sábado, 9 de junio de 2012

MEDITACIÓN RÁPIDA DE LA MAÑANA

Dibujo de Amando Suárez Couto (c)
No por poner en juego el ars amicitiae
consigues la paz romana, amigo inventado
a la orilla de la Cala, en tu casa alborotada.
Toda paz interior como una llama ardiente
parece hervir, sin tener en cuenta
el novilunio de este mes suave aún pero
aguerrido en la ingente tarea gloriosa
de la construcción no subvencionada
del claustro pétreo que se eleva como
oración, como humo que el turiferario sabio
disuelve en volutas retorneadas, como
columnas salomónicas en el Tabernáculo:
las preces alcanzan
la estrella de mar,
la torre de ébano,
la casa que asume su pobreza,
la mesa donde se reparte el juego marcado,
la desesperación no tanto por la muerte de Dios,
cuanto por los despidos del trabajo,
tanto infierno en la hoguera diurna,
cuanto destello solidario,
cuanta urgencia en la necesidad.
Créeme,
amiga tejedora del tapiz velado de la historia
actual, de este momento crítico: sólo se posee
cuanto se deja en el banco de la paciencia,
en el destello fúlgido de una caridad que hace
al otro mi semejante, soy yo el que se sienta
en su mísera necesidad y sufrimiento a la
espera de que los dioses dejen de rezar
plegarias ineficaces. Nadie sube sólo del
abismo, nadie come sin nada en el plato, 
nadie sonríe mientras los niños preguntan
y alguien entiende que las flores son para
los búcaros, de modo que la estancia parezca
un salmo lastimero, una letanía de lamentos,
un fúnebre kirie eleison, Señor nuestro,
dueño de nuestros ilusos sueños rotos,
dueño de nuestras esperanzas perdidas,
dueño de nuestro horóscopos falseados,
dueño de nuestros silencios interrumpidos
por el hondo gemido de nuestra desesperación
contenida porque el claustro de acogida
no permite el llanto, no tolera la soledad,
no admite el silencio. Pero, ha tiempo ya
que la elevación de un ceniciento canto florido
invoca a los ángeles que expulsaron del paraíso
a las Potestades pretenciosas para que, libre
este pueblo del daño irreparable que le han
hecho sufrir, que ha deteriorado lo humano,
que ha humillado al hombre, que ha falsificado
el valor de la mujer, por la avaricia triste
de los que orillan los pesebres del poder,
la cochineras de Circe y su porquero.
Nunca más pisoteadas que ahora
las teologales virtudes,
la justicia cardinal, hetera de sí misma.
¡Ángel del más allá!:
anúnciales su destino de angustia,
léeles los cargos que harán de ellos
sísifos y tántalos,
condúcelos a las cárceles del alma,
justo las que Piranesi diseñó para ellos.
Los condenados argüirán escandalosamente:
"que nos quiten las alfombras sucias
de dinero sobre las que pisamos, 
los placeres que nos han acompañado
hasta en sueños prolongados artificialmente". 
Y maldecirán nuestro nombre, el nombre
de todos a los que hicieron sufrir.
Porque sólo la conciencia
de su nuevo estado,
hará que se sientan, por una eternidad,
tan desgraciados como los que ellos
fabricaban sin que les redoblara la música
del daño ajeno, las lágrimas de los débiles.
De la flor de loto nacerán signos sombríos.
De los acebuches manarán hilos de oro verde
y de la pinada de la orilla de la Cala
emigrarán los córvidos que arrancaban
los brotes de los prados circundantes
de la ermita arruinada al pie de la sierra
que se aboca a poniente, mientras las gaviotas
de voz hueca y bronca regresan a Cope
donde pasan sus horas en la cortada pared
sujetada por ángeles que no se ven
por la noche oscura del alma:
a esa hora, sólo tiene lugar
el silencio de los muertos.
Desde el ara pacis, se elevan oraciones
para urgir que las tinieblas asuman
su misterio
antes de que el día sea aurora perfumada
por el sándalo del Oriente cercano,
por el lado aquel de la Cala que luce
el oro por encima del dinosaurio dormido
que parece su estatura. Así,
Dios podrá repartir justamente
la paradoja que la vida provoca
y el claustro retirado redime.

La isla de los muertos, de Harold Böcklin, versión de 1880 (c)

Calabardina, 9 junio 2012
José Luis Molina Martínez

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