sábado, 1 de marzo de 2014

ANA MARÍA MOIX, UNA NOVÍSIMA QUE YA SE HA IDO


Cuando en 1970 Ana María Moix era parte de la coqueluche de los Nueve novísimos de Castellet, me gustó lo que de ella viene en la Antología y procuré tener sus cosas en mi estantería. Sin duda alguna, estaba aún en Pulpí y me enteraba de todo por el ABC que traía el cartero a quienes se lo encargábamos. Antonio el cartero era persona bondadosa. Entonces, el ABC traía, en su antepenúltima página una sección que se llamaba ...Y POESÍA CADA DÍA. Allí bebía yo entonces. Me cautivó No time for flowers, de 1971. Leí tambien, Julia, de 1970 (http://lacalletranquila.blogspot.com.es/2014/03/ana-maria-moix-y-julia.html). Y Ese chico pelirrojo a quien veo todos los días, 1970. No es que fuera Ana María Moix para mí flor de un día. Si hubiera sido así, no estaría aquí, ahora, en el día de su muerte, recordándola. Bien es verdad que me alejé de ella, como me alejé de Castellets y de casi todos esos poetas. Pero eso se debe a la sensación que tenía de que eso, todo ese ambiente, era una cosa contrahecha, inventada, había algo en todo esto que no era natural, tenía algo de artificio. Me refiero a su literatura y ámbito literario, no a su vida. Eso es lo que yo pienso, eso sí, sin sentirme alejado en exceso. Era algo que tenía que ver tanto con su literatura, como con la literatura grupal. Era algo epidérmico. Como si aquel grupo, o su grupo y vida de toda su vida, estuviese allí y el resto eran -éramos- unos capullos. Pero esa es mi sensación. No tiene nada que ver con el respeto que siempre le he guardado. Quizá se deba a que me la he pensado en una burbuja que la apartaba del resto de los pobres pecadores literarios. Bien. Sus amigos sabrán cómo era ella en verdad. Y, si lo cuentan, nosotros también. Yo sólo puedo hablar de ella como lector. Y como lector que tiene sus libros hasta que dejé de comprarlos. En verdad, no creo que publicara más libros de poesía de los que yo tengo. Quizá, lo que me atrajo fue el atrevimiento de sus poemas en prosa.

El asesinato se produjo al mediodía, en plena calle
y bajo el sol. De la otra acera empezaron a disparar y
caí en redondo, tratando de imaginar qué clase de pá-
jaro saldría de mi pecho cuando se acercara un compa-
ñero para recibir mi último mensaje: que el muchacho
que vendía periódicos en la esquina llegaría a ser rey
en Nueva York.

Que Dios te lleve al lugar en el que te hubiera gustado pasar tu eternidad.


José Luis Molina
Calabardina, 1 marzo 2014

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