martes, 22 de enero de 2013

EL ALMA DE LA CASA DE ORO



El secreto habitante en la sombra del árbol
es una emoción oscura como el vuelo de los
pájaros que pían sobresaltados mientras el sol
cae infame. La lejana soltura de la brisa
mañanera parece una mirada de ángel sobre
la guadaña astuta. Parlotea la cigüeña en el
páramo de la torre. La ermita habita el prado
de higueras casi secas de higos picados por
pardos gorriones gruesos en demasía. El silencio
armoniza los ritos de los romeros que danzarán
promesas de esparto y rosarios de baladre
con los que ornar la plenitud de los muros
benditos.

Viene todo así ante la dulzura de la celosía
tras la que el ánima solícita atisba menesteres
interiores empeñados en acceder al privilegio
de la divinidad. No son devotas palpitaciones,
ni ruido de agua en jardín nocturno, ni símbolo
trágico de soledad, ni frescura de celda claustral,
ni voluta de incienso sobre el ara de la hecatombe
sobria.

Advierte, ánima de la casa de oro,
cómo un hálito suave llena de impulso celeste
el ansia del medio día sobre el páramo hecho
oscuro bisbiseo cuya voz queda ocultada:
lo corporal impide ver con ojos limpios cuanto
en su día será atractivo paisaje a divisar cuando
la eternidad sea un vivir devoto con la austeridad
del cofrade que, vela en mano, se hace antífona
a la puerta románica del templo de antaño.

José Luis Molina
7 septiembre 2012

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