miércoles, 2 de mayo de 2012

SALUDOS A MAYO


Traspasa la orilla del mar el silencio
de las tardes floridas, las primeras
del mayo prudente tras el ventoso 
abril en despedida, mes taciturno
de cielo plomizo y vestido marinero.
El silencio se alza al cielo de los barcos,
de mascarón de proa desmantelado,
varados entre la pedriza que rodea
el muelle en el que los niños pescan
magres y otros peces sin colores,
grisisucios, famélicos, aceitosos,
y, entre las ramas de las palmeras,
entonan su sinfonía pastoral. Destellan
los melodiosos tonos sobre la partitura
natural de los días dichosos. Al poco
vuelve en giro alocado y contempla
la bóveda habitada de estrellas fijas
hasta donde asciende la marea ciega
de las olas marinas que dibujan la Cala
con la solemnidad del vuelo sencillo
de las gavinas, si así fueran, gráciles,
por naturaleza. Ni el cormorán negro,
ni el pelícano, ni el alcatraz, de haberlos,
desafían el horizonte mientras vigilan,
centinelas en su atalaya, el eficaz y raudo
desplazamiento de los peces surcadores
de este pequeño mar elegido para que
cicatrice los rasguños que adornan
mi humana piel y me protege de la sal
silvestre, de la desazón picajosa,
de la comezón marina, de mí mismo,
pues ya no me quedan aventuras
por vivir, sueños que tejer, amores
que ganar, poemas que escribir.

Guido Reni: Atalanta e Hipómenes (detalle).
Antes de la media tarde, mientras
esa gaviota que me ha perdido
el miedo vuelve hacia mi soledad
y la palmera sombrea mi rostro nuevo
hecho casi ya morenez para ese verano
de gritos infantiles que sueñan piratas
que les impiden acunar sus tantas
cabriolas inventadas durante sus
longevos juegos, antes de que el sol
me recluya tras los cristales que me
separarán de la noche, habré concluido
este poema nacido de la placidez
de este silencio creador mantenido
con líricas cadenas a este banco
del final de la Cala, según vienes
del lugar en donde el sol aurífice tiene
su habitáculo y descansa en su destino.
Sólo el pequeño ruidillo del agua
arribante a la orilla rompe el encanto
de esta difusa tarde celeste que parece
el cuento de nunca acabar, mejor así.
Un pequeño escalofrío de hombre mayor
me decide al abandono del lugar privilegiado
elegido esta tarde como morada de poeta.
Cuando la luz ya no llegue, los visillos
en blanco ocuparán el cristal y yo
estaré repasando mi vida de humano,
modo de conocer si mi noble y sufrida
experiencia merece el amor dado,
la entrega a mi mundo diario, olvidando
otros destellos menos trabajosos, 
mientras era energeia, gratitud, silencio,
compromiso y sufrimiento. Pero nunca
extraigo conclusión acomodada.

Calabardina, 2 de mayo de 2012
José Luis Molina Martínez


(c) Guido Reni: Atalanta e Hipómenes (1622-1625). Detalle.

1 comentario:

  1. ".....................este banco
    del final de la Cala, según vienes
    del lugar en donde el sol aurífice tiene
    su habitáculo y descansa en su destino."
    Nunca fue mejor definido un simple banco de madera al que yo ya llamo (el banco del poeta).

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