domingo, 13 de marzo de 2016

JOSÉ MUSSO VALIENTE Y PEDRO MARÍA DE OLIVE: DOS INTELECTUALES MURCIANOS EN LA TRANSICIÓN DEL NEOCLASICISMO AL ROMANTICISMO

Este texto es el de la conferencia que impartí en las Claras de Murcia (CajaMurcia) con motivo del

75 Aniversario de la Academia Alfonso X el Sabio
Murcia, 23 noviembre 2015

Dr. D. José Luis Molina Martínez
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            Agradezco cordialmente, y valoro, en cuanto significan, las amables palabras recién pronunciadas por el Ilmo. Sr. Dr. D. Juan González Castaño, Vicepresidente de la Academia Alfonso X el Sabio, como presentación de mi persona, pues, aunque puedan parecer protocolarias, sé que nacen de una amistad antigua, y de un afecto consolidado. Sirven, además, como acercamiento intelectual y humano para mi intervención, ya que, sin duda, crean una cierta predisposición, al menos retórica, al entendimiento mutuo, lo que hace más gratificante mi estancia aquí y ahora. A él debo también, puesto que ha tenido la atención de sacarme del olvido, mi presencia ante ustedes para colaborar en esta actividad en la que se conmemoran los setenta y cinco años de esta Institución cultural que me honró con su nombramiento como correspondiente.
 “En el pasado, había una reducida clase ociosa y una más numerosa clase trabajadora. La clase ociosa disfrutaba de ventajas que no se fundaban en la justicia social; esto la hacía necesariamente opresiva, limitaba sus simpatías y la obligaba a inventar teorías que justificasen sus privilegios. Estos hechos disminuían grandemente su mérito, pero, a pesar de estos inconvenientes, contribuyó a casi todo lo que llamamos civilización. Cultivó las artes, descubrió las ciencias, escribió los libros, inventó las máquinas y refinó las relaciones sociales. Aun la liberación de los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba. Sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie”.[1]
(Beltrand Russell, Elogio de la ociosidad, 1932).

E
xcmo. Sr. Dr. D. Francisco Calvo García-Tornel, Presidente de la Real Academia Alfonso X el Sabio, quien ha tenido la deferencia de presidir esta mesa. Es un gesto amical, pues permite que me sienta acompañado y no sobrecogido ante tan sabia y específica audiencia. Gracias. Señoras y señores académicos, profesores, familiares, amigos y asistentes en general a estas actividades de carácter regional, en las que se estila –me parece– mostrar un alto ingenio y un conocimiento visible del saber que uno cultiva, cosa que no sé si lograré, aunque tampoco estoy aquí para asombrar a nadie, sino para recordar a dos de nuestros antepasados.
        Muy buenas noches a todos en este magnífico día del bello otoño murciano, hermoso siempre, cualquiera que sea su bondad o su rigor, porque su luz, olor y color son penetrantes y aptos para permanecer en el recuerdo. No quisiera estropear esta armonía con mi cantinela, probablemente distorsionante.
        Ruego, pues, sepan suavizar su enojo, si acaso no consigo cumplir con las expectativas que quizá hayan depositado en mi intervención, si acaso no logro captar su perspicaz atención, ni mover sus sentimientos intelectuales para interesarse por los personajes a los que quiero recordar, leyendo, por aquello de la memoria, un tiempo cortés.
        Procedo de una ciudad en apariencia dejada de la mano de Dios, quien, de cuando en cuando, nos envía agua torrencial o terremotos. Pero también proporciona recursos para restaurar el estado de ruina material que dejaron las últimas catástrofes naturales que la asolaron. Vengo, digo, de Lorca, que, por cierto, hoy celebra el día de su patrón, San Clemente, y lo primero que hago es felicitar a la Academia y a sus componentes todos por esta efeméride. Felicito también a la ciudad de Murcia por mantener en su territorio una Institución Cultural como la Academia Alfonso X el Sabio, que tantas manifestaciones del intelecto de sus académicos ha dado a lo largo de estos años que celebramos.
        Si no hubiese pecado de apresuramiento, hubiera afinado más en el título, pues Musso y Olive, aunque alcanzaron a vivir un buen espacio del siglo XIX, son, sin duda, pertenecientes a la generación entre siglos, es decir, a la transición del neoclasicismo al romanticismo. Ahora rectifico y les aviso.
        Si no hubiera sido petulante por mi parte y censurable, con toda la razón, por la de ustedes, esta mi intervención se hubiera podido titular de otro modo, quizá más periodístico, pero también más polémico, menos cercano a la realidad doctrinalmente, más espectacular, pero menos cierto y sesgado: ¿Olvida Murcia a sus intelectuales del pasado? Con interrogación, por muy retórica que sea, se siembra la duda. Si lo afirmamos, caemos en el error. Con la negación, nos apartamos de la realidad. Es obvio que se hace lo posible para evitar el olvido de nuestros hombres ilustres, pero es algo natural que se produzca. Como también es natural que, de cuando en cuando, se proceda a su rescate y se reintegre a la sociedad lo que es suyo. Bien es verdad que estos dos notables murcianos gozan del olvido popular, a pesar de los esfuerzos por incorporarlos a este nuestro presente intelectual.
        Los que ya somos de cierta edad, pues tenemos, al menos, los mismos años que la Academia, luchamos vanamente para que no se nos olviden las cosas. Los varones ilustres de siglos anteriores guardaban en libros enciclopédicos sus saberes para que se pudiesen rescatar del olvido y recordarlos a través de la lectura. Varón ilustre fue José Pío Tejera y Ruiz de Moncada y en su Biblioteca del Murciano figura Musso Valiente, no, en verdad, Pedro María de Olive. Sí se ocuparon de ellos en su época Nicomedes Pastor Díaz y Francisco Cárdenas.[2] Eugenio de Ochoa se olvida de Olive, no de Musso.[3] Recuerda a Olive como periodista Manuel Ossorio y Bernard y como literato Francisco Blanco García.[4] Tampoco aparece modernamente en la Gran Enciclopedia de la Región de Murcia (1992). ¡Qué le vamos a hacer!
        La Academia Alfonso X el Sabio fue la primera que apostó por la reivindicación de Musso pues contribuyó a la publicación del libro de mi autoría José Musso Valiente (1785-1838): Humanismo y literatura ilustrada, de 1999. Conste mi sincero agradecimiento al Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Javier Díez de Revenga, Archivero-Bibliotecario ahora de la Academia, por las facilidades dadas para su publicación entonces. El Ilmo. Sr. Dr. D. Manuel Martínez Arnaldos, emérito ahora, y quien se honra en hablarles redactamos un libro titulado La transición literaria del Neoclasicismo al Romanticismo en el Diario (1827-1838) de José Musso Valiente (2002). El Ayuntamiento de Lorca y la Universidad de Murcia, unieron sus fuerzas para celebrar un Congreso sobre la obra del polígrafo lorquino en 2004,[5] cuyos resultados fueron publicados[6] un par de años después.
La reivindicación de Pedro María de Olive se debe a una almeriense, Josefa Hernández Morillas, quien, sin casi ayuda, a no ser la por mí prestada, lo ha recuperado a través de su oportuna tesis doctoral inédita, Descripción documental de la vida y obra de Pedro María de Olive, un literato entre los siglos XVIII y XIX, defendida en la Universidad de Almería, en 2014, y dirigida por el Dr. D. Manuel Garrido Palazón, pero desconocida para los murcianos. En ambos casos, su recuperación se realiza a niveles académicos. Como también se efectúa desde este mismo prisma el análisis de Joan Cavaillon Giomi, Pedro María Olive (1768-1843), employé de l'État, homme de Lettres et journaliste[7], de 2009. Antes, 2007, se había publicado una reseña biobibliográfica sobre nuestro ilustre paisano que se podía haber evitado, pues no aportaba dato alguno que añadiese novedad.[8]
        También debo recordar algo que piden a Mnemósine, en los Himnos Órficos, para que nos conceda lo mismo:
"... afortunada diosa, instígales a tus iniciados al recuerdo del piadoso ritual[9] y manda lejos de ellos el olvido".[10]
        Para limitar los naturales procesos del olvido, Umberto Eco[11] recomienda la gestión de una semiótica, misión no posible para todos por compleja. Recuerda el mismo Eco que se conoce desde antiguo la existencia de las Artes Mnemotécnicas. En oposición a ellas, Giorgio Sandri fue quien sugirió, obviamente en plan jocoso, una disciplina inexistente para una posible oposición a cátedras universitarias a la que denominó Ars Oblivionalis. Si la memoria no hubiese sido frágil, no hubiera hecho falta inventar una Mnemósine con su corte de hijas, nueve, guapas y atrevidas, en cuyo canto "se revela lo que escapa al olvido".[12] Pero tratar de hacer del olvido un arte es algo que se concibe –al menos yo lo hago– como no natural e imposible, dado que, para evitarlo, gozamos ya de la memoria ‒potencia del alma con el entendimiento y la voluntad‒, hoy no en boga, pero antes muy significada. Quizá sea consecuencia del desplazamiento que han sufrido el humanismo y las artes liberales con la llegada de lo posmoderno, la sociedad de la ignorancia ‒como la denomina Antoni Brey‒[13] o lo que sea. Aunque, como escribe Cicerón, memoria minuitur, nisi eam exerceas.[14] La memoria disminuye si no se ejercita: hay que entrenarla como si fuese un músculo.
        Más cercano a nosotros, Antonio J. Ubero define al olvido como el refugio de la ignorancia y añade que
"esta no suele engendrar nada bueno".
Pero también avisa de que el pasado
"es tenaz porque se alimenta del recuerdo personal o colectivo".[15]
        Por eso, según mi gramática parda, creo que el pasado es un fardo insoportable que viene a "olvidarse" –menos mal– cuando la persona ya se acerca al fin de la vida, su yo no significa nada para ella y debe cruzar el límite ligera de equipaje, cuando sólo hay tiempo sempiterno.
        También se asevera, pues conviene a nuestra vida social, que el pasado surge con la memoria, que el pasado es la extensión segura que las continuidades del presente demandan, que hacer el pasado presente no implica traer lo inesperado, que el pasado pertenece a una forma generalizada de experiencia, que el pasado consiste en las relaciones de un mundo anterior con algo emergente.[16]
        Gil de Biedma, refiriéndose a la obra de T. S. Eliot, exponía:
"el pasado no es un paraíso perdido al cual, sin excesiva convicción, se sueña con volver: nos interesa porque es presente",
 aunque también mostraba
"cuán profundamente el pasado nos configura y, a la vez, es configurado por nosotros".[17]
        En verdad, parte de mi misión ante ustedes queda marcada por los conceptos que acabo de nombrar: memoria, olvido, pasado, reintegración de estos dos hombres al presente. Podemos actuar así porque se mantienen, a niveles intelectuales, las relaciones con el pasado a través de la bibliografía existente y cuanto nos dicen ellos en sus propios escritos. En el caso de Musso Valiente, conocemos su Diario y sus Memorias, aunque no comprenden todos los años de su vida. Mas, dadas las relaciones entre ambos, en estos mismos escritos tenemos abundantes noticias sobre Pedro María de Olive, tantas como para haber contribuido a escribir una tesis doctoral sobre este murciano ilustre.
        Quiero destacar la amistad entre ellos y el espíritu intelectual de ambos, que se manifiesta tanto en la ayuda que se prestan en los problemas personales de cada uno, como en el trabajo intelectual que realizan ambos en las academias a las que pertenecen.
        Así que debo acudir de nuevo a Cicerón: "no puede haber amistad sino entre los buenos"; la amistad es "el común sentir de las cosas divinas y humanas con bienquerencia y amor"; la "virtud es la que engendra y mantiene la amistad",[18] como admite Musso.
        Estos dos intelectuales ‒clase aparentemente ociosa‒ se forman al final de la época barroca. Desaparece la forma arcaica y amanece un mundo en el que casi todo es nuevo: formas políticas, debates sobre la educación, nacimiento de la filosofía y las disciplinas, y la generalización de la escritura como vehículo cultural. Aparece, pues, un enorme cambio intelectual y social. Ya no ha lugar la correspondencia entre formas y sentidos. Tampoco procede el anterior sistema de valores y, frente al hombre viejo, nace otro modelo de hombre nuevo que persigue la felicidad por medio de la belleza, la moral, la justicia, el saber y, sobre todo, de la libertad. Surge, entonces, de todo ello un mundo basado en la valoración ajena. Uno vale lo que la gente entiende y según su comportamiento.[19] El hombre es ya un ser público. Mas no se olvide –me refiero a la clase llamada ociosa, a la poseedora de educación, cultura y conocimientos científicos–, que, por ejemplo,
"la dicción elegante, tanto al hablar como al escribir, es un medio eficaz de conseguir y mantener una buena reputación".[20]
Pero, para ejercer como clase ociosa, es necesario tener los bienes suficientes que permitan pertenecer a ella:
"La riqueza o el poder deben ser exhibidos, pues la estima sólo se concede a cosas que se ven. La demostración de riqueza, no sólo sirve para que los demás se den cuenta de nuestra importancia y mantengan viva y despierta esta impresión, sino también para edificar y preservar la propia autocomplacencia” (p. 61).
        Musso no era una persona que presumiera de peculio a pesar de ser un terrateniente: era un intelectual y nada de lo humano le era ajeno. Como tema que le preocupa, pues tiende a ella, escribe Cartas sobre la felicidad. Finge un interlocutor, como hicieron muchos de los pioneros del género epistolar, y le dirige nueve cartas entre junio y septiembre de 1819.[21] Para la consecución de la felicidad, presupone el uso y disfrute de la libertad: "elegimos usando de nuestra libertad". Para Musso, la felicidad
"es, sin duda ‒expone‒, el goce o fruición del bien[22]; el placer, rigurosamente hablando, no es la felicidad, pero es su signo natural, el resultado preciso del goce, por lo que no hay inconveniente en que le miremos como al carácter por donde es conocida la felicidad".
        Musso, sin olvidar sus principios religiosos ‒su piedad es ilustrada‒, es un hombre moderno entonces, un hombre de su época. Para ello había sido educado. Su religiosidad le viene de cuna, la alimenta el abate Chevalier,[23] su preceptor en Lorca, y la hace fructificar su paso por el Seminario de Escuelas Pías de San Fernando de Avapiés de Madrid, en donde estudió Humanidades dos años con los escolapios. Hasta 1801, estudió retórica, poética, lógica, filosofía moral, física experimental y matemáticas. Él quiso continuar y convertirse en el intelectual que llegó a ser tardíamente, pero, en contra de su voluntad, regresó a Lorca, por mandato de su padre, para hacerse cargo de los intereses económicos familiares, algo que lo contrariaba mucho pues eran bienes materiales. Pero, había que obedecer. Musso había nacido en Lorca (1785) y casado en 1810 con la murciana María de la Concepción Fontes Fernández de la Reguera (1792). Heredó una enorme cantidad de tierras, secano sobre todo, pero apenas conseguía de su cultivo ‒la endémica sequía del campo de Lorca‒ el dinero suficiente para sobrevivir y pagar las deudas derivadas de los engaños de los administradores y del servicio a la comunidad a lo largo de la guerra de la Independencia, deudas por los que estuvo pleiteando con gobierno hasta su muerte.
        Pedro María Cecilio Alberto José Joaquín de Olive y Pérez nace en Murcia el 22 de noviembre de 1768 y es bautizado en la parroquia de San Pedro. Estudia en el Seminario Real de San Fulgencio y obtiene el título de Bachiller en Leyes el 23 de junio de 1788. Continúa sus estudios de Derecho asistiendo a las prácticas que Gregorio Gabriel Cano Meléndez imparte en su estudio en Madrid, entre 1788 y 1793, y los de Derecho Natural con Joaquín Cano Calvo en los Estudios Reales de San Isidro, en los años 1791 y 1792. Estudió también Humanidades y Ciencias Naturales que perfeccionó en Paris. Contrajo matrimonio con Josephine Cauvets y Lavallie, de Flandes, en 1807, y tuvo cinco hijos. Ya en 1792, quiso publicar un Diario Histórico. En 1796, presenta el plan de la obra que más éxito le produjo, Las noches de invierno. En 1799, viaja a París para ampliar estudios. La situación de Francia le provoca rechazo. A su regreso, en 1800, recibe el nombramiento de Cadete de número de la Academia de Almadén (1777). Hasta la guerra de la Independencia, realiza numerosos proyectos de los que destaco el de Memorial Literario y la Minerva o el Revisor General.
        Y es precisamente con motivo de la invasión francesa cuando regresa a Murcia y se produce su encuentro con Musso, pues antes no se conocían, como cuenta en su Memorial de la vida. Musso Valiente había sido nombrado por la Junta Superior de Defensa Comandante General de la provincia de Murcia. Se puede leer, en el dicho Memorial, el relato de la ocupación de Murcia por los franceses, la lucha y muerte del mariscal de campo Martín de la Carrera en la calle de San Nicolás (26 enero de 1812), y el viaje a ninguna parte con las tropas murcianas que buscaban a los franceses o huían de ellos. Nadie los dejaba entrar en los pueblos por miedo a la enfermedad, por lo que viajaban prácticamente sin destino alguno:
"La epidemia de fiebre amarilla (1811-1812) obligó a trasladar la Junta a Jumilla –finales de agosto de 1811−, siendo elegido para sustituir al presidente. Declarada también la peste en esta localidad, trató de llevarla a Villena, pero los vecinos se negaron a recibirle, siendo incluso perseguido por las tropas de Marmont llegadas a Yecla poco después de su salida".[24]
        Me recuerda este hecho la comitiva de escolta, mandada por el luego San Francisco de Borja, que acompañó el cuerpo de Isabel de Portugal desde Toledo a Granada, en 1539, que tan bien narró Carlos Fuentes en Terra Nostra (1975). Ambos episodios ‒muerte del mariscal de campo y el viaje de Musso con las tropas murcianas‒ son materia novelable por novedosa y emocionante.
Pues bien, Musso nombra a Olive redactor del periódico de la Junta de Murcia. Citan, como probable título, Aviso al público por la Suprema Junta de Murcia, 1808. Pero, la doctora Hernández Morillas afirma que el periódico se llamó El Correo de Murcia y que se imprimía en la imprenta de la Viuda de Muñiz o también conocida como Herederos de Muñiz. Era una publicación trisemanal y constaba de cuatro páginas. Creo que anda confusa la entonces doctoranda porque estos periódicos se publican entre 1808 y 1810. Según Martín-Consuegra, es el 5 de octubre de 1810 cuando la Junta Suprema hace difundir un impreso en el que  se puede leer:
“será conveniente al reino de Murcia la publicación de un periódico que lo saque del silencio en que se halla, reanime el espíritu de sus habitantes, haga valer sus sacrificios, y comunique el fuego de que se halla poseído a otras provincias, incitándolas en esta parte”.
        La respuesta a esta petición es, posiblemente, o la Gazeta de Murcia o El Dispertador, el primero de 1808 y el segundo de 1811.
        Martín-Consuegra, al tiempo que da noticias sobre la prensa y las imprentas de la época, indica que
“más problemático es hablar de la Imprenta del Gobierno Militar y Político, denominación que esconde posiblemente el arrendamiento de una imprenta por parte de las autoridades para la publicación de documentación oficial”.[25]
Así lo cuenta Musso:
"Otro de los puntos que por entonces se ventilaron fue el de la impresión de periódico y de las órdenes de la Junta. A propuesta mía, se compró una imprenta y se nombró director de ella a Olive con un sueldo moderado".
        Pues no era arrendamiento, sino compra. Y los periódicos deben ser redactados durante las fechas de su mandato. Dos cartas de Musso recuerdan esta situación. Ambas las escribe con motivo de la cesantía de Olive, para tratar de que lo repongan en su trabajo, dado que, sin ingresos, lo estaba pasando mal, hasta el punto de tener que irse a Guadalajara, en donde vivía una de sus hijas (1836), para estar atendido. Así se expresa Musso en la primera de ellas:
"Certifico que habiendo sido nombrado Vocal de la Junta Provincial de Murcia en la Guerra de la Independencia, conocí, y traté a Dn Pedro Ma de Olive, Cadete que era entonces de las Minas de Almadén, el cual, habiendo residido en Madrid hasta principios de Diciembre de mil ochocientos ocho en que fue la Corte ocupada por los Franceses, y emigró con este motivo, y país allá donde estuvo reputado como empleado del Gobierno del cual percibía el sueldo correspondiente. La Junta le empleó también en varias comisiones confiriéndole la redacción de un periódico político, la Dirección de su imprenta, y el Despacho de varios asuntos de Secretaría delicados, y espinosos, todo lo cual desempeñó a satisfacción de dicho Cuerpo, mostrando inteligencia, celo, laboriosidad, y patriotismo. Allí permaneció hasta septiembre de mil ochocientos doce en que evacuada ya Madrid por los franceses.”[26]
        Explica la doctora Hernández que
"la relación entre estos dos personajes fue larga y fructífera. Los dos mantuvieron una amistad cálida y duradera hasta la muerte de Musso en 1838, dándose el dato curioso que ambos dejaron un recuerdo para el otro en su testamento".[27]
        Musso deja, 1837, en su Memorial, testimonio de esta amistad:
"Pero el que más se me señaló fue don Pedro María de Olive, emigrado entonces de Madrid, no miembro del cuerpo (Junta Provincial de Defensa) sino redactor del periódico que estableció la Junta, que con una columna puso la misma a mi cargo, por la casualidad de vivir ambos muy cerca uno de otro. Pasábamos con esto muchos ratos juntos y en ellos tuve ocasión de conocer su gran talento y penetración, su exquisito gusto en literatura y excelente pluma. Sus consejos en literatura y en política me fueron muy útiles y desde el punto en que nos separamos en 1812 hasta el presente hemos seguido estrecha correspondencia".
        En 1823, Olive había prestado su ayuda a Musso, como narra este en el Memorial de la vida: le acompaña en Madrid a entrevistas con personajes influyentes, da parte de su estancia al Alcalde de barrio, le presenta a sus amistades, van juntos a la ópera y evitan, como pueden, las revueltas callejeras propias de la época, que conocemos por el Diario de Musso. Olive pone en marcha sus influencias para evitar que fuese condenado, cosa que se logró aunque se le confiscaron sus bienes que devolvieron en julio del mismo año, actuando en su defensa Agustín de Argüelles Álvarez (1776-1844), antes de exiliarse de nuevo en Londres.
        El polígrafo lorquino había cometido dos errores que pagaría caro. El primero haber publicado, en 1821, un folleto titulado Discurso gratulatorio al Señor Don Fernando VII, Rey de las Españas, por haber jurado la constitución política de esta Monarquía, pues le atrajo la enemistad de los absolutistas y de los liberales avanzados. Musso era constitucional del año 12 y liberal moderado. Fue, por su parte, una ingenuidad creer que Fernando VII, por acatar la Constitución, dejaba de ser absoluto para convertirse en constitucional. El segundo error, algún exceso cometido por él o su hermano, en forma de agresión o represión, con motivo de las votaciones municipales, en 1822. Ganar las elecciones y ser nombrado primer alcalde constitucional de Lorca, son hechos que le obligarán a exiliarse. Porque el desastre se consuma con el enfrentamiento de los liberales (negros del nabo), realistas (blancos de la chirivía) y la sociedad secreta masónica Los Comuneros. Las protestas de la clase campesina origina el motín de Eraso, juez de Lorca, al que obligan a salir de la ciudad. Hubo varios muertos. Su primo, Antonio Pérez de Meca utilizó estos hechos para inculparlo en la Cortes, en las que era diputado, y pedir su responsabilidad, distorsionando los hechos. Era, pues, cosa de los pueblos, una venganza familiar. Musso se exilia a Gibraltar en otra novelesca fuga por mar desde Garrucha. Puede regresar a España libremente por la actuación del duque de Angulema, en julio de 1823. Esta experiencia tan traumatizante la resume en un soneto:
Húmida cuna diome el mar salado:
A mi elemento, mano robadora
Crüel hurtóme, y nave voladora
Me apartó luego de mi suelo amado.
De aquella antigua forma despojado,
Industria su rigor fabricadora
Probando en mí, la frente brilladora
Ostenté, en nuevo ser mi ser mudado.
De Sena a Manzanares me destina Fortuna,
Y más propicia a ti me lleva,
Prenda de puro amor, fiel sino dina.
Así la adversidad en dura prueba
Da resplandor a la Virtud divina
Y al varón fuerte sobre el cielo eleva[28].
        Después de esto, huyendo de sus enemigos de Lorca, se instala en Madrid y se dedica a descubrir sus diversiones y al estudio. Sobre todo, al estudio de las ciencias naturales.
        ¿Qué hace Olive mientras Musso protagoniza los hechos narrados? En 1817, vuelve otra vez a su actividad preferida: la de publicista. En este año reaparece La Minerva que concluye en 1819 por la muerte de su esposa, en la que Musso participa con algún artículo sobre Meléndez Valdés,[29] traducciones de los clásicos y algún poema original:
“Por aquellos tiempos resucitó mi amigo Olive su antigua Minerva y me pidió artículos para ella. Yo le envié algunas composiciones poéticas y traducciones de los antiguos y, con este motivo, me entretuve después en hacer otras: tiempo perdido porque la naturaleza me había escaseado el numen poético” (Musso Valiente: 2004, p. 378).
        Durante el Trienio Liberal, es Oficial de la Dirección de Fomento General del Reino y edita El Mensajero. Diario Universal de Política, Literatura y Artes, que sólo dura de 15 de mayo a 30 de junio de 1820, apareciendo unos 30 ejemplares. Musso también le envía originales suyos:
“La junta revolucionaria co-regenta del rey trató de contener los excesos del jacobinismo, que amenazaba desastres sin cuento; y una de sus providencias fue la de encargar secretamente a Olive que publicase un periódico con el fin de ilustrar a la muchedumbre. Anuncióse con el título de El mensajero y Olive me pidió artículos. Envié al pronto composiciones poéticas y comencé un análisis de la Constitución; mas, habiendo cesado el periódico, cesé yo también en mi obra” (Musso Valiente: 2004, p. 392).
        No tuvo buena prensa este Mensajero de Olive, al que dedicaron un jocoso Epitafio:
Desde el número primero
se dejaba discurrir
que bien pronto iba a morir
el infeliz Mensajero.
Que la falta de dinero
le mató, es muy evidente:
¡Válgame Dios, cuánta gente
del gremio periodical
va a sucumbir a este mal...!
No queda ningún viviente.
                        (Periodico-manía, nº 8, de 1820)
        En 1826, Olive escribe una obra titulada Consideraciones sobre el engrandecimiento, decadencia y restablecimiento de la Casa Real de los Borbones, que es enviada a la Academia de la Historia. Musso hace el informe de la misma. Tres años después, Musso escribe en su Diario:
"He entregado el memorial de Olive que solicita la plaza de supernumerario presentando su obra sobre los Borbones. Los académicos que han asistido la han elogiado todos y se ha acordado lo ordinario, que pase el memorial al censor y la obra al revisor general".
        En 1828, por medio de Musso es admitido en la Academia de la Historia. En 1830, sustituye a Sebastián de Miñano en la edición de las Obras de Moratín, que concluye junto a Musso. En 1831, procede a un estudio de las obras de Fray Luis de Granada conocido como Estudios del Granada, en verdad titulado Análisis sobre las obras de Fray Luis de Granada, 425 páginas manuscritas, que se conserva en la RAE. Es el ejemplar que entregó a Martín Fernández de Navarrete para la Academia, pues en su portada se lee: "Regalado por D. Pedro María Olive (autor)". En 1833, entra en la Academia Española en la categoría de honorario. Enfermo, no tomó posesión hasta abril de 1834. Su principal trabajo en esta academia fue la corrección del Diccionario, sus entradas y la distribución entre los académicos. Pide su baja a final de 1835 y se retira a vivir a Guadalajara.
        Musso, persona que persigue la felicidad, persona poseedora de virtud, persona creyente, es modelo ideal para entender la superación de las pruebas con que la vida nos aflige. En primer lugar, la política le sigue proporcionando contrariedades por su honradez tanto ideológica como humana. Es el primer gobernador civil de la provincia de Murcia. Sufrió tumultos políticos y desgracias naturales, como la riada de 1834 y la peste bubónica. Sufrió la pérdida de su esposa que había dado a luz días antes un crío deforme que falleció inmediatamente. El mismo Musso enfermó y se marchó a Mula. Esto sirvió a sus enemigos para acusarlo de abandonar su destino. Fue nombrado después gobernador civil de Sevilla, pero por no ser infiel a la reina regente, marchó a Madrid con ánimo de poner fin a su carrera política. En 1836, falleció en Valencia su hija Ana, que había dejado en Sevilla al cuidado de la familia Lapuente ‒ Apezechea, con cuyo hijo mayor iba a contraer matrimonio. También padeció el mal matrimonio de su hija mayor Concepción con el Conde del Valle San Juan, de Calasparra. En Valencia murió más tarde otro hijo suyo, quien, nacido con deficiencias mentales, acabó loco. El mismo Musso falleció en Madrid en 1838, de cáncer de próstata.
                 Si tuviese que contestar a la pregunta de si Musso fue feliz, diría que con Musso sucedió lo mismo que con cualquier otra persona: unas veces sí, otras no. Fue feliz intensamente a niveles intelectuales. Perteneció a cinco academias: Latina Matritense (después Grecolatina), Historia, Española, de San Fernando y de Ciencias Naturales, lo que indica los diferentes saberes a los que se dedicó, poseyó una magnífica colección de pintura que hoy se encuentra en una iglesia-museo de Mula, conoció la música ‒sabía tocar el forte-piano‒, y fue un apasionado de la ópera. Le escribió poemas a la cantora italiana Letizia Cortessi, tuvo gran amistad con la diva Manuela Oreiro de Lema,[30] que casó con Ventura de la Vega. Era dueño de una magnífica biblioteca que fue quemada por los franceses. Poco a poco, la renovó y llegó a poseer otra de gran valor compuesta por 2.893 obras.
        Es el momento de efectuar una breve etopeya definitoria de Olive. Ideológicamente es un conservador, en cuanto que persona que se dirige a corregir los errores o abusos que apartan o entorpecen el orden. En lo religioso, no se deja llevar por el deísmo. Entendía que conocemos por la razón, pero esta puede llevar al error, por lo que debemos auxiliarnos de la revelación. En cuanto a la ciencia, opina que el ser humano la inventó porque buscaba conocer la verdad, pues la búsqueda de la verdad es un anhelo del hombre. No se siente escolástico. Rechaza el pensamiento único exigido desde la antigüedad y lo considera origen del retraso:
"los escolásticos, los pragmáticos, los casuistas y malos profesores de las facultades intelectuales envolvieron en su corrupción de principios, el aprecio y hasta la memoria de las ciencias útiles".
En filosofía, se encuentra más cerca del sensualismo empirista de Locke que del idealismo de Kant. Por eso, expone que entre el sentir y el pensar hay una relación tan necesaria que ni el hombre puede percibir sin sentir, ni pensar sin haber sentido.
        Si Musso tenía un criterio sobre la felicidad, Olive también se manifiesta sobre ella. Cree que el hombre se inclina a la felicidad que se alcanza gracias al conocimiento adquirido por la razón, instrumento capaz de comprender el orden y la armonía del universo. Para él, la felicidad es el punto de unión entre moral y economía, ya que los negocios requieren la virtud, y la felicidad es el premio conseguido por un comportamiento moral adecuado. Y es que, según él, en el afán de la humanidad por multiplicar sus bienes, siempre hay un simulacro de felicidad.
        Pero Olive, amén de publicista, era básicamente periodista. Su mayor divisa será, dentro del instruere (instruir) et delectare (deleitar), la verdad y la utilidad. Su compromiso es el de difundir conocimientos, descubrimientos y avances, pero en pequeñas y asimilables dosis.
        A Olive, debemos, en opinión de la doctora Hernández Morillas, no sólo su dilatada labor como periodista, crítico, escritor y traductor, sino la luz que nos arroja sobre esa época entre siglos. El foco sobre las ideas, intereses, cultura y sociedad de su tiempo nos permite tener una perspectiva más amplia sobre los mismos paradigmas en el nuestro. Toda su vida mantuvo un firme compromiso con las ideas de la ilustración y buscó, como buen ilustrado, la mejoría de la calidad de vida de sus conciudadanos.
        Aguilar Piñal[31], lamenta que Olive no aparezca en la historia de la crítica periodística y que no sea recordado como predecesor entre los críticos actuales, ya que es el primero que toma conciencia de su labor de "juez de la República literaria" y expone sus ideas sobre el tema con precisión y clarividencia.
        En cierto modo, Olive permanece vivo en algunas de sus obras que se siguen publicando en la actualidad, a pesar de los avances de la traductología, como son el viaje de Chateaubriand, o sea, De París a Jerusalem y de Jerusalem a París yendo por Grecia y volviendo por Egipto, Berbería y España, aparecida en Madrid, en 1828, reeditada por Ediciones del Viento en 2005, y La Corinna o la Italia (1817), que ha salido a la luz en 2011, editada por Editorial Funambulista. Su vigencia también se extiende a su Diccionario de Sinónimos (1843), que se sigue utilizando en Hispanoamérica.

        Es obvio que a esta exposición, divulgativa por un lado y exaltadora de la memoria de dos murcianos por otro, sólo se debe emplear el tiempo que le concede la cortesía. Tras ese tiempo impuesto por el uso y la costumbre, comienza el tedio. Y, como no es mi interés que les domine, por aquello de la armonía, debo dejar este soliloquio o perorata casi donde lo inicié. La escasez de tiempo y la abundancia de doctrina hacen que sólo hayamos delineado la personalidad de nuestros dos intelectuales murcianos. Si los personajes han despertado su interés, acudan a la bibliografía. Musso está en la Academia, en la Universidad y en la Biblioteca. Olive se encuentra en esa tesis doctoral.
        Vivieron, en verdad, en una época llena de conflictos. Pero, ¿cuál de ellas se encuentra libre de problemas? Ni tuvieron la pequeña ventaja de pertenecer íntegramente a la clase ociosa: trabajaron y encontraron tiempo para dedicarse al estudio y a la escritura, escritos publicados o no que constituyen la herencia que nos han dejado a los murcianos actuales. De igual modo, los componentes de la Academia Alfonso X el Sabio, no clase ociosa, pero sí dedicados a los trabajos intelectuales, dejarán a la sociedad, no sólo murciana, el producto de sus saberes que están al alcance del público culto o no, a pesar de los escasos medios económicos de los que ahora gozan.
        Sería motivo de satisfacción que dentro de pocos años se celebrara hasta con más boato el centenario de la Academia en una ciudad y región, Murcia, que siempre la ha acogido con aprecio y galantería. Enhorabuena por la efeméride y hasta una nueva oportunidad, de haberla. Y mi gratitud por la atención prestada y el tiempo dedicado.


               




[1] Bertrand Russell, Elogio de la ociosidad, 1932. [Documento en línea]. Dirección URL: <www.alcoberro.info/pdf/russell3.pdf>. [Consulta: 13 octubre 2015].
[2] Galería de españoles célebres contemporáneos o biografías y retratos de todos los personajes distinguidos de nuestros días, Madrid, Boix editor, 1843.
[3] Apuntes para una biblioteca de escritores españoles contemporáneos en prosa y verso, tomo II, Paris, Baudry, 1840.
[4] Manuel Ossorio y Bernard, Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo XIX, Madrid, Imprenta y Litografía de J. Palacios, 1903. Francisco Blanco García, La literatura española en el siglo XIX (1891-1894), Madrid, Sáenz de Jubera Hermanos, editores, 1889.
[5] José Musso Valiente (José Luis Molina, editor), Obras, 3 vols, Ayuntamiento de Lorca / Universidad de Murcia, 2004.
[6] José Musso Valiente (Manuel Martínez Arnaldos - José Luis Molina - Santos Campoy García, eds.), José Musso Valiente y su época 1785-1838. La transición del neoclasicismo al romanticismo, 2 vols., Ayuntamiento de Lorca-Universidad de Murcia, 2006.
[7] Vid., Pedro María de Olive (1768-1843), funcionario, literato y periodista, en El Argonauta Español, 6, 2009.
[8] J(avier) G(arcía) R(odríguez), "Olive, Pedro María (?-?)", en (Frank Baasner y Francisco Acero Yus, dirs.), Doscientos críticos literarios en la España del siglo XIX. Diccionario biobibliográfico, Madrid, CSIC et alii, 2007, 610-612.
[9] Ana Isabel Jiménez San Cristóbal, Rituales Órficos, Tesis doctoral inédita. Madrid, Universidad Complutense, 2002.
[10] Porfirio, Vida de Pitágoras, Argonáuticas Órficas, Himnos Órficos (traducción de Miguel Periago Lorente), Gredos, 1987, 230. Biblioteca Clásica Gredos, 104.
[11] Umberto Eco, "Sobre la dificultad de construir un Ars Oblivionalis", en Revista de Occidente, 1989, 100, 9-28.
[12] Carlos García Gual, "Mnemósine y sus hijas", en Revista de Occidente, 1989, 100, 107-122.
[13] Antoni Brey, "La sociedad de la ignorancia", en (Antoni Brey - Daniel Innerarity - Gonçal Mayos), La sociedad de la ignorancia y otros ensayos, Barcelona, Zero Factory, 2009, 17-41.
[14] Marco Tulio Cicerón (Vicente López Soto, trad.), Diálogos. De la vejez / De la amistad, Arganda del Rey, Edimat, 2003, 68.
[15] Antonio J. Ubero, "Arturo Pérez Reverte. Las cosas claras", en Libros, La Opinión, 65, 3, Murcia, 14 noviembre 2015.
[16] G. H. Mead, "La naturaleza del pasado", en Revista de Occidente, 1989, 100, 51-62.
[17] Jaime Gil de Biedma, "Prólogo", en T. S. Eliot, Función de la poesía y función de la crítica, Barcelona, Seix-Barral, 1968, 6.
[18] Marco Tulio Cicerón (Vicente López Soto, trad.), Diálogos. De la vejez / De la amistad, Arganda del Rey, Edimat, 2003, 153 y 155.
[19] Vid., Luis Beltrán, Estética y literatura, Madrid, Marenostrum, 2004, 11-63.
[20] Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, Ediciones elaleph.com, 2000, 419. [Documento en línea]. Dirección URL: <argentina.indymedia.org/uploads/2012/10/ teoría_de_la_clase_ociosa.pdf>. [Consulta: 16 octubre 2015].
[21] José Musso Valiente (José Luis Molina, editor), "Cartas sobre la felicidad", en Obras, vol. 3, Ayuntamiento de Lorca/Universidad de Murcia, 2004, 56-90, pero 58 y 61.
[22] De igual modo que consideraba a la amistad producto del bien, la felicidad se basa en ese mismo bien o virtud. Son ideas ciceronianas.
[23] José Luis Molina, José Musso Valiente (1785-1838): humanismo y literatura ilustrada, Academia Alfonso X el Sabio/Universidad de Murcia, 1999, 13-14. Antonio Agustín Catalina Chevalier, natural de Tolosa, cura de Merville, abandona Francia por la ley de 26 de agosto de 1792, huyendo de la revolución que acaba con la monarquía de Luis XVI. Tenía 29 años. Está en Lorca hasta 1799.
[24] José Luis Molina, José Musso Valiente (1785-1838): humanismo y literatura ilustrada, Academia Alfonso X el Sabio/Universidad de Murcia, 1999, 16.
[25] Ginés José Martín-Consuegra Blaya, La cultura impresa en el reino de Murcia durante la guerra de la Independencia (1808-1814). Original inédito. Fotocopia, sin otros datos, pp. 49-50, proporcionada por Juan González Castaño.
[26] AHN. Hacienda. Leg. 1561, expediente 31. "Certifico que por ser natural de la ciudad de Murcia y haber estado avecindado y empleado en ella hasta el año de mil ochocientos quince en que fue destinado a esta Corte, sé y me consta a ciencia cierta que el Sr Dn Pedro María Olive, Cadete de las minas de Almadén en mil ochocientos ocho, ahora oficial jubilado de la Contaduría General de Valores y Secretario honorario de S.M., se trasladó a la propia ciudad de Murcia por haber emigrado de Madrid a consecuencia de su ocupación por los franceses en diciembre del último año citado; y que fue considerado como empleado del Gobierno legítimo percibiendo el correspondiente sueldo, y ocupándose constantemente en objetos del Real servicio, entre ellos el desempeño de diferentes encargos de la Junta provincial de Murcia, donde dio a conocer su instrucción, celo, y adhesión a la justa causa durante la guerra de la independencia, habiéndose trasladado a esta Corte en septiembre de mil ochocientos doce cuando la evacuaron los franceses".
[27] Josefa Hernández Morillas, Descripción documental de la vida y obra de Pedro María de Olive, un literato entre los siglos XVIII y XIX, Tesis doctoral inédita. Universidad de Almería. Facultad de Filología. Departamento de Filología Española y Latina. 2014, 57.
[28] José Luis Molina, "(Pen)últimos poemas originales de José Musso Valiente y dos traducciones en La Minerva de 1818", en Tonos Digital, nº 19, julio 2010. Poema facilitado por doña Francisca Mellado, de Madrid.
[29] “Menos impertinente fue el análisis que por entonces hice de la Mérope de Maffei; y, como con ocasión de la muerte de Meléndez, sucedida por aquel tiempo en Mompellier, le envié un artículo sobre el mismo; yo, para hacerlo con más acierto, quise antes formar uno sobre Anacreonte. Así lo ejecuté, después de un prolijo examen que también fui escribiendo de sus composiciones. A él siguió el de los fragmentos de Safo. Y, estaba haciendo el Catulo, cuando Olive suspendió su periódico y yo volví al estudio de la Historia.” (Musso Valiente: 2004, 378-379).
[30] José Luis Molina / Mª Belén Molina Jiménez, María Manuela Oreiro Lema (1918-1854) en el Diario de José Musso Valiente (La ópera en Madrid en el bienio 1836-1837), Murcia, Universidad de Murcia, 2003.
[31] Francisco Aguilar Piñal, "La letras españolas a comienzos del siglo XIX", en Un 'hombre de bien'. Saggi di lingue e letterature iberiche in onore di Rinaldo Froldi, Alessandría, Edizioni dell'Orso.

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