jueves, 4 de mayo de 2017

UN CUENTO DE ALICIA

Tengo una nieta de 13 años que vive en Murcia. Escribió en marzo un cuentecillo y su profe lo envió a un concurso. Hoy, un whatsApp me anuncia que la niña es primer premio de cuento Santa Joaquina de Vedruna. Como abuelo bobo quiero compartir el cuento con los lectores de este Blog.

Alicia Madrid Molina, en el verano de 2015, en Dinamarca

“15 de septiembre de 2042
Diario de Ruta. Expedición a la Antártida.
Llevamos siete días caminando sin rumbo por el continente helado. Salimos doce personas y quedamos siete. El frío penetra en nuestros huesos a pesar de la cantidad de abrigo que llevamos. El avión no pudo continuar por la tormenta. No creo que nosotros aguantemos.
Nuestros pies son cuchillas de cristal. Nos falta oxígeno, nos falta ayuda, nos falta… tiempo.
En busca de una nueva forma de vida detectada, que según las coordenadas, se encuentra cerca de una base científica británica, pero nuestras brújulas y radares no funcionan. Estamos perdidos en un infierno blanco. El viento, el frío, la nieve, no nos dejan avanzar. No sabemos lo que buscamos, no sabemos dónde estamos.”

Paramos en un saliente con forma de cueva.
-Doctora, no podemos continuar. Las condiciones meteorológicas son pésimas. No nos quedan provisiones.
-Lo sé, lo sé…
- ¿Qué es eso? –dijo el doctor Hudson señalando una pequeña luz roja que parpadeaba en medio de la nieve.
Salieron corriendo sin prestar atención a la tormenta de nieve que los tiraba y zarandeaba.
Cuando se aproximaron más al punto rojo, vislumbraron una figura humana que gritaba. Se acercaron a ayudar a la moribunda persona cubierta de pieles y la llevaron a la cueva.
Cuando llegaron esta se desprendió de parte de su vestimenta, pudieron contemplar el rostro de una mujer con rasgos esquimales.
Cuando ella fue a hablar, de su boca salieron extraños sonidos. Hablaba otro idioma.
Intentaron comunicarse en francés, inglés, español y chino, pero ¡nada! Parecía que sólo hablara una lengua, una desconocida por nosotros.
Al cabo de varias horas conseguimos comunicarnos mediante gestos y sonidos. Nos dijo que se llamaba Kaissa, un nombre que tardamos en aprender a pronunciar. Dijo que era guía pero que la tormenta y la fuerza de su diosa la habían traído hasta aquí, un recóndito paraje de una zona como muchas otras en la Antártida.
Emprendimos el peligroso viaje dos días después. Hacía 63º bajo cero. Volvemos a ser 7.
Willson no superó la noche. El paisaje blanco, un día tras otro. No vimos rastro de vida alguna.
Cada vez me pesaban más los párpados. No podía caminar. Mis pies se hundían en la nieve.
De repente, se empezó a escuchar un zumbido que cada vez se hacía más potente. Un ruido ensordecedor. Una grieta se abrió a mis pies. Con cuidado de no moverme, giré despacio la cabeza. Una avalancha de nieve venía hacia nosotros. Toneladas y toneladas amenazaban con venirse encima. Por medios de gestos y diversos lenguajes intenté avisar a todos mis compañeros. No hubo tiempo. La nieve nos aplastó. No podía moverme. Era mi fin. Ya está.
Todo el viaje se acababa aquí. Cerré los ojos decidida a dejar el mundo tranquila, cuando algo tiró de mí con tal fuerza que me sacó de la sepultura. Cuando recobré el conocimiento, vi frente a mí la cara de Kaissa pegada a la mía. Le pregunté por los demás y se le ensombreció el rostro. No había más que decir. Nosotras dos solas debíamos continuar el viaje rumbo a lo desconocido.
Fueron las semanas más duras de mi vida, pero con Kaissa al lado, sabía que nada me podía pasar. Menos mal que había conseguido comunicarme con ella. Pensar que éramos personas tan distintas y que con sólo palabras habíamos conseguido entendernos.
Llegamos a la Estación Científica Británica. Forzamos la puerta y entramos. Estaba desierta. La nieve había cubierto gran parte del suelo. Hacía frío. No teníamos ningún radar. Los habíamos perdido en la avalancha. Desesperada, me senté y descansé por primera vez en todo el viaje. Al rato, me quedé dormida.
Cuando me desperté, Kaissa me dijo que debíamos reemprender la búsqueda. Y yo, sumida en mis pensamientos, no me di cuenta de que ella me llamaba.
Un gran oso polar se dirigía hacia nosotras con actitud amenazante. Temblábamos. Cuando el oso estaba a unos metros de distancia, se sentó y empezó a lamerse la cola. En ese momento pensé que nos iba a atacar. Pero no lo hizo. En cambio, nos dirigió un gruñido que parecía invitarnos a seguirle. No hace falta ser experto en idiomas para entender que el oso intentaba guiarnos.
Estuvimos horas siguiendo al oso, hasta que nos mostró una pequeña explanada de hielo. Ahí se encontraba lo que estábamos buscando. Esa nueva forma de vida. ¿Qué sería? Abrí el hielo y extraje un trozo desde cuyo interior unos leves destellos de luz me iluminaban el rostro. Miré hacia dentro y por primera vez en el viaje, una sonrisa se formó en la comisura de mis labios.

1 comentario:

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