miércoles, 24 de julio de 2013

ITÁLICA SERÁS DESPUÉS QUE MUERAS 7




MISTERIO Y SILENCIO EN LA PIEDRA
Desconsiderados podríamos llamarlos por la
omisión vegetal en las hornacinas labradas
en el estupor, en el tímido llanto de la escasez
de atributos artesanos. ¿Acaso no se consideran
agrestes soñadores, vagabundos que hollan
la Castilla, en medidos pasos calculados,
atareados portadores de cartabón y secreto.

“Apenas importa, padre, a mi doncellez, las
querellas con obreros transhumantes, ligados
 por lóbregas cadenas a un destino largo de
piedra. Qué interesa a mi voluntad de serme
yo, este candado que arrincona mi escasa,
libertad, en esta envoltura airosa que mantiene
en claustro mi tibia comezón despiadada en
el lugar, para mí, del desencanto y la sinrazón
impuesta, sin contar conmigo para este reposo.
Visceral forma de perderse en laberinto, húmeda,
en tanto los aullidos carnales ascienden
hasta el ahogo gesticulante del párpado
como girolas breves tendidas a la majestad del cantero,
amor que te sueño desde la esquirla del mármol
que adornas con tus golpes sombríos y recios de
hombre a quien tocar. Niégueseme el aire, hasta
que aparezca, en soledad manifiesta, por el quebrado
alero de la eterna umbría que es permanecer
ardiente, al frío de la ventana, siendo miedo y
muerte cada sonido pacífico de la relojería que
acompasa todo suspiro de amor siempre ansiado”.

Desconsiderados es poco: olvidar aquella
enseña, el deseo tantas veces interiorizado
de poner semblante de donosura al hábitat
ingente que, desde la  penumbra de la fosca
nubería, se adentra hasta la silente limpidez
de lo constantemente inventado.
                                                           Marcharán,
artesanos doloridos por el pesaroso cadeo del golpe
a labrar en la frente sincera de los desacatos,
en la siniestra humedad de la impuesta ilustración
vegetal, mientras sedientos seductores alongan, en
pétrea solicitud, su escaso poder de administrar sus
propias vidas marcadas entre el compás y la roca.

“Ya es silencio cayendo en lentitud
de herida como el duro contorno de
la piedra, urbano destino y frío contraste
en la escasez de la compañía. Fuéronse
los golpes que anundaron mi corazón
al rostro, este a la llama, mi cuerpo
a la galanura del cantero enamorado.
Nunca más será la espera, el atisbo,
el modo astuto de poder enmarcar el
óvalo del rostro entre los marcos
férreos de la clausura nunca deseada,
siempre maldita. Como mi íntimo penar
de doncella que sólo sabe su propio
desiderio, ausente de sí el generoso

goce que todo abrasa, y yo negada”. 

José Luis Molina
Calabardina, 24 julio 2013

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