martes, 30 de octubre de 2012

IMÁGENES DE MI JARDÍN ANTIGUO


Jardines los de entonces bajo la lluvia
de luz de blanco sortilegio, oropéndola
verde de rama en flor, de flor en rama
alta donde fallecen los suspiros. Busco
mi jardín antiguo y su falsa pimienta
y sus tilos sombríos y los sauces llorones
donde escondía mis silencios de niño
entristecido por la soledad de los ojos.
A la mañana, algún pájaro yacía sobre
las hojas del árbol caídas por el viento
de la noche oscura y húmeda por la lluvia
incesante, desoladora y boba que calaba
los troncos y helaba la pobreza de los
nidos, la fragilidad de las ramas cuyos
hielos eran carámbanos a la mañana
que tiritaba en su verde mohoso y frágil.
¡Qué valiente era el niño de cuyo cántaro,
unido a su cabeza por un equilibrio asombroso,
manaba un chorrillo pequeño de agua triste
que se perdía por la gárgola del tiempo!
Siempre sobre la fuente tirada por cisnes
blancos como copos de nieve, mantenía
una sonrisa heroica. Podías monologar
con él, que nunca respondía. A última hora
de la tarde, caían, desde la torre, las lentas
campanadas del rezo. Señal de despedida
era. Poco a poco regresábamos a casa,
concluso el tiempo de juego. Ventura ya
habría desgranado el rosario, a la silla
tras la ventana, mirando las grises sombras
que cruzaban raudas huyendo del escalofrío.
Ramona entonaría  bella canción de amor
ilusionado, el que nunca gozó, como intacta
azucena fallecería, de noche, sin despedirse
del jardín que estaba frente a la vieja casa
ruinosa en cuyo patio crecía una enredadera
sin prisa y desvaída. La lentitud de la lluvia
entristece cristales y recuerdos perennes.


Hoy no he conversado con el mar agrisado.
Pero mañana le hablaré de aquel jardín
de mi niñez, imagen llegada a mi mente
antes de que el sueño me llevara al lugar
terrible de la casa en tinieblas, tenue luz
de la lamparilla, por donde corrían, como
entonces, los ángeles azules que jugaban
junto a mi cama, velando el gozo de no ver
nada más que imágenes de la muerte.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 29/30 octubre 2012.
Fotografías de (c) José Luis Molina



sábado, 27 de octubre de 2012

LLUVIA FELIZ DE OCTUBRE TRAE LA DIOSA




Estas lluvias de octubre hacen tiritar
este otoño húmedo de la Cala idealizada.
No traían aguas las cabañuelas para este
mes feliz de color amarillento en las hojas
de los árboles. De algunos, sin nombre
conocido para mí, he disfrutado de sus hojas
cubiertas de un rojo dorado en los bosques
pirenaicos. Quizá falten esos colores
en la fiesta del envejecimiento natural
de la floresta. Falta aún para el invierno,
pero este viento que trae las nubes de
allende parece poner frío en los huesos
de tantos años quebradizos y grises.
Cuando viene del mar arrastra gotas
invisibles  que enturbian los cristales
de las gafas obligadas. Todo oscurece
antes y comienza a salir humo con olor
a madera con resina por las negras
chimeneas del año pasado. La llegada
de la nieve a la orilla de la Cala es posible,
pero sonríes ante la idea como si el mar
fuese caluroso todo el año. Volverán
las lluvias grises de octubre a enfriar
los escasamente firmes pasos del corto
andar sobre la finura del agua feble.
Golpearán por las noches sin luces celestes
las duras gotas y mojarán los cristales fríos,
Y, de nuevo, a su sonido conocido,
apretaré la manta sobre mi cuerpo destemplado
y me estremeceré como si el viento fuerte,
que rompe el silencio, trajera el agua
para helar mis aciagos pies de ahora.
Desde mi sueño, despierto en el lecho confortable,
entorno los ojos para gozar de esta sensaciones
por si no se repitiesen en el próximo otoño.
Nadie sabe si regresará el agua a la calle
Tranquila. Quizá, para entonces, el balcón
ya esté vacío y no escuche la canción
del agua sobre mi ánima cansada, tal vez, rota.



José Luis Molina Martínez
Calabardina, 26 octubre 2012






viernes, 26 de octubre de 2012

HORAS MENORES


Antes de que el olvido se cobije
en un viejo nido de pájaros negros,
el aura susurra otros sones cuyo color
parece dulce amanecer de un día
célebre, quizá porque todo iba como
miel sobre hojuelas, hasta el límite
lejano del umbral sonoro de la dicha.

La hora Prima inicia el vano vaivén
del mar, en otoño, cuando las barcas
pesqueras semejan acuarelas salobres
en la quietud de un marco idílico
de azul cambiante frente a la sombra
de la palmera de la playa de las gavinas. 

Las campanas de la torre de la abadía
cercana, donde anidan las palomas
de pinturas alegres bajo las alas, rompen
el candor de la hora Tercia, cuando el canto
del Ángelus es una bendición celeste.
Baja el ángel de la buena nueva y el sol
aprieta incluso en el final de este octubre
que lleva lluvia sobre la magnificencia
de esta Cala oculta ahora en el silencio.

San Jerónimo escribiendo
En ocasiones, se señala terrible la hora
Sexta, la de los salmos penitenciales,

la de la muerte que rasga el velo morado:
escondía el tabernáculo a los ojos impíos.
Pero únicamente es un camino de cruces
dormidas a la orilla de los sueños vulnerados,
mientras el amor era muerte con el daño
que conlleva: los negros mantos cubren
los rostros llenos de lágrimas amargas,
el exilio al sepulcro borra la imagen
de los felices días con el Amado.
Los pétalos con que perfumar el aliento
de la muerte predica la caducidad
del tiempo concedido. Aquí se inicia
el sendero que conduce al alma eterna
unida al Dios de nuestros padres hasta
el refugio perenne, hasta el sueño dorado.

Foro Romano




Cae la tarde a la de Nona. Anuncia el oscuro
crepúsculo la momentánea desaparición
de todo ápice de vida natural. Hasta que
el sol último acude a ignota región
desde el monte fúlgido que la oculta
y entonces la tiniebla es otra forma de vida.
El rosario de rosas reduce el ruego arrebolado.
Cada misterio, hoy, es un gozo.
El espíritu enciende las velas que penden
del fervor aciago de la fe sarcófaga.
Hasta que los párpados se abaten y ocultan
la mirada aún rigurosa y queda el cuerpo
en la quietud de la bondad tan bella.

Guido Reni: Mujer leyendo.
El alma, entonces, libre, musita suaves
soliloquios místicos, deliquios débiles,
los que nunca hallamos en las manos
cuando el cuerpo regresa de su retiro
claustral. Si estoy en soledad es
por si esto fuese de nuevo a cualquier
hora menor, mientras otro día sucede
al anterior y así eternamente. Si tal
ocurriera, merecería la pena este
destierro: apartados de la casa del Padre,
hemos sufrido, estamos padeciendo,
hasta el alba del día sin tiempo.

Claustro de San Juan de Duero (Soria)


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 24/25 octubre 2012.








martes, 23 de octubre de 2012

PIEDRA SOBRE PIEDRA

Caño de la Cárcel y Pósito de la ciudad sobre 1950
Piedras son sobre lo que se apoyan
los edificios notables. Piedra sobre
piedra. Por eso, han llegado hasta hoy,
incólumes. Parecen lo inamovible.
Y no dejan de ser huellas del pasado,
secuencia de lo fugaz de sus dueños
antiguos. Hicieron eterno lo que era
asilo temporal de la vida. Sobre sus
sueños, el pasado de enredaderas 
verdes, hoy hojas secas llevadas por el
aura a las inmediaciones del prado.
La perspectiva del hombre obedece
a una estricta y metódica lógica
medieval dirigida hacia Dios.
Las pobres cosas de hoy, sin base,
caducan con la vida del dueño.
Por eso, el mar, en la Cala, es más bello
en los días soleados que depara octubre,
siempre al comienzo del otoño
-membrillos, castañas, bellotas, nísperos-.
Ahora, las nueces vienen envasadas
y llegan de Dios sabe dónde, dicen que
de California. Quizá sea así. Pero no son
como aquellas de Silos que gustamos
en el viaje con Eralucana. Saben estas,
quizá,
a oración matinal,
a vivencia profunda,
a meditación interior,
a claustro donde los pájaros son cosa
de Dios. 
Cogerlas del árbol de copa generosa,
al amanecer, fue vivencia sentida.
Nogales no he visto jamás por el Sureste.
Tampoco hay mar en Castilla. Ellos
saben que el mar también es suyo y
las nueces castellanas son en el abacero.
Como las naranjas, los dátiles, las chirimoyas
en el colmado. Eso enriquece el alma
olvidada, sustituida por lo fugaz,
por el consumo inmediato. De ahí procede
la herrumbre. La madurez de las piedras
hablan de la eternidad a la que caminamos
como los ríos -ramblizos- que llegan
a la Cala, tras la lluvia desatada.
Después, el agua es pacífica.

Arco de San Patricio y calle de la Cava
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 17 octubre 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

HÁBLAME DEL MAR, MARINERO DEL OTOÑO

ART NOUVEAU. MEMORY JAR. 1919.
Alivio austero parece el sendero marino.
Su ritmo cíclico hace esperar alteraciones
acompasadas, y, ante su furia, admiración
y serena mirada. Si no te acercas, no te
salpica el agua la camiseta de otoño.
Su sordo ruido no es melódico, ni a su canción,
de serlo, acompaña letra romántica: dicen
que el barco navega enamorado del mar.
El mar no une. El mar es el recinto inestable
de lo que fluye. Acapara silencio que, más
tarde, grita rufianescamente. Escupe
de sus entrañas cuanto le sobra después
de que le lleguen los desechos de la tierra
ahita de agua y miseria traicionera.
Y, a la mañana, la playa es la degeneración
hostil por las algas aparcadas en su arena
violada por los murmullos de las gaviotas.
Y por el arrastre que le llega y viola.
Pero, puedes vivir en su contemplación
a la orilla del viento que se cuela por la
soledad del paseo a hora temprana.
Nadie se zambulle en la sensación fresca
de sus vaivenes. Nadie busca el sol. Muchas
veces queda oculto por la nube que trae
el agua anunciada por la cabañuela.
Diciembre será lluvioso. Para mí, ausencia.
Nada más arduo que sufrir la ruina 
de las músicas marineras: buscando
sirenas nuevas, que le canten al pasar.
Si te acompaña el bramido del golpetazo
de la ola, al quedar dormido, la paz se
sepulta en la oscuridad sin destello.
Allí es otra vida que parece la misma,
la de todos los días escasamente solemnes.
El mar prosigue en su trabajo y las olas
acuden hasta la altura del embarcadero.
Y las barcas sobre la mar se balancean
azotadas por la rigidez de la ventolera.

Barca entrando por la bocana del puerto (Águilas) Foto: J.L.M.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 14 octubre 2012.

martes, 16 de octubre de 2012

RESUMEN DEL DÍA



Josefina de Óbidos: Santa Teresa (1672)
Antes arena, ahora tic-tac en el viejo reloj
negro que dejara padre en la repisa del fuego
encendido cuando apretaba otoño y era
húmedo el aire marino. El relente se pega
al límpido cristal a cuyo través se vislumbran
las luces de los pueblos fronteros. Enfrente,
Mojácar. A la izquierda, sobre la línea misma
del mar, el destello del faro. Cabo de Gata
podría ser. Sólo se divisa en la noche ática
de luna simbólica, cuando ni nubes aparecen
sobre la tersura del agua mediterránea.
Únicamente distrae mi mirada andariega
el ruido metódico del viejo reloj al que madre
quitaba el polvo todos los días desde que padre
se hizo silencio y la soledad lo habita en claustro
imperecedero. Se fue sin arreglar viejas cuentas
pendientes, heridas mortales recibidas, daños
solemnes causados. No soportó aquella decisión
unilateral de quien tenía que respetar su huella
natural. Vivió con aquello a cuestas como Sísifo
su martirio. El mar continúa en esta mítica Cala,
asombrosa y recoleta, en la que fue feliz los días
que la Parca -o la Fortuna- le tenía reservados.
La lejanía fue así un vivero candoroso. Miraba
a través del viento y sus ojos eran guaridas
del vuelo de los cormoranes. Desde allí,
hablaba con su madre y le pedía noticias
del padre que no pudo amar. Están en su lugar,
decía, y se sentía triste. Como yo me siento hoy
mientras pienso en ellos. Tengo toda su historia
entre mis manos de otoño. Luego beberé vino
para brindar por sus vidas, ahora que me resta
menos tiempo para hacerles compañía. El ruido
del mar, como en sordina, se acerca a mi silencio.
Sólo pienso en aquella época en la que todo era
un lugar ameno. De aquello no queda ni el recuerdo.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 15 octubre 2012
Festividad de Santa Teresa.

sábado, 13 de octubre de 2012

SI SE ROMPE EL SILENCIO DE LA CALA...

Marc Chagall (Les amoureux de Vence)
Aislado soy un día más bajo la quietud
del silencio interrumpido diestramente.
Los largos fines de semana se llenan
de gente huida de su costumbre.
Asombro por todo
-por el jadeo de la nube,
por la frígida igualdad del agua,
por la ropa adolescente como flor
que eclosiona y asombra de bella-,
al tiempo de la llegada. Descubierto
pronto el espacio de siempre,
el tedio abruma el corazón de los tímidos
inquietos. A poco, todo es lo mismo
y la sorpresa no conmueve la luz
de los ojos ni el apretón de manos
simboliza nada. Todos los soles queman
y los árboles, con las hojas justas, son
cortos horizontes que señalan un sur
inexistente. El tedio del azufaifo
cubre la ética de la tarde y la marina
potestad de las olas se deslíe en plata
cuando la orilla es un beso sublime.
Bajo la escualidez del muelle, entre
sus tablas pútridas, unas pequeñas
piedras tienen tanto verde como años
enterradas. Pececillos vibrantes
esconden su voz entre ellas y el eco
parece música de ángel. Ha acabado
el día su tiempo y, al anochecer, la sombra
húmeda de la clepsidra envuelve
en agua salpicada la mirada sombría.
Todo es noche y el mar una quimera
que se escucha, tonante, bajo las dulces
sábanas que ocultan el frío del páramo
en que se transforma cuanto buscaba
en la orilla de la calle tranquila.
La Cala es un adorno para mi claustro.


Muelle de pescadores (Calabardina). Fotografía: Carmelo Molina Jiménez

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 13 octubre 2012.

viernes, 12 de octubre de 2012

BREVE ES TODO TIEMPO APLAZADO

Ocaso del sol entre las nubes sombría en la Cala (Foto: JLM)
Todo plazo es breve si es fijo y mirar
la clepsidra se convierte en un daño
tan fiero como el destierro a la Tracia.
Antes de que la blanda hoja hiera
levemente el suelo y alfombre el sendero
húmedo acaba el suspiro y alguien
golpea la puerta. Sales y ya es ido
el nuncio como si fuese ser alado.
El tiempo sólo existe en el pasado.
El presente es un corto parpadeo,
la sorpresa de la pisada que sólo es huella
efímera en el polvoriento cansancio
fatigoso. Así pienso mientras regreso
al umbral y en la casa hace frío,
no borbotea el agua en la olla sin fuego.
Es otoño aún y hace humedad. Sólo
ha caído una muelle lluvia sobre el sol
apagado de la tarde de este día
desangelado. Queda aún un mar ruidoso.
Mañana, sobre la solitaria arena de la playa,
habrá algas sucias y huellas tristes
de gaviotas: habrán buscado ya los peces
enredados entre las hierbas marinas
arrojadas por el bravío oleaje con cuyo
sopor deseo dormir antes de que llegue
la luz del alba a la ventana abierta.
Así puede el corazón pasear por la suave
languidez nocturna. Por eso, la inquietud
del desvelo a deshora permite honestos
pensamientos. Quizá cumpla esta noche
el plazo inmisericorde. Pero tengo dulce
esperanza en el amanecer rosado, aunque
se anuncia nubosidad variable y el agua
que dejarán nubes pasajeras. Sólo es
una borrasca. Apenas afectará a la sed
de las orillas desde donde contemplo
mi tempestad en la intimidad escasa 
y sonora y espero al ángel que traerá
mi último plazo entre la música de su alma.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 12 octubre 2012

miércoles, 10 de octubre de 2012

NOCTURNO

Atardecer desde la Cola (Fotografía: JLM).
Un roto perfume de flores vanas
profana un silencio con mil motivos
erigido y esta paloma nacida
de los ojos brunos porque es de noche.

Inmortal parece el ámbito honesto
del jazmín dormido en enredadera
oscura. Ninguna alondra señala
la libertad en el aleve espacio
del sueño. Ni en el raudo vuelo mi alma
bate las alas terribles del fauno.
Ni llega murmullo de azul novicia
desde el salmo musitado en el claustro
virginal, ante el Dios vivo anhelado,
misterio inefable cerca del manso
ruido de voces puras, letanía
de incienso rojo en pebetero de humo,
volutas emocionales llevadas
por dedos músicos de serafines
sutiles que irrumpen en armonía
hasta la potestad del imafronte.

El negro olvido, puente sobre el río
del tiempo, arduo velo de tul nocturno
extiende, transparente, por el rostro,
mientras la soledad es caudal sobrio
venido en la alta madrugada fría
como señal de cobarde abandono
ante el nuevo día anunciado: cruza
casi ya el sendero de Cope altivo.


Cope desde la Cola (Fotografía: JLM).
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 10 octubre 2012

martes, 9 de octubre de 2012

ORACIÓN DE OTOÑO

Un monte con matujos en el otoño de la Cala (Fotografía: JLM).

Ofrece sombra un ámbito nuevo
bajo la languidez de la morera.
Ligeramente edulcorada el agua,
pronto pierde su sabor, mientras
el sol se hace opaco y se apaga.
Son momentos débiles. Una nueva
luz diferente parece colorear,
como al pastel, difusos paisajes
de la tarde. Refleja el crepúsculo
la ventura del silencio,
la sobriedad ebria de la hora,
la soledad del sol que rompe,
al despedirse, en aristas moradas,
la morbidez redonda y lírica
de los montecillos con matujos.
A este hoy sólo le queda
la agonía oscura mientras los búhos
ocupan su atalaya y silencian
los breves sonidos del tiempo.
Hasta ahí llegará cuanto hace
falta para que la noche oculte
la luminaria y descanse la paz
como lluvia solemne de otoño.
Hoy he conocido el nombre del
vuelo rasante de las torcaces
y yo mismo parecí ingrávido
mientras del convento surgía
la oración que cerraba el día.
Desde entonces,
fui en mi albergue de sueño.

La playa de la Cola

José Luis Molina
Águilas, 8 octubre 2012.


domingo, 7 de octubre de 2012

ESCENA MARINA



El viento acerca el ronco ruido del mar
encrespado. Mañana estará la playa
sucia, con residuos silentes en su fondo
dejados al desgaire sobre una arena
con huellas de gavinas. Pero esta noche
es un concierto armonioso de agua y
claro rumor de olas oscuras. Esa ventisca
refresca el inicio del otoño sembrado
de graciosas maneras de acercar un
frescor salino antes de que el frío cierre
las ventanas y el silbo, bello por las
ranuras, choque contra el cristal.
Así se evita el desafino de las voces
naturales. Porque las edades del cuerpo
sufren los cambios drásticos, los fríos
que, a poco, harán del verano un recuerdo.
Entonces buscaremos la tibieza obligada
para que la piel arrugada no sea una
historia envuelta en una manta que viste
así los frágiles huesos, de seguido esquelética
memoria de su paso por la vida. Así es hoy.
Mañana Dios dirá. Saldremos temprano,
antes de la serenidad morena, antes de
que el sol se eleve sobre el farallón
de Cope, sabiendo que todo sucede
a su hora y que, de llegar al destino,
poca emoción despertará mi breve
estancia en la algarabía de la que huí
hace ya tantos años. Me llega, como 
letanía confusa, el viento hostil que
golpea la ventana. Yo apago la luz
por si me llega el sueño antes de que
la tempestad quiebre mi calma.
Ya he gozado del aura.



José Luis Molina Martínez
Calabardina, 24 septiembre 2012

sábado, 6 de octubre de 2012

POESÍA DE LA REALIDAD



En búsqueda apátrida por el solar
terregoso en el que los bueyes
levantan polvorientas nubes calcinadas,
se agradece la sombra de las cibaras
agostadas. Sequeral es, tierra sin disfrute
de agua, como condenado a abrir la
espita para sólo escuchar su chirrido
metálico, música de compañía en el
bochorno de la tarde mustia. El sudor
se hace mugre en el sudario de la
camisa entreabierta. Levantar la mirada
al cielo brillante es un lujo que ciega
los ojos, mientras, allá arriba, ningún
ave se atreve a cruzar la llanura
sin nube algodonosa. Sobre mi cabeza
cae amenaza airada y el corazón
se oscurece sobrecogido por la injusticia
de tanto sufrimiento para un plato
de lentejas. ¿Cuándo concluirá jornada
tan infame? Los pobres chillan en la calle
su miedo a tanta desgracia provocada.
Los ricos desafían los principios morales
mientras sus beneficios crecen hasta la
altura del escándalo. Dios habla palabras
deformes y el dolor del día encallece
el alma de los justos. Pero esta noche
sólo hará fresco acondicionado para
los dueños de las tierras,
no para quienes las trabajan.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 16 septiembre 2012