jueves, 26 de julio de 2012

EL GRITO AZUL DE LA PALOMA DE ENTONCES


El vuelo de la paloma hasta la tarde asciende.
Se alimentan de las migajas que los niños
de pan y chocolate abandonan a la hora 
de la merienda. Eran, sin embargo, fieles
y regresaban a su revoloteo. Parecían sus voces
oraciones furtivas. Se las veía dichosas porque
nada andaban pedigüeñando. Tampoco gemían
ni gritaban. Los perros vagabundos oliqueaban
el lugar de su alimento, su refectorio,
sin escudilla,
en el suelo terroso de la plazuela. Ellas saltaban
jugando al exilio, pero volvían, raudas, algo
más allá, tras el ejercicio de sus alas.
Regresaban a su picoteo repetido,
a su atávica costumbre,
a sus alambres que, en su palomar de la torre
de la Colegiata les servía de refugio porque
variaba el tiempo y la lluvia impedía sus
cortos vuelos de variados colores, blancos,
grises, pues sólo conocían el camino de la 
torre al suelo de nuestra indigencia, donde
los niños jugábamos, mientras la tercerica
sonaba fúnebre duelo en alguna casa cercana.
Al Ángelus, todas acudían al silencio del 
recuerdo al Dios de cada día, de cada hora,
dueño de la vida, dador de muerte al fin
de los días concedidos, mientras el encorvado
preste cantaba el gori gori pidiéndole al
Omnipotente que acogiera en su refugio
eterno el alma de este difunto que acababa
de hacer la guerra y deseaba paz, la que no
llegó a gozar porque la enfermedad hizo
los que las balas no pudieron, paloma de
la paz, ora pro nobis. Los niños, al regresar
de la escuela de las monjas de arriba,
mercedarias de clausura (que comían
de las limosnas que la caridad cristiana
le suministraba), inventábamos juegos
enloquecidos con una simple cuerda,
unas bolas de barro quizá cocido. en silencio,
en busca de augurios o de misteriosos
conjuros que no permitieran ver
el hada del atardecer,
el ángel adosado a la fachada eclesial
que iba a emprender su música cuando
recogiera su oboe, el que estaba a los pies
de su paciente espera pétrea y secular.
Hoy, aquel ángel mío de cada día, se halla
sobre un pedestal. Sabe que los niños de hoy
no añoran música celeste, ni saben que el
terremoto tiró al suelo la mitra del obispo:
no miran al decorado que compone
el frontispicio de la fe, el consuelo del pobre.
La flor roja adorna el arbusto desteñido.
El sol saltó la raya del horizonte.
Otro día sucede al de ayer.
De nuevo, las palomas se inventan un vuelo
corto y se burlan del perro que las ahuyenta.
Hasta que el juego acaba en cansancio.
Alguien dice mi nombre y vuelvo mi cabeza
hacia la realidad de hoy, veinticuatro de
julio de dos mil doce. Dentro de poco
seré olvido. Ahora busco respuesta acelerada,
que me ha regresado el gozo de ser un día
más algo nuevo mientras mis años se notan
en la piel de mis manos, en las estrías de mis ojos.


Calabardina, 26 julio 2012.
José Luis Molina Martínez

martes, 24 de julio de 2012

NINGÚN MISTERIO PRODUCE INQUIETUD


Ábalos
Las caras del humo parecen fantasmas
agrietados por su variable fortuna.
Hasta perderse, ascienden la escala
de sus tonos señaladamente oscuros.
En su lugar, aparece la nada sin sueños
adheridos como adobes con mortero
de otro gris peligro de clausura,
de encierro,
de invariables paisajes diarios:
césped cuidado,
árbol eterno,
pozo sin agua.
Las pequeñas grietas de los muros
son para los pájaros que horadan lo justo
para hallar su hueco entre oración,
campana y humo de incienso
que revolotea hasta el crucero,
la cúpula ajena a la luz,
el destino del rezo,
el gregoriano ictus tonal,
el sano silencio del sestero

-dormiunt in somno pacis-,
a la hora de tercia,
cuando más duele el férreo sol
nacido tras el canto azul:

las palomas lo corean con zureos pacíficos,
con movimientos esbeltos

como aves que son sin infierno.
Ahora mismo, un novicio nuevo
no soporta el silencio y, caída la tarde,
abandona el sosiego de los frutales del huerto.
A esa misma hora, alguien balbucea lenguaje
que sólo significa la profundidad conocida
y cómo eso es tan sólo el comienzo del largo
erial intuido: la oscura noche del yo.
Como si la luz

permaneciese mucho tiempo sin daño.
Son momentos y,

en cada uno de sus destellos,
el alma inquiere tantos sentidos abiertos
al más allá,

como inquietudes siente mientras
los ojos son cada vez más lejanos,
más eternos,
más asombro
en sus óvalos almendrados, etéreos

lacrimógenos.
Luego, la realidad pone cada cosa en su lugar
de siempre. Aquí un deterioro, allí una lágrima,
en ese rincón un llanto, en la esquina
un arrebato placentero, un suspiro sonoro,
una nostalgia incólume.
Vuelvo, pues, a mi oficio de cada día

y dejo de pensar que fue en otra época
cuando el hombre se dejaba llevar
por la mano de Dios.
Hoy el hombre conduce su mascota sometida
a los tirones de la cuerda
porque estar solo le pesa como el cielo
encima de su cabeza y no sabe qué hacer
con su vida
como si esa urgencia fuese un misterio.



Calabardina, 23 julio 2012
José Luis Molina Martínez

lunes, 23 de julio de 2012

MALEZA A LA ORILLA DE LA RAMBLA HORMIGONADA

Desde la torre de Cope hacia el cabo (Fotografía: José Luis Molina)
Rosas de jardín urbano, arbustos
apresados entre los hierros de la
baranda sobre un cerco de cemento
para evitar que la tierra se extra-
limite. Moscas sucias revolotean
los matujos de forma de copa,
de un lánguido verde dormido,
enfermo de sol sin agua. Árboles
torcidos, laocontes sin gracia,
en busca de un color celeste,
se inclinan sobre la orilla
de la rambla que no vio agua
corriente desde que el baladre
pusiese en su silencio tacaño
un aura agostadora, perpleja.

Las hojas de las acacias tienen
los tallos morados, sus hojas motean
de amarillos feos y no muestran
al viajero su antiguo dulce pan de rey.

Era pobre aquella infancia pero tierna.
Nunca quiso el auríspice abandonar
aquel recuerdo amargo, qué no sufrirían
aquellos demacrados seres de la foto:
adorna ahora su mesa, mas es perenne
memoria de aquella personas que no dieron
un cielo a los niños desnutridos pero alegres,
festivos, de bellos ojos asombrados ante 
el milagro de soñar cada día una vida
que aprender. Cada uno hizo lo que pudo,
a Dios gracias.

La vida renueva su ciclo. El ciprés es perenne
y las enredaderas, las buganvillas, el azufaifo
y todos los seres que buscan las alturas, como
los turiferarios que alborozan sus gestos, cuando
saben que su óbolo cromático alcanza las nobles
columnas doradas del retablo talmente hortera.
Aquella frescura floral del templo ascendía
hasta donde llegaba su plegaria: panem nostrum
cotidianum da nobis hodie. Ayer entró en agonía
el desnutrido preste de la misa de doce:
la campana predicaba el dale su descanso eterno
y los pencos bayos de ancas engrosadas lucían
paramentos y penachos negros como el oscuro
destino de los que no saben donde van.

Más cerca de la muerte que de la vida,
vuelven a mi consideración aquellos días
felices del verano sangriento de tábanos
y feroces culebrillas pequeñusas nacidas
del hambre, buscadoras de algo que atrapar
y deglutir, fuera ratón, fuera pájaro incauto.

Yo fui apresado por la trampa del cazador,
pero aquellos días ponen en mis labios
entreabiertos
sonrisas de niño que aún perduran.

Calabardina, 20 julio 2012
José Luis Molina Martínez



domingo, 22 de julio de 2012

LA VOZ OSCURA DE LA NOCHE SIN LUNA

La lectora (Jean Jacques Henner, 1880)
La quieta pálida ardiente luz del sestero
quema efigies atrevidas por el aguerrido
silencio solar que calcina el verdoso
grito del prado hollado de bailarines:
festejaban el fin de la siega. Mas, también
gustaban de ceñir el talle duro de la agraciada.

Todo iba así como la cálida corriente
del plácido regato de agua casi tibia
en el sequeral dichoso de la llanura.
Todo iba así, como bandada de pájaros
sin hora, mientras el mirlo escondido
en la humedad de los árboles frondosos.
Todo iba así, como vacilenta nubecilla
polvorienta que ansiaba elevar su altura
hasta el cielo de la almena castellana. 
Todo iba así en la parda mirada
de los sufridos campanarios de espadaña
enjuta como sombra de cigüeña ruidosa.
Todo iba así, igual que la luz del claustro
a la hora del ángelus, mientras insectos
orinegros sellaban las redes de los arácnidos.
Todo, pues, crecía según su voz,
según su salmo ascendía por los taludes
bíblicos con acompañamiento de gárgolas
y misterios negros: las ánimas que no
encontraban su lugar y se detenían
en el cuenco de la pétrea pila del agua
bendita. Nadie las echaba en falta.


Duros eran los talles pero cadenciosos,
curvos, cálidos, de tanagra vivífica,
de apretado deseo, de milhojas dulce,
de adolescente candidez dentro de su
sabiduría innata. Así que la mirada
desfavorecía el ansia. Era mirada
travesera cuyos acordes sonaban a
desconocidos para el danzante, absorto
en su meneos, allí un salto, ahora un giro,
y su sueño en el ánfora de la virgen
que ahora juega con la pasión despertada,
con la sombra del pestañeo, con el adiós
al pañuelo dejado de la mano de Dios
y por nadie recogido. ¡Qué inocente era
agreste generoso! No osaba levantar
la frente de su hambre concupiscente.


Todo feneció aquella tarde romera,
cabe la primera suavidad del airecillo
afunebrado, reposado en el camino
de los fresnos heridos de soledades
diversas. Se acabaron los acordes.
Cerraron los cielos su crepúsculo
y los campaniles eran manojos de flores
broncíneas, azulados susurros de
sensibles fracasos sensuales. Se acabó
el sortilegio y quedó preso de su flor
el perfume penetrante del don diego,
del galán de noche, del jazmín que fallece
en el vaso que encima de la mesa no es nada,
pero perfuma en la oscuridad solemne
de la hora, pues esta noche la luna
es una ansiedad vulnerable.



Calabardina, 19 julio 2012
José Luis Molina Martínez







sábado, 21 de julio de 2012

TODO PARECE AÑORANZA ESTETA APRENDIDA EN LOS LIBROS




Sobrevolaron las ruinas pensamientos sombríos.
Lluvia frenética embarraba las difuntas piedras
significativas. Hoy son despojo estéril de tantas
cosas que encierran artesonados, maderos sobrios
laborados para el fuego, descabezados por la edad
adusta prolongada durante su historia. Nada es
de la noche a la mañana. El proceso de la herrumbre
parece el transcurso vital de los seres elegidos que
trascienden su propia esteta destrucción pausada,
funesto asalto de la corrupción imparable de las
cosas. Todo fenece, hasta los dotados de futuro.
Traspasaron los umbrales recuerdos imprevistos,
no claramente definidos, la neblina ante los ojos
dificulta la imagen que fue de aquel palacete
de columnas torneadas, arco triunfal para su
acceso y ángulos ornados con flores sobre sus rizos
mientras con lanzas puntiagudas, con orín, empujó
al infierno de los rufianes a los demonios enemigos.
Allí hubo balconada sobre el patio pluvial, sobre
el brocal, sobre la miradas tras los cristales que
borrosamente permitían divisar el exterior, paisaje
secular admirado por el fray honesto que cuidaba del
oratorio, olmos centenarios de copas sobre los muros
que tapiaban el patio de armas, el secreter de la
castellana. Por eso quedaron soledad y silencio
unidos al arrullo de los cantos de las aves canoras
cuyos nidos estaban escondidos en el murmullo
del aire, en la sombra de las magnolias de color
de adolescente embellecidas por el sonrojo.
Arroja la colilla el paseante moderno y vuelven
los cipreses, los castaños de cúpula redonda a su
verdor eterno, duro, profundo, sin apenas humedad.
Regresa el misterio a las ruinas mientras el sol
avanza, intolerante, por encima de los alcores,
por encima de las ocres tierras de labor. Vuela
la alondra de color terroso, cantando impecable-
mente, hacia el cielo del lamento. Sueña el mirlo,
siempre en traje de etiqueta, ecos de su propio canto
aflautado, individual y enseñoritado. Todo vuelve
a su lugar. El encanto es un señuelo: es hora de
regresar al salmo. Llega la sombra del cinamomo
hasta la rosa musitada a lo lago de la esperanza
cálida del pincel que recoge, en sólido muro,
aquello que fue y hoy es poema escrito bajo
la imagen preclara de la Gloriosa adosada, a
la fecha, descabezada y mutilada de la mano
que bendecía la extensa llanura gobernada
desde aquel frontispicio que cuenta una historia,
una leyenda, imagen dulce, olvidada de los laicos
posmodernos, que renuncian a la placidez
humanista simplemente por incapacidad de ver
algo más allá del momento, carpe diem con
moza fermosa, que así está todo, Amén Jesús.

Calabardina, 17 julio 2012.
José Luis Molina Martínez

martes, 17 de julio de 2012

EL SOL DE LAS DOCE

Ángelus (Millet)
Somera fortaleza la de la piedra frontera
al sol devastador del fatal verano.
En chinarros hirientes deshecha,
alfombra el suelo de pies descalzos
pisoteado como si el claustro fuese
refugio de oraciones mentales,
colmado de liturgias de las que sólo
nos llegan los ecos de los acólitos
como ángeles sabedores del canto.
Capiteles sabios ilustran historias
devotas, malignos símbolos de feroces
fieras, ora sierpes, ora flor de draco que
apresara novicias azules. Vuelos suaves
de alondras castellanas surcan el pausado
balanceo del prado frondoso: calcina
la palabra anunciadora, mientras
el ángelus
se hunde en el brocal impelido por las
campanadas oferentes de reflejos de nubes
esplendentes: sueñan con expandirse
en el horizonte del asperges simbólico.
Hay paz
-dicen-
en estos senderos oblicuos de la antífona
dichosa junto al oratorio monástico.
Todos los prestes ofician el mismo
sacrificio y los lábaros sostienen el incienso
a la altura de la oración.
A la sombra severa del árbol del atrio,
parece detenida la vida terrena. El cielo,
ocupado por ángeles risueños,
se adentra en el alma
y las palomas zurean
en este aposento nuevo.
La piedra arde,
la hoguera invade espacio prohibido.
Es la hora del nuncio. Ave, Eva.

El cielo de Cope al mediodía. Fotografía de José Luis Molina

Calabardina, 16 julio 2012
José Luis Molina Martínez.


ELOGIO DE LA VIDA INTERIOR SENTIDA COMO ANTIGUAMENTE

Ruinas de Santa María de Óvila (Trillo, Guadalajara).


Quebradas las basas asentadas en la fertilidad
del prado, los capiteles tallados por orfebres
felices, su creencia en el cincel, cayeron al suelo
seguramente bendecido, sin estruendo polvoriento,
con la serenidad de mártir. Así perdieron su pétrea
historia, en cada columna héroe virtuoso distinto,
sumergida en la bruma de aquella edad llamada
oscura, sin saber, a ciencia cierta, qué fue época
tan duradera, por fortuna. Aquellos mostraban
símbolos quiméricos cuya fuente ha manado llena,
en forma de grimorio esotérico como sustento,
hasta la barbaridad que trajo el invasor más
guerrero. Este anuló cualquier espiritual endecha

o salmo en canto arrebolado e impuso la incultura
como santo y seña,
perseguidos los filósofos,
sacrificados los poetas.
Sintomático parece.
Destruyen cuanto les recuerda que la vida es
un soplo, el que después, como turistas,
silenciosamente, admirarán, como el hálito
de un Dios festivo. El mismo que presidió
honorablemente la vida perdurable, amén.
Esta vida es un mar abierto a ese inmenso
horizonte que es la mismidad abisal donde
ocurren las cosas más alejadas del espectáculo
espectral. Quizá haya que sentirse
con la condición del páramo elegido
para que la ciencia traspase la palabra y sea
scriptorium secreto. O bucear

en la interior bodega del espiritual deseo. 

¡Nunca hubo tanta soledad omnisciente como
en el remanso de esa historia que ansío vivir
diariamente y por eso mi habitáculo en la calle
tranquila! Sólo esperar que en claustro cercado
viva la experiencia salobre de la esteta presencia
de la intensidad expresiva de la oración
de profunda comunicación estable.
Por ello, aquí, a la orilla del salmo,
como si sólo esperase el murmullo.
Sé que también hay otras cosas.
Pero no son estas porque ya son ruinas.



Calabardina, 17 julio 2012
José Luis Molina Martínez

viernes, 13 de julio de 2012

HOGUERA SOBRE LA PIEDRA DE LA SEÑORA NATURAL

Madonna col bambino (stile di A. di Duccio, circa 1469)
Duradero encuentro en la ribera
de las campanas de sonido enlazado
al fluir de los ríos de plata sonora,
verde eco alongado hasta los meandros
de la llanura estepada. Las sarmentosas
ramas báquicas del árbol umbro,
enraizado en la corriente luminosa
que siembra de color el prado, ofertan
sombra novedosa a quienes busquen
consuelo, sosiego escasamente variable.
Los acebuches inician el soleado
refugio de los lagartos y salamandras,
mientras la hierba seduce la amplitud
del silencio no habitado. Una ermita
florece cabe el árbol apacible.
Cercano, el pozo del misterio como
novedad en barca con zafiros.
Acoge la luna al huir de la celeste
ruta del retorno. Sobre la gárgola, 
un arcángel despierta la rosada
aurora que se acerca sin prisa,
atraviesa la montana frígida 
y se hace mañana, reverbero dorado.
Se acerca a la soledad de los pobres
olivos de aceite goloso, suave,
oriverde, y renueva la alegre longitud
de las salmodias. Sobre la puerta,
sedente beatitud de madre señora.
Más allá, el aviso de la pantera: acude
sinuosa, exhalando perfume oneroso.
Al final, reposa bajo los pies de la
Madonna, almendra de piedra,
sarcófago celeste, anuncio de sepulcro
sagrado, órfica imagen de lentitud
varada en la estela de la amorosa
magnitud de la belleza uniforme.
A esta hora del crepúsculo, nada
es de manera estable. Cae, abandonado,
el velo oscuro del tiempo de este día.

Caladardina, 13 julio 2012
José Luis Molina Martínez


miércoles, 11 de julio de 2012

HE CONTADO SU MAL LLORANDO EL MÍO (Francisco de la Torre)

María Magdalena. Josefa de Óbigos


Algo que no es vulnerable ocupa un espacio
interior cuyo silencio sincera imágenes y
símbolos dignos de la palabra oscura. Vuelve,
regresa la sombra del cardomomo a herir
la luz agreste, la brisa de oriente, el sueño
del color anidado en la feble potestad de hacerse
poderosa flor, hasta que el nuncio vocifere
su propuesta como ensalmo, mientras los clarines
despojan de su limbo a cuantos asoman por el
horizonte donde se avienen sedosas nubes
y aladas aves que las sobrevuelan y se pierden
en su espesura como si de pan candeal se tratase.

No renuncian los cipreses a ser refugio canoro,
ni la tarde a envolverse bajo sus ramas sarmentosas,
ni el color a renovarse en verde pasión, hasta llegar
a la oración angélica. Soñada mientras, despierta,
el aura del incienso escucha la levedad del claustro
tantas veces recorrido con cautos pasos reverentes
para no herir el descanso secular de los monstruos
de las gárgolas que llenan de soledad las paredes
monacales, los cabildos catedrales: los sochantres
entonan con gravedad ilustre la última hora.

Rebosa el atrio de cuidado césped:
es un prado sin ponzoñosas sierpes,
bendecido por la estancia descalza
de la Mujer Divina, señalado por la
acetra, espejo en reverbero,
agraciado con la sonrisa de las
adolescentes que acercan flores esotéricas
al altar pétreo cautivo del pozo que refleja
estrellas silentes las noche de luna pura,
pulchra ella, con sus pies acostumbrados
a las asechanzas de la facción rebelde.

Loa árboles ignoran su escondida
fronda tras los muros del campo-
santo adosado al oratorio enhiesto
en el rincón celeste de esta tierra
malhadada. Aquí las lápidas de las
sepulcros: los llegados por la voluntad
de los habitantes de los cielos señalan
el final del tiempo. Después, la libertad.

Desconozco cuánto más durará
el ocaso verdoso del templo.
Si lo hace más que el humo
del incienso, el reposo será
eterno, que es como rezar
el Magnificat y desear que
las estatuas de las fachadas
eclesiales se acerquen al prado,
convocadas por el ángel
del oboe, para aceptar su lugar
en la sinfonía verídica de aquella
vida, desconocida en su esencia,
más allá de la adoración y el derecho
conocimiento y contemplación.
Toda un ansia armoniosa.




Calabardina, 10 julio 2012
José Luis Molina Martínez

martes, 10 de julio de 2012

EL SOSIEGO, FRUTO DE LA SOLEDAD

Ruinas
(c) Foto tomada de la red

Edad de sosiego es la mía, de íntima paz
no devoradora de la contemplación
de cuanta vida interior bulle en el paraíso
ruinoso de la útil meditación de todo
aquel pasado,
de la consideración no profundizada,
de aquella ponderación no excesiva
-pensar es decidir tras someter
a evaluación el juicio-,
de la conclusión que por caminos diversos
llega al mismo claustro,
a la soledad creadora nutrida
de silencio,
de sombra de árboles arracimados,
de pájaros acostumbrados a los salmos
coronados de antífonas,
como de penacho las grullas.


Mi sosiego es el laboreo, entre el rimero
de libros, unos en las estanterías,
otros captados en la red que acerca
la ciencia y el plagio.
Es mi forma de soportar la pérdida
de la emoción que era -es- vivir:
la edad hace mirar el futuro
como acercamiento a un padecer
para el que, como mayor, se está sin defensa.
¿Quién hará por mí lo que ya ahora no puedo?


Al tiempo presente,

aún pongo una palabra tras otra
y reflejo esas dudas sin más poesía
que mirar ese horizonte que toco con las
manos, aunque me traiga un atardecer
que anuncia la noche a caer sobre mi memoria
sin que eso malogre mi creencia
en la estética,
en la bondad del ser,
en lo inútil de la convivencia:
vivir gasta, convivir mata.


Comprobar la decadencia de quien fue lozanía
y ahora deterioro sólo te hace desviar los ojos
del tal sufrir, porque parece un fuego
que no se puede atajar:
yo también soy atacado por la herrumbre
y no es mi potestad acceder a la atención
que la edad exige.
Por eso, el sosiego sólo es soledad.
Y la soledad, silencio.


A la espera de la eternidad,
permanezco sentado en el sillón
-¡beato sillón!-
que tiene apropiada mi silueta:
sólo soy dependencia antes que eternidad.


Calabardina, 3 julio 2012.
José Luis Molina Martínez


lunes, 9 de julio de 2012

ATARDECER OSCURO

La isla del Fraile desde la playa del Arroz. Foto: J. L. Molina


Sólo viene del mar en silencio,
en este crepúsculo azul-pizarra,
bajo un cielo de pulcro pálido
gris, un manifiesto símbolo
de variedad salobre,
de ejercicio contemplativo.
Accede hasta mí, que no pregunto
ni incluyo sonidos en el pebetero
de la soledad adueñada
del tiempo, porque lo oscuro
no cubre todo el páramo donde
los pájaros -las alondras- sumergen
su música en catedrales líricas
y engendran acordes etéreos
de verde aliento en sus picos
anegados de lejanía.


Orfebres son los silencios,
rústicas las nubes que algodonan
un horizonte ya perdido
antes de que los barcos acerquen
sus proas al vaivén de los muelles.


Es tanta la paz merecida que
su posesión, en una difusa mirada,
abarca cuanta escasa luz queda
entre el olvido y la charca salina
en la que se refleja la palmera
y el lentisco rojo de la orilla.


Si se adentrara la noche hasta el búcaro
en el que se refugia la flor del cantueso,
nacería un nuevo himno. Quedaría 
sobre el aparador como uno más
de los recuerdos que madre dejó,
como beso sin aliento,
antes de irse a su lugar.


Aparto una chispa los visillos
para que entre el último suspiro
de luz, antes de que abandone
la pluma sobre el papel
en el que sólo queda un desaliento
amado,
y mire por la ventana de la calle
tranquila
el panorama ganado por una tiniebla
resistentemente abrazada
a un azul delirio mientras fallece
sin saber nada de los caballos negros.


Calabardina, 5 julio 2012
José Luis Molina Martínez









jueves, 5 de julio de 2012

DEJADOS DE LA MANO DE AFRODITA EN LOS JARDINES






Bajo el color de la sanjuanada florida,
ante las puertas de las ermitas, tiempo
ha abandonadas a su suerte y en ruinas
casi, las hogueras lamen los sueños
de amor de quienes se acogen
bajo el silencio de los árboles para liberar
los suspiros que muerden el corazón
de las ilusiones liberadas,
como aceite verdoso que corre
desde el olivo y refresca la reseca piel
del susurro inaudible que encierra
la imposible muestra de correspondencia,
por las dudas que genera una entrega
generosa: acción así limita la independencia
o prepara la huida. vergonzosa.
No todo es amor en el infierno
de esta vida afable por una parte, dulce-
mente egoísta si no se iguala entrega
y recepción. No hace falta ceremonia
de aceptación, fiestas de Afrodita
en los jardines, el silencio de las arreforias
introducidas en la cueva del subsuelo,
en donde la serpiente cohabitaba
con las jóvenes cercanas a Atenea.
Mito arcaico y misterio pudoroso
que pone sonrisa furtiva en el poeta,
pura arqueología el dato. Amor es
otra cosa porque mi alma debe estar
detrás de ti, objeto de estremecida
pasión. Amar es hacerlo en las dificultades
mientras la ruina pertenece a lo imperfecto.
Amar es hacerlo aunque no sea correspondido
y no porque sea postura romántica,
sino porque sólo se es con persona elegida,
pese a quien pese,
compañera dulce del sufrimiento.



Calabardina, 30 junio 2012.
José Luis Molina Martínez

lunes, 2 de julio de 2012

DEL LLANTO DE SOR FILOTEA MIENTRAS SE SENTÍA MORIR TRAS LA CELOSÍA Y DEJABA CADA NOCHE EL MISMO POEMA ENTRE LAS HOJAS DEL LIBRO DE HORAS

Entierro de Santa Cecilia. Luis de Madrazo




Mirar por la celosía es sólo
entrever deformada imagen exterior
mientras de las celdas procede
la amplitud penitencial
del candor rosado,
de cuanto se imagina sin conocerse,
de tanta sumisión fraternal,
de tanta oración que no atraviesa la duda,
de tanta duda que plantea
creer en la vida eterna,
cuando la temporal es un cilicio
que adentra el daño hasta el páramo
que comienza justo en la puerta de clausura,
todo mundo sin conocer afuera,
donde las oraciones suben más alto
porque la catedral es como la fortaleza de Dios
y se asciende a la torre para gozar del cielo
más cercano que si se observa desde la ventana
blindada por la celosía para que la monjil
carita de ángel no se admire desde la calle.


Ensordece la campana cuyo sonido sólo
es alegre a la de Completas, porque así se sabe
que concluye el día,
que dormir es un modo de muerte incruenta,
cierras los ojos y sólo tú lloras tu sepelio,
sin que recuerdes el nombre de tu madre
ni tengas hijos que te lleven en andas
según la costumbre antigua, y se detengan
sólo para orar ante las hornacinas dedicadas
a Nuestra Señora, que son las vigilantes
de la calle, no sea que el desdoro se acoja
en ella y se olvide la presencia de Dios,
el rosario de la aurora o la prédica
del preste que luego aloja barragana
en la casa del atrio, junto al convento
cuyas ventanas se protegen con celosías
para que no entre el espíritu mundano
en tan noble casa de doncellas.
Dios sea loado.
Pero mejor morir que mustiarse
mi cuerpo y mi alma sin nada que llevar
a mi pecho cuando mi amor de madre
no encuentre sosiego, sí mucha soledad.
Pido a Dios perdón porque no soy
para esta clase de vida,
que sólo es castigo para mí
que sólo vivo hacia fuera
y miro por la celosía el tiempo que robo
a las cosas del convento.


Calabardina, 27 junio 2012
José Luis Molina Martínez





domingo, 1 de julio de 2012

LA PIEDAD DEL SILENCIO

Catedral de Murcia. Fachada.

¡Cuántas cosas quedan en mi exterior,
en el entorno silencioso y solitario
buscado para vivir el tiempo que me resta!
En ellas pienso,
en el hombre que las orilla,
y las convierte en experiencia.
Las medito y las convierto en conocimiento,
luz y esencia,
refugio y discurso.
Lenguajes que cercan los elementos
a conocer,
a meditar,
a recomponer,
a transformar en unidades filosóficas
para acceder a las teorías que alojan
los sentimientos en el centro de su sagrario
sellado por la palabra transverberada
por la calidad prestada para que
las deducciones funcionen como ideas
interiorizadas,
cosas que ya no están,
que fueron historia
y hoy son memoria, cultura, antes que
olvido, pathos, logos o soledad: claustro
y silencio, árbol que sobresale
por encima de la tapia y acoge los pájaros
sin techo, sin vuelo agraciado.

Son, además, comunicación.

Mas, hoy por hoy, prefiero el silencio,
el ágape solitario, el sorbo de vino lueñe-
mente escanciado, bebido, degustado
con el chasqueo de lengua propio
del que disfruta el caldo de cepa noble,

vino reservado para las solemnidades,
mientras siente correr el líquido
hasta el corazón sobrio que entonará
el salmo de despedida,
cuando todo llegue al intelecto
y la luz sea llama fecunda.

A esto dedico mis días, aunque sean
mis desiderios inalcanzables porque,
humano, no puedo sino intuir el rito
de los lenguajes de intimidad, los que
abren los arcanos trascendentes
en donde las palabras tienen significados
no comprensibles sino para los que están
en ese dominio racional,
en esa interioridad que acerca lo sublime
y lo aleja mientras ese silencio
creador se hace hora oscura del alma
mientras lo inefable cubre el ánima
y pierde por la orilla del camino a seguir
cuando la aurora dorada
rompa la tosquedad de la tiniebla
y el misterio parezca entendido
hasta que ese juego del vislumbre
me postre de nuevo en el claustro
que da a la calle tranquila
ahora calcinada por la solana
que atosiga y aconseja la huida
al sestero que Febo crea cuando sus caballos
desbocados alcanzan la Cola de la Cala.

Mas yo sigo en mi rincón
estudiando los poetas que me emocionan
para conocer así el decidido encanto
del silencio practicado en la más estricta
soledad interior, despojado de cuanto
supones y es obstáculo para entender
el lenguaje de las ofrendas y saber que
el pasado ya no es posible:
sólo es memoria y palabra a inventar.


(c) Piranesi


Calabardina, 23 junio 2012
José Luis Molina Martínez