domingo, 22 de septiembre de 2013

ITÁLICA SERÁS DESPUÉS QUE MUERA 18



LA CALLE TRANQUILA,
A LA COLA DE LA CALA


Cúpula de la iglesia del convento de la Virgen de las Huertas
Lorca, 8 septiembre 2013. Foto: José Luis Molina


Desde aquí, desde el dolor pasado,

desde el balcón de mi silencio,

se extiende un azul que se sumerge

en su belleza y profundiza el tono añil

en gama marinera hasta lo eterno.


Inúndanse los ojos de horizonte,

pura forma rectilínea,

redonda geometría la playa o concha

donde el manso mar se recrea

en su azul y en su silencio oculto

y movimiento osado.


A lo lejos, un islote se divisa

que azota con lo blanco de su azul

tan esplendente

como el cielo que lo cela

y lo descubre a un tiempo mismo

y de atrayente modo.

Canción de lo inmenso,

del abisal acopio de oscura llama

y sutil misterio en la ciudad

triste y sumergida,

de música modosa revestida,

y en blanco movimiento

acunada, oscilante,

la amplitud mediterránea

retirada del lebeche,

aislada de la vida,

magnifica su ansia virginal.


Más fría que el calor de la mirada

que lo sueña desde aquí,

que se solaza y copiar quiere

su eterna mansedumbre,

su sereno silencio,

su soledad complaciente,

su placidez ahora,

mi turbado espíritu recrea.


Y tan sólo de ella disfrutando,

el sosiego en la mirada introduciendo,

pasar ansío el poco tiempo

que en pausado devaneo

me queda a la orilla de la vida,

de la que soy en voluntario apartamiento,

en busca del encuentro

con mi pausada escueta historia,

el viaje preparando

hacia la orilla noble del Amado.


Me alejo así de mi esencia

y del gesto acumulado en el largo

viaje emprendido cuando desnudo

en el monte me dejaron.

Y vestido ahora de graves daños

y escasos bienes adquiridos,

despojarme quiero de lo habido

y llenarme de lo eterno prevenido

desde siempre y lo absoluto.


Sólo ese poco necesito inaccesible.

que gastado por entrega generosa

incalculada, mi pozo seco queda

y yo, a su brocal, sediento de la altura,

del agua manadera, la palabra

que procede de la noche

e inefable desierto origina

y aridez suprema para nacer

al comienzo de la escala.


Este monte sin ladera limita

la subida y sólo adivinando

la retama asciendo

sin ninguno movimiento

a la solana de este monte

por la verdura sostenido

del matojo y mi escritura.



Sosiego clamo y no lo hallo.

Aparto velos, sueños y emociones,

de mi dentro salgo

con dañado pie mi alma sosteniendo.

Busco el mar desde este monte

encumbrado donde quedo arañado

y por viento asustado

y por aullidos de lobos

y la raposa enfurecida.

Y hasta este apartamiento doloroso

dificulta el aire encaramado

en lo alto de la cumbre que oculta

nube presurosa. Y entonces

lo vislumbro, al sestero,

cuando luz irrumpe deleitosa

y al punto desparece

y árido desierto cubre el alba

y la costumbre de ser en mi morada.


Altivos pasos suenan y, cuando

inician su arribada, se alejan

por el rastro de la luz y el viento

me cimbrea y me derriba.

Ruido impertinente trastea

el arbolado que apenas

se divisa por el altozano.


Voces quejumbrosas se suceden

imperiosas y el silencio no aparece

del Amado y mi tristura crece

y llena la agreste cavidad

de la poca espesura, del esfuerzo

y de mi frente. Y, cuando soy

más perdido y no encuentro

asidero suena el Verbo.

Y a su eco estremecido

me alienta su secreto

entendimiento incompleto.


Atento quedo a la palabra

no siempre percibida

por la grave abierta herida

que infringe

la alta altura del momento

y la extrema rapidez del son

y sentimiento.


Mas su siseo en calma envuelve

mi ánima afligida.

Y esa música sonora

de nuevo enciende el fuego

de la hoguera y huye el cierzo

con híspido blanco paso apresurado.

Y la sombría sombra se diluye

y el arbolado surge y reverdece

y los pájaros canoros silencian

los miedos de la noche y de sus flores.


En silente soledad se introduce

la palabra y se recrea con su sonido

el atento oído apercibido de su tono

y majestad de acordes y de trinos.


Y vuelve el mar a mi mirada

y arde el reverbero de la luz.

Mi casa se sosiega y la ladera

del monte aparece y el camino.

La paz mediterránea anega

la esperanza y el Amado

procura silencioso dormirme

con su voz en mi escritura.


En lo profundo del Amado

me dormí y estuve

sostenido y al vuelo de paloma

concurrí y anduve

el zureo y viví el estado

trasparente que había en la redoma.


Nadie me alejó del sueño

y, en la quietud abandonado,

en los brazo del Amado

lo tuve como dueño.

Esto me fue dado gozar instante

raudo y presuroso,

mas fue bastante.


Hasta el balcón llegó volando

el alma, mis sentidos reposando.

Y, vuelto a mi estado de abandono

de cuanto fui y soy y que le dono,

a la linde del mar estoy y la ladera

por si otra vez ventura tal hubiera.



Calardina, 22 septiembre 2013
José Luis Molina

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