero que conduce al alma eterna
unida al Dios de nuestros padres hasta
el refugio perenne, hasta el sueño dorado.

Foro Romano




Cae la tarde a la de Nona. Anuncia el oscuro
crepúsculo la momentánea desaparición
de todo ápice de vida natural. Hasta que
el sol último acude a ignota región
desde el monte fúlgido que la oculta
y entonces la tiniebla es otra forma de vida.
El rosario de rosas reduce el ruego arrebolado.
Cada misterio, hoy, es un gozo.
El espíritu enciende las velas que penden
del fervor aciago de la fe sarcófaga.
Hasta que los párpados se abaten y ocultan
la mirada aún rigurosa y queda el cuerpo
en la quietud de la bondad tan bella.

Guido Reni: Mujer leyendo.
El alma, entonces, libre, musita suaves
soliloquios místicos, deliquios débiles,
los que nunca hallamos en las manos
cuando el cuerpo regresa de su retiro
claustral. Si estoy en soledad es
por si esto fuese de nuevo a cualquier
hora menor, mientras otro día sucede
al anterior y así eternamente. Si tal
ocurriera, merecería la pena este
destierro: apartados de la casa del Padre,
hemos sufrido, estamos padeciendo,
hasta el alba del día sin tiempo.

Claustro de San Juan de Duero (Soria)


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 24/25 octubre 2012.








martes, 23 de octubre de 2012

PIEDRA SOBRE PIEDRA

Caño de la Cárcel y Pósito de la ciudad sobre 1950
Piedras son sobre lo que se apoyan
los edificios notables. Piedra sobre
piedra. Por eso, han llegado hasta hoy,
incólumes. Parecen lo inamovible.
Y no dejan de ser huellas del pasado,
secuencia de lo fugaz de sus dueños
antiguos. Hicieron eterno lo que era
asilo temporal de la vida. Sobre sus
sueños, el pasado de enredaderas 
verdes, hoy hojas secas llevadas por el
aura a las inmediaciones del prado.
La perspectiva del hombre obedece
a una estricta y metódica lógica
medieval dirigida hacia Dios.
Las pobres cosas de hoy, sin base,
caducan con la vida del dueño.
Por eso, el mar, en la Cala, es más bello
en los días soleados que depara octubre,
siempre al comienzo del otoño
-membrillos, castañas, bellotas, nísperos-.
Ahora, las nueces vienen envasadas
y llegan de Dios sabe dónde, dicen que
de California. Quizá sea así. Pero no son
como aquellas de Silos que gustamos
en el viaje con Eralucana. Saben estas,
quizá,
a oración matinal,
a vivencia profunda,
a meditación interior,
a claustro donde los pájaros son cosa
de Dios. 
Cogerlas del árbol de copa generosa,
al amanecer, fue vivencia sentida.
Nogales no he visto jamás por el Sureste.
Tampoco hay mar en Castilla. Ellos
saben que el mar también es suyo y
las nueces castellanas son en el abacero.
Como las naranjas, los dátiles, las chirimoyas
en el colmado. Eso enriquece el alma
olvidada, sustituida por lo fugaz,
por el consumo inmediato. De ahí procede
la herrumbre. La madurez de las piedras
hablan de la eternidad a la que caminamos
como los ríos -ramblizos- que llegan
a la Cala, tras la lluvia desatada.
Después, el agua es pacífica.

Arco de San Patricio y calle de la Cava
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 17 octubre 2012