jueves, 16 de agosto de 2012

POR CREERSE ALGO Y CONFUNDIR SOBERBIA Y AUTOESTIMA



SONETO ROTO

¡Oh, reina!: equivocada ruina fuiste
desde el alba que, con Orión sin noche,
era temblor dorado sobre el coche
del auriga Faetón. Anduviste

pareja ruta con marcado rumbo
y jamás saliste del heredado
trono parecido al solio encarnado
de un pontífice falsario. De tumbo

en tumbo, sólo en tu espejo veías
tu figura, nada que Vos más bella:
jamás supiste amar el lado hermoso.

Daño hiciste, torpe ánima infractora
del silencio y el claustro. Te pensaste
modelo y eras remedo de ti misma.

Calabardina, 7 agosto 2012
José Luis Molina Martínez

sábado, 11 de agosto de 2012

SI ECO HUBIESE SIDO SÁFICA...

NARCISO (Waterhouse).
Narciso, junto a la fuente, al asomar
su efigie, vio en el agua el rostro
hermoso de su amada. Quiso besar
sus labios de Oréade rosa y cayó
sobre la corriente nemorosa. Murió
de amor al mal amante. Murió de belleza
el ilustre desamorado. Mírate, hombre
de jade, en el silencio rumoroso
de la tarde, y escucha a Eco repetir palabras
de amor enamorado, amor enamorado.
Narciso es una fuente de agua salida
de los sus ojos tan fuertemente llorando.
Eco es un laurel oloroso perseguida
por los dioses y los hombres lascivos,
hasta que apareció por la orilla de la Cala.
En el rincón de la calle Tranquila
escribía sus viejas historias de amor
que, a veces, cantaba si estaba a mano
la lira de Orfeo, otro difunto ilustre
que no supo vencer el ansia de mirar
las bocas del infierno que le seguían.
Eurídice quedó cerca del susurro amoroso
de la música órfica. La Sibila adujo
su experiencia: "Al final, todo es desilusión
por los días vividos y el amor una pompa
de jabón". De los árboles colgaban
los lamentos de Eco,
el espejo de Narciso,
la partitura de Orfeo,
el eterno silencio de Eurídice.
Tinta violeta es con la que escribe Narciso.

Si Eco hubiese sido sáfica, en su estrofa
estaría ella misma y la dulce Eurídice,
que aún permanece en el lugar inferior
que aparece cuando se atraviesa la Estigia
en griega nao conducida por Caronte.
Cuentan que el barquero llora mientras
pasa el otro lado de la vida portando,
en su fúnebre barca ornada de tules y
negros velos, bellezas insondables que
hubieran hecho (in)felices a esos dioses
con barbas de chivo que babeaban,
seminales, ante unas caderas de ánfora.

Mas no todo fue como fue y esto es así
porque así he resultado en esta primera
hora de la mañana de hoy, bajo la sombra
del ficus verde oscuro donde reflejo
mi memoria en estos pocos versos
tras los que escondo cuanto he dejado
de vivir, porque de la vida se aprende
una vez que ya no hace falta. Mas Eco,
desfalleciente de amor, no deja de ser
un recuerdo salobre que pone una azul
sonrisa en el momento justo en el que
concluye este poema no sé si edípico,
sí estéticamente bello,
por las diosas (mujeres) habi(li)tadas.

Calabardina, 4 agosto 2012
José Luis Molina Martínez

viernes, 10 de agosto de 2012

TEMPLOS ATEOS, CAMPOSANTOS SERENOS

Templo de Zeus en el Olimpo
Esa casa, anhelante por acoger el silencio
y favorecer el florecimiento de la soledad
como petunia humilde luciente sobre la mesa
en la que todo se pone,
para todo tiene un hueco grato,
sostiene un sólido cimiento en la palabra
señora semejante a un oasis sulamita.
Son palabras, sí, pero bendicen los argumentos
más útiles ahora, más necesarios ahora,
cuando los ríos bajan revueltos, nadie
tiene potestad -voluntad- de acabar
con el dolor de vivir en tanta angostura
con la que castigan los causantes del estrépito.
Su eco se alonga hasta el camposanto
siempre sereno, siempre habitáculo
de árboles sonoros por cuanto pájaro
humilde afina su canto en las verdes ramas
sin frescor diurno. Se parece el meditado
secreto al rumor salobre de la orilla marina
en donde la gavina posa sus pasos pesados.
Los mirlos la sobrevuelan llevando un velo
de agua en sus picos que pican la hoja
y avienta esa gota obsesiva perenne
siempre en la canícula si la ola levanta
murmullo musicales al chocar contra
la arena coronada de un sol violento.
Esa debilidad emocional, originada en el vuelo
del cormorán, accede a la altura de las cucalas
que ennegrecen el horizonte de la nube sembrada
de opiniones diversas. Así pierde el destino
del pentagrama, el vozarrón del sochantre,
el agua perfumada de flores marinas,
de ecos básicos enredados en el baladre
origen del verdor de la rambla.
Mas no siempre será ta tal modo.
El sendero no bordeará el precipicio del agua,
el caminante herido de sol no sumerjerá
su mirada en el vacío desamparado del arrullo
nacido en la oración azul que pierde aroma
según la hora del día. Intenso barroquismo
sobre el cadeo del ardoroso ponto, cuando
se acerca a la Cala de la calle Tranquila,
engarza la piedra como símbolo de eternidad
caduca porque dejaré de ver, en algún momento,
cuando el dios me señale con el dedo
y regrese al lugar del que hubiera sido
mejor no salir, porque aquí sobro yo.
Ningún lugar mejor que el desierto
para la palmera, junto al oasis, para no
ahogarse en el abrazo del sol del medio día.
Por la noche refresca y la arena no se levanta
para sepultarte, como ocurre mientras
el horizonte es diferente,
según ocurra el milagro del viento.

 De un libro de Salvador Espríu

Calabardina, 31 julio 2012
José Luis Molina Martínez



domingo, 5 de agosto de 2012

DIVERTIMENTO

Fotografía: (c) Mariano Hernández Pérez. Extremadura, 2005




















Condiciones extremas compañeras
del estío son los vuelos sutiles
sobre las espadañas con civiles
velos de agosto podrido. Ligeras

parecen, especulaciones meras
sobre lo febril de los cuerpos viles
de los espectros negros cuando miles
de insomnios soslayan efigies veras.

Fingen las alondras en la alameda
sus nidos de sonidos duraderos:
atrayentes son, sirenas canoras.

De espesura de humo proceden floras.
Al silencio acuden gemidos fieros.
Se aman en el misterio el cisne y Leda.





















Fotografía: (c) Mariano Hernández Pérez. Extremadura, 2005

Mariano me envió esta fotos para decorar el soneto y así lo hago. Gracias


Calabardina 1 agosto 2012
José Luis Molina Martínez


EL TIEMPO QUE NI VUELVE NI TROPIEZA (Francisco de Quevedo)

(c) Edward Burne-Jones: The Wedding of Psyche.
¿Quién habla, como Lope, de "amorosas
pretensiones"? Pasó el tiempo de Venus
que, "después de acordado da dolor".
Sólo la historia es experiencia y cada
cosa en su tiempo, sí, ese "que ni vuelve
ni tropieza", como dijo el clásico.
¿A qué aspira un hombre de mi edad?
A exponer en el silencio del rocío
cuanto ayer fue emoción, hoy memoria
agraz por la niebla que lo rige. Ayer fueron
las palomas de mi infancia, hoy aquel
amor correspondido. No hizo falta más
para enlazar la vida con los altibajos
comunes. No pido cambiarla ni entretenerme
en lo que pudo ser y no fue, en lo que fue
y pudo no ser. No es hora de filosofía
tanta porque el ruido avanza inexorable
y ocupa el espacio de una reflexión,
de la sonrisa que provoca una emoción
placentera, un espacio neutro en el que
no sé continuar y se me arrebata el recuerdo.
Eso sí, no se olvida jamás
el regazo de la madre,
ni los árboles de la plazuela,
cerca del horno de la señora Catalina,
siempre con olor al pan que colmaba
el desasosiego de lo no existente.
Contemplo ahora las fotos infantiles
y observo los cuidados familiares.
Siempre aparezco peinado con una precoz
seriedad, con un silencio azul recién
estrenado entre mis labios severos.
Debí ser un niño bueno en su colegio
de monjas, todas madres, Madre Amada,
Mater Inmaculata. Lo de rosa mystica
lo aprendí después. Era como desear
lo inalcanzable, esa flor que no quieres
se marchite, esa madre a la que ansías
entrar, esa mujer que pretendes tuya
y sólo a ella misma se pertenece.
Pero es un deseo tan noble que,
si lo alcanzas,
no sabes decir cómo es,
como si trataras de coger agua del mar
y que no se escapara de las manos
y después son gotas y, a poco que el sol
las vea, tienes la piel seca como el
cascabillo.
Eso, al menos, escuchaba en mi niñez
y luché porque esa palabra fuese mía,
ese claustro fuese mío,
y aún no he alcanzado a morar en el prado
que alienta el ciprés de siempre,
el pozo sin agua de siempre,
el murmurio de los mirlos comunes.
Se ha roto el encanto de la hora.
Cada uno va a su lugar y yo,
en medio del descampado,
escucho el vuelo de los córvidos
que planean sobre el sementero
en busca de un tallo virgen -tierno-
para cumplir con el eterno encargo
que repite de otro modo,
según la posición astral,
en diciembre a hurgar entre la nieve.
Alguien, muy cerca de mí, enhebra
la aguja cuyo coso no ve,
no alcanza a señalar en el mapa de sus dudas.
Después, miraremos el mar,
y, si los gritos nos respetan,
volverá la gracia a nuestra estancia,
a este rincón de la calle Tranquila.
Pronto ya no habrá ni espera,
sólo será la plenitud del tiempo
y un ser poseído por la luz
que no deslumbra y trae palabras nuevas
con que hacer poemas prosaicos
para que mis lectores entiendan
lo que conmigo va.
No siempre será así
porque diariamente, cuando digo yo,
digo género humano, amigos, vasallos
e cofrades del Dios omnipotent.

Calabardina 26 julio 2012
José Luis Molina

EN EL PARQUE DE LAS PALOMAS

(c) Fotografía: Gerardo Piña Rosales


El dolorido aspecto del rictus facial,
mientras el fuego levanta llamaradas
escasamente festivas, semeja imagen
sobria del tremendo conflicto generado
sin que nadie sepa el inicio sombrío.
Se acumula el descontento,
la sinrazón se impone.
¿Qué llama busca el laurel o el jacinto?
¿Qué clase de humo asciende a la cúpula
del castaño? ¿Qué naranjo ofrece
perfume de humo cuando el azahar
perdió su importancia?
El cielo tiene su azul caliente
y la nube niega su blancura oculta
en la misma inocencia. Huye del rojo
crepitar, se aleja del calor absoluto
del fuego veraniego. Arde hasta el misterio,
el arrobo, la muralla arévaca del castro,
los grimorios en rimero que invadieron
la soledad de la biblioteca eterna
en la que se aprenden los sortilegios de Venus.
Pronto volverá el silencio sobre aquellos
restos de cenizas sin futuro, con su pasado roto,
con su presente vacío de prado, de arbusto,
de candidez perdida porque aquel fuego interior
concluyó a la hora concreta en la que
los pájaros acceden al frescor de la media
tarde, en la ramita salobre escondida
en la pechina del sarmiento que hiere
de lividez la antífona de letra capital
miniada, de adornos florales vistosos,
en la que el fray dejó vista y amor
en la armonía de los colores amables.
Es este el entorno físico de un espacio
de intimidad que alienta los viejos
principios de la costumbre de amar,
del transcurso humanado del camino
de los meses, del sendero de los días,
del silencio momentáneo que ocurre
cada vez que un ángel viajero traspasa
la frontera que se inicia algo más allá
del límite intuido desde aquí, lugar
de improperios salmódicos,
al llegar al lugar de los azufaifos.
Implora el poeta un sosiego pacífico
que le procure la soledad precisa, el justo
silencio, cuando se siente en la atalaya
de la calle Tranquila y mire hacia su adentro
en busca del recuerdo perdido, de aquella
madre que ansía diariamente: si ahora
habla con ella, él mismo es su respuesta
y no es lo mismo, que ella, al hablar,
miraba con ojos dulces y él se sentía
íntimamente reconfortado y, después,
la vida ya era otra cosa.
Y su presencia, hermosa.

Calabardina 25 julio 2012
José Luis Molina Martínez