martes, 11 de diciembre de 2012

LAS ARREFORIAS (Ἀρρηφόρια) O EL MISTERIO

Atenea
El cerco de la calma sobre el abedul,
como una rumorosa fuente de verdoso aceite
sobre el cuerpo velado y virgen de las arreforias
en huida brusca de la serpiente con la que yacían.
Era la entrada sonriente en el jardín de Venus
para que la noche buscase hoguera incandescente.
Sólo era la plegaria un despacioso vaivén
dorado sobre los secretos del agua.
El asombro era una verde mirada sobre el ombligo
hermoso de la vestal que dictaba la ceremonia
iniciática. Hora seminal y de gemido nuevo
cercano a la locura del misterio, era un sueño
desierto, un adulzado suspiro sobre el brocal
del deseo eterno, herida sin sangre, fanal sin luz,
párpado cerrado hasta que las palomas,
arreboladas,
suspiraban, ahítas.
Mientras, los pechos,
en el aprendizaje florido,
pétalos turbados.
Un torbellino sobre la sien
estallaba en brillos encerrados en los ojos
prendidos no de lo que pasaba demasiado
deprisa,
sino de lo que sentía el huerto claustrado.
Roto el abrazo del rito, la piedra tapiaba
el círculo sagrado. Sobre el jadeo, las tibias
cabezas eran coronadas de pámpanos y rosas.

Posiblemente así fuese la fiesta escondida.
Mientras, el poeta sigue traduciendo el viejo
palimpsesto hallado en región más remota
que la Tebaida.
Aquí todo era
silencio,
retiro,
apartamiento,
soledad,
tierra horadada,
doctrina sentenciosa,
trabajo rústico,
oración sublime,
misterio de intimidad.

Ninfa con gasa verde
(Sophie Gengembre Anderson, 1823-1903)

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 10 diciembre 2012

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