lunes, 8 de julio de 2013

ITÁLICA SERÁS DESPUÉS QUE MUERAS 1





LAS DUDAS DE DIDO

Desde el porche de tu claustral retiro,
estancia sosegada como cosecha en lagar
dormido, cae al desgaire la blanca
cortina sobre la coqueta cala, natural
capricho costero, rocoso y plano según,
velo que oculta y permite el gozo de la sal,
la lumbre marina que navega su sombra
por la cal de su armonía, ponto abisal
de conocidos desastres dolorosos, mientras
impide que el último sol hiera, amante,
tu aguamarina mirada alechuzada,
astuta, cómplice, y, por ello, graciosa
y llena de peligros. Apartas la breve gasa
y la paz de la atardecida, la que genera
el último adiós furtivo, te llena de graves
gritos de gavinas.
Es una visión perfilada
la de los hábitats que abarrotan la orilla
y cobijan las olas de la confluencia, justo
vaivén, infecunda espuma, neutral espejo
de visiones de la vida y del hombre aciago.

Desde el amplio ventanal y atalaya legislaba
el invierno, invertía tu reinado los compases
iniciales y, la tarde, clepsidra de los días,
quedaba reducida a cenizas.

Cuelga el ampo
extremo del lienzo desde el riel bajo marco
de cedro revestido y compone arrugas y
sombras al tiempo de ocultar la cercanía,
de impedir el reverbero
del ansia.

Anda herida la tarde que sus manos
abiertas ofrece a la luz ablandada
de la
sacerdotisa.

En tanto, aletean blandamente
satiresas gaviotas que maldicen las últimas
barcas en su entrada en la seguridad
de la Cala Bardina, de la tunecina mar
del Mare Nostrum que nos consuela de la sal
que la Tagaste numidia asolará a poco,
eternos náufragos los generosos corazones
de serenidad conmovida, de contenida
inquietud, pacientes en su refugio.

Me agrieta tu presencia,
tu pulquérrima forma me agita,
muda mi corazón lucidez serena
por los desbocados caballos,
galope agolpado de sangre,
sube al rostro la emoción que oculto con el velo,
la cortina excusa mi ardiente mirada,
mi turbación rehace,
que tu prestancia despierta más y eso
porque llevar me dejo de la emoción,
mi temor escondo,
ficticia hago la realidad inane,
inerme, en amor me entrego
mientras el crepúsculo se hace,
deviene,
acaece tósigo, oscuro sueño, insensata caricia,
obstáculo a la funesta pasión:
desvela así premonición triste del trágico destino.

Caen sobre la mecedora las quejas enamoradas de Dido.
La reina enciende la capuchina y aparta la cortina
que la noche ha vuelto estéril.
Desgarrada queda su agonía en el cielo de lo imposible,
de lo que nunca ha llegado a ser.

Sobre el silencio,
la huella de la desdicha,
los pasos que se alejan.
Así se firma su propia sentencia:
lastimera
adviene queja y el silencio del orbe reprochado
se adueña del vestigio,
porque nada es
ni más allá siquiera.

José Luis Molina
Calabardina, 8 julio 2013

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