martes, 1 de noviembre de 2011

VINO DERRAMADO EN LA PLEGARIA











En el atardecer corinto de la Icaria libre,
independiente isla mientras pudo su pan
amasar, al tiempo en el que Ícaro miraba
el mar desde las rocas de estériles espartos
y las escarpadas laderas que sobrevolaría,
y los rebaños de negras cabras triscaban
entre los arbustos por angostos vericuetos
por donde ya no peligraba el pastor viejo
de piernas arañadas, de ojos marchitos, de voz
pausada, porque esperaba antes del piélago
el ganado,
                          Dédalo lloraba ya la muerte del hijo.

Icaria muestra su rostro erguido al mar gris
de rompientes olas, el mismo mar que arriba
las ondas aromadas desde la Chipre turca hasta
la Ausonia, en la nación itala, navegando, en luna
llena, de cabotaje, por mirar la costa lucífera.
La isla montañesa contemplaba el destello
astral de Ícaro cayendo en territorio marino
envuelto en un grito áfono, un lamento griego,
en un oficio fúnebre en el país del ansia libre.

Asomado al pórtico, en Dido reina pensando,
se arrepiente el héroe de no haber refrescado
la bóveda del lagar con vino calentado y miel,
mientras el agua llega silente a la sucia cristalera
que acerca el mar de la Cala a la armonía piadosa
del balcón de la calle tranquila, paz azul-marina
que no se puede albergar en el cuenco de las
manos si no estás allí y vives el etéreo manto
que adormecen las estrella para simular, Venus
argéntea, su ocultamiento premeditado las noches
soñadas como el agua de mayo, en las que no alumbran
el paso ciego de las constelaciones cólquidas, países
auríferos, que emigran con el bóreas por el oscuro
significado de la memoria que se pierde tan en sí.





José Luis Molina Martínez
Calabardina, 1 de noviembre 2011

1 comentario:

  1. Acudo, una vez más a éste banquete, como a la música y como dice su encabezamiento "a sabiendas de que es sólo un festín de palabras y sentimientos más o menos ocultados..."

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