miércoles, 28 de noviembre de 2012

AMO TODO DE ESTA PUTA VIDA

Atardecer en Calabardina, contemplado desde
La Calle Tranquila.
Todo atardecer es una imagen de lo que se acaba
y anuncio de la muerte

(Fotografía: José Luis Molina)

Sobre el sendero de los días, duro,
el caminante, cuyo viajar lento
se vuelve, contrariado por el viento
recio, parece darse contra un muro.

Atisba el horizonte, gesto puro,
por saber cuánto le separa, atento,
del final del trayecto, movimiento
moral que le acerca dolor seguro.

Miseria acumulada es, llanto, daño,
esta vida que parece insufrible,
venganza, odio, codicia, guerra, apaño.

Mas, si observas cuadro, mar, libro, viento,
estrella, no parece tan horrible.
Si digo que amo esta vida, no miento.

Calabardina, 28 noviembre 2012
José Luis Molina Martínez

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LA LLUVIA AL MARGEN DE LA NOCHE


De manera suave rompió en agua la mañana
de un tono gris plomizo que se apretaba contra
los tejados de verdín algunos por el uso
a la intemperie cruda. Tanto viento, después, traía
la lluvia hasta el balcón de macetas rotas
por el daño que arreció a la madrugada:
los cristales eran débil parapeto ante el ruido
de la zozobra. Ahora parece todo más tranquilo:
el agua no cesa de irradiar gotas incoloras,
el vientecillo acerca la potestad de la furia,
la palmera  se balancea, airosa, soliviantada
por el huracán ya pasado en horas de sueño.
Empapados, los edificios gotean llanto ábrego:
el agua procede del norte y eso hace apretar
el viento contra todo, mientras el mar apenas
se mece en su propio vaivén, encalmado de modo
inexpresivo. Su gris es tan sucio como el del cielo
sin gavinas, aves todas escondidas en la soledad
de la roca de Cope, en refugios ideados para
vadear las corrientes del viento que dificulta
el vuelo desasosegado. Hoy es diferente
el día trazado desde las montañas de enfrente
cuyas cimas ocultan las nubes que descargan
la lluvia que anega la calle tranquila. Es un día
para quedar en la melancolía de la casa,
la lluvia en los cristales, mirando lo que se mira
cuando la mirada se pierde más allá del canto
de la gaviota que llega, desvaído, desde la cumbre
hasta el silencio roto por el golpeteo del agua
en el balcón que habrá que limpiar mañana.
Si amor viniera entre tanta grisalla, sería visita
que encendería el fuego de los cuerpos mientras
lo de afuera, lluvia, viento, gris momento y cadeo
de la palmera alocada sería sólo pura melancolía.



Calabardina, 12 noviembre 
José Luis Molina Martínez

viernes, 16 de noviembre de 2012

APAGAR AÑOS COMO SI DE UNA VELA SE TRATASE

(c) Ilustración de Rafael Munoa Roiz (1930-2012) en
Celdas para aparcar azucenas azules de Alfonsa de la Torre,
Madrid, 1974
La gratitud del silencio es como llama
en pebetero anunciador del sosiego
ritual sobre el humo de los misterios
humanos: vivir y morir para apagar
con soplido sigiloso el maná de los días.
Se hace jardín novicio, fervor adolescente
mientras el júbilo se asienta en el pretérito
de los años esbeltos,
de la tiránica ventana abierta a lo nuevo,
cuando el mar se hacía color celeste
y siempre, cerca del horizonte,
se divisaba una vela, una barquichuela
pobre de pescado, un enjambre de vuelos
de gavinas que surgían del aliento boreal,
viento menos bueno que el lebeche,
a él acostumbrados. Vegetales solemnes
como espigadas oraciones que ascienden
en volutas figurativas al candor
de la mañana creciente. El sol es ya dueño
de las horas y los cuerpos se sumergen 
en la potestad marina del ámbito veraniego.
La sombra emerge del ficus, que la palmera
sólo menea sus melenas entre los destellos
de los brotes tristes, parecidos al fondo
negro de la laguna, sin nenúfares
ni arándanos oscuros. Iremos al cielo
de las flores escasas para arrastrar
las nubes hasta los álamos sombríos,
los eucaliptos de las orillas agostadas
de los caminos que por los ramblizos
aparecen
como sorpresa verdosa de los milagros
fecundos.
Hoy el sol parece menos cálido envuelto
en la grisura tosca generada por la falta
de ángeles sonoros porque quedaron
en las fachadas
de los oratorios,
de las colegiatas simbólicas,
de la emoción de los deseos sin alborozo.
El cielo de los pájaros calcinados
se vuelve vuelo de colorines entre los matujos
a cuyo pie festeja el regato la ausencia de redes.
Vuelve la mesura al himno del mediodía
y las novicias tras las celosías miran
las calles olvidadas por el ciprés de la clausura.
Así el sol no se instala en las celdas albas
como azucena olisqueada por la gacela sedienta.
Bajo los aleros donde hubo nidos de vencejos
me oculto con pasos silenciosos al tiempo
que desgrano pensamientos como si fueran
pétalos sagrados hasta la lentitud
de los sortilegios profundos,
los rituales incensados.
La puerta en su quicio, inicio,
en su umbral,
la fortuna del apartado y umbroso silencio
de los habitáculos buscados.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 2 agosto 2012.

He localizado este poema sin publicar en un bloc reencontrado en la noche pasada.
Para que no se pierda, lo recupero y lo dejo en esta Cola de la Cala.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA LLUVIA ARRULLÓ VIEJAS SENSACIONES...

Mi madre, hacia 1925

Desde que el ángel del licor oscuro
te condujo a tu habitáculo, he vivido
sobre tu ausencia. En todos los negros
desasosiegos que se duermen en una noche 
de insomnios repetidos, he tenido para ti
un silencio cariñoso. Desde entonces,
encima de la colcha que aburguesa
la cama como adorno según la cíclica
temporada, cuando se recobra el otoño
de las lluvias oscuras, extiendo aquella
pequeña manta delgada, fina, de algodón,
que, amorosa, tejiste para mí. Era algo
más que un niño y aún recuerdo cómo
la tendías sobre mi frágil cuerpecillo
con tu dulzura de trigo. Me hacía, torpe,
el dormido y tú lo sabías en silencio.
Por eso,
golpeabas suavemente mis espaldas
tan débiles aún y me dabas así tu calor
de madre, amiga mía que fuiste después.
Fingía despertarme y te besaba...
No he vuelto nunca a sentir tanta ternura.
Nadie me pregunta ahora qué hace
sobre mi lecho
esta casi raída tela descolorida. Forma
parte de mi desvelo, de mi desafortunada
manera de sucumbir a la nostalgia. Son
los recuerdos espasmos líricos que asaltan
los templos serenos donde se refugian
los daños conferidos por las ausencias
dolorosas o por las atormentadoras
presencias. Me hubiese gustado que fueses
eterna. Ahora estaría hablando contigo,
en el balcón que da a la calle tranquila,
de cuantas cosas dejamos para después
y no tuvimos tiempo de hilvanar todas
las palabras sabidas y gustadas como si
aquel tu tono, tu modo de paladear
los ecos de las voces significara el tanto
amor del encuentro, ya sabíamos qué
nos íbamos a contar, mientras el zumbido
de la máquina de coser era pura letanía
monjil al amparo de la pobre estancia.
Te oculté, todo lo que pude, los daños
con que me obsequió la vida, aunque
conocías por el color de mis ojos cuándo
la tristeza era como una bufanda que
rodeaba mi alma de hombre dolorido.
De eso, felizmente, no hablamos nunca.
Hoy, madre, ha llovido una soledad
de agua caladera y, como regato, bajaba 
tranquila calle abajo, en busca de la playa.
Llevamos así una breve nube de días sin sol.
He bajado la temperatura. No, no hace frío.
Si te acuestas,
mientras tus párpados cerrados impidan
la entrada de los misterios de la vida
salobre, velaré tu sueño y cantaré los cantos
que me musitabas cuando niño dulce y no
sabía lo que era una jota lorquina.
Sólo sabía soñar con cosas que me daban
miedo y no sabía contar qué fantasmas
oscurecían mis sueños. Eso haría si vivieras.
Porque ya estarías mayor y parecerías
una muñeca menuda, envuelta en una toca
para evitar el longevo frío de noviembre.
Pero no es así y sólo puedo pasar mi mano
por aquella manta delgada y amorosa
que tejiste para mí. Es mi manera grata
de ocultar el vacío huérfano que me quedó
desde que el ángel del licor oscuro
pasó al inicio de la mañana de mayo
para llevarte a ti al lugar reservado
que te correspondía. A mí me dejó
en la indigencia. Aún te echo en falta.

Mi madre, pocos años más tarde

José Luis Molina Martínez
13 noviembre 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

ÍNTIMA LLUVIA DE ENTONCES...

Calabardina desde Cabo Cope (Fotografía: Carmelo Jesús Molina Jiménez)

                                                 ... Y una leve llovizna entre mis labios.
                                                                               Julia de Burgos

Sobre el cristal de la fuente serena
que marchita mis sueños del otoño
sin cielo con sabor a leña quemada,
una lluvia de vuelo de aves mojadas
deslumbra el repique de las gotas
suaves. Es esa música de asfalto
cuanto aliento ahora, cuando la calle
reúne el caudal del silencio lúcido
huido a los tejados calados. Allí
tiene el agua su cuna verde y reposa
en la tristeza de los terrados sin sol
y sin la gracia de los nidos de los
pájaros de la primavera florida.

Para entonces apenas podré saludar
los azufaifos ni los jazmines de hiriente
perfume que los rodean, en el claustro
de Eralucana, porque mis pasos ya no
acercarán las distancias. No parezco
diestro en el arrullo de las manos y,
a veces, el dolor inflama los dedos
sin sufrir la tormenta. Pero la lluvia
es como el llanto que no surte del 
corazón del ave del paraíso habitante
en mis ojos, cárceles si los párpados
se pierden en el cansancio de cuanto, 
aunque espere aún, no ha llegado.
Tal vez lo pedí con dulce gesto de amor
apasionado y sus latidos eran
melodías sin sonidos,
ángeles sin voz,
garlopa sin suspiros.
Es así ahora esta indigencia que
enriquece la oscura soledad
de la tarde de este otoño de lluvia
que cae
sobre el cristal de la fuente serena.

Nubes de lluvia sobre Calabardina
(Fotografía: Carmelo Jesús Molina Jiménez)
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 12 noviembre 2012

domingo, 11 de noviembre de 2012

NOSTALGIAS APARENTES

La lluvia, tras los cristales (Fotografía: J. L. M.)
Parece intensa la poquedad de la rutina
pero aún no alcanzó la velocidad
de la tormenta. Siempre crece el rumor
del oleaje sobre la media noche
del viento. Si es del norte, viene seco,
sin apenas historia. Si asoma por el islote,
al socaire del refugio natural de la Cala,
trae aspavientos que mueven la misma
orilla del verano, cuando el agua besa
los cuerpos y eleva sus sueños hasta
los lejanos silencios. Se enfurece sin motivo
aparente. Pero así sucede, venga el viento
de su cueva o de las etéreas mansiones
cuyos ruidos parecen arbotantes
que sujetan la bóveda celeste.
Son nostalgias sin sonrisas.
Son galopes de furia sobre la humedad
de las rutas marinas sin gobernalle.
Minucias para expertos pescadores,
siempre en dique seco, sin olor a la brea
que reina cuando se calafatea.
Ponen así distancia a las atlánticas
saudades hechas recuerdos de cosas
que no llegaron a ningún puerto conocido,
algún que otro amor aún añorado
en esta vejez que llega mientras el mar
se entra en los ojos que atisban, lúcidos,
su llegada mientras apartan los visillos.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 10 noviembre 2012

jueves, 8 de noviembre de 2012

EL AIRE ALEVE SUEÑA BAJO EL ALA


Ritual revuelo de alondras doradas
como libélulas a la luz rosa
de una tarde celeste y rumorosa
de pálido sol y nubes moradas.

Sobre las sierras cercanas, soñadas
sombras abandonan la cumbre hermosa
donde se refugia la voz calmosa
de las calandrias que cantan baladas

de triste amor jamás correspondido.
No siempre el tenue fuego se hace hoguera.
No siempre arde el noble sentimiento.

Goce así, al menos, la paz del sonido.
No siempre el alma encuentra compañera.
No siempre amor padece sufrimiento.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 8 noviembre 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

LLUVIA A PRIMEROS DE NOVIEMBRE




De manera suave rompió en agua la mañana
recién estrenada de un gris plomizo que se
apretaba contra los tejados, de verdín algunos
expuestos siempre a la intemperie cruda.
Tanto viento traía, después, la lluvia hasta el
balcón de macetas rotas por el daño que 
arreció hacia la madrugada, cuando los cristales
eran débil parapeto ante la zozobra del ruido.
Ahora parece todo más tranquilo:
el agua no cesa de irradiar gotas incolora;
el vientecillo acerca la potestad de la furia
descabellada; la palmera se balancea, airosa,
soliviantada por el vendaval ya pasado en
horas frías de sueño varado en sábanas de
poco alivio. Empapados, los edificios gotean
llanto ábrego, no en vano el agua procede del
norte y eso aprieta el viento contra todo y ulula
por los quicios de las puertas y ventanas,
mientras el mar divisado desde la ventana
tranquila apenas se mece en su propio vaivén,
encalmado de modo inexpresivo. Su gris es tan
sucio por falta de luz como el del cielo sin gavinas,
aves todas escondidas en la soledad de la roca
de Cope, en refugios ideados para vadear las
corrientes del viento que dificulta el vuelo
desasosegado. Hoy es diferente el día trazado
desde las montañas de enfrente cuyas cimas
ocultan las nubes preñadas de la lluvia que
anega la calle encharcada. Es un día para quedar
en la melancolía de la casa, la lluvia de Bécquer
en los cristales puros, mirando lo que se mira
cuando la mirada se pierde más allá del canto
de la híspida gaviota. Llega su fea melodía 
desvaída desde la cumbre hasta el silencio
roto por el golpeteo del agua en los espejos
que habrá que limpiar mañana sin duda.
Si amor viniera entre tanta grisalla, sería
visita que encendería el fuego de los cuerpos
mientras lo de fuera, lluvia, viento, gris
momento y cadeo de la palmera alocada,
sería sólo pura y llana melancolía solitaria.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 7 noviembre 2012
Fotografías: J. L. M.

viernes, 2 de noviembre de 2012

AVISO PARA LECTORES

Mantengo también otro blog de características diferentes a este que, al final he canalizado para publicar mis propios poemas, que responde al nombre de LA CALLE TRANQUILA. En sus entradas de los días 25, 28 y 29 de octubre y 2 de noviembre de 2012, me he estado ocupando de un tema interesante para mí relacionado con las poetas Josefina Romo, Alfonsa de la Torre, Ana Inés Bonnin, Clemencia Laborda y Concha Suárez de Otero. Como muchos de los lectores de esta COLA DE LA CALA han entrado muchas veces para conocer cosas de Alfonsa de la Torre, indico la situación para que, si quieren, entren en aquel y puedan leer cuanto nuevo allí se dice.
Y, como si fuera La Calle Tranquila, voy a dar a conocer una imágenes que ayer tarde tomé en Águilas. Cumplo así una función de animación a visitar este tranquilo pueblo murciano a la orilla del mar.
Pobreza

Trabajo

Vejez

Paisaje
Descanso en la faena
Ahora muestro algo que ya está en el otro blog. Un retrato de Alfonsa de la Torre en 1970.

Alfonsa de la Torre
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 2 noviembre 2012