viernes, 12 de julio de 2013

ITÁLICA SERÁS DESPUÉS QUE MUERAS 3




ÉPICA DESHONRA

En tierra de nadie, trágico augurio
fueron las hieráticas cariátides
abandonando el sólido fuste
que las encumbraban hasta el desastre,
capiteles sembrados de misterio,
cuando fueron abatidos los templos
serenos por la fuerza de las máquinas
de guerra y la sal estéril hizo vacuo
el camino de la plegaria antigua.

De la ciudad hicieron ruina fácil.
La doncellez, plato codiciado para
feroces fauces. Prendieron los niños 
la hoguera del odio mientras buscaban
claustro en el escondite de sus juegos.
Al anciano la vida permitieron
para que narrase el asalto y miedo
infundiesen a las gentes relato
tan cruel y militar despojo su hazaña.
La gloria inane de los vencedores,
faena deslumbrante por lo rauda,
cobarde por la misma innoble prisa,
hasta en su oficio destructor soeces,
no sirvió para el olvido, que siempre
los persiguió la muerte inopinada.

¿De qué sirvió escuela de paz serena
a quien guerra vivió en su infancia aflicta?
Hicieron secta de venganza horrenda
los antaño asustados jovenzuelos
de la horrorosa muerte contemplada
mientras en el silencio del refugio.

Ajustados a los petos petrales,
los deseos de sangre renacían
mientras eran abatidas las hijas
de los asoladores imperiales
y ansiaban refugio los victimarios
en los sepulcros de los arrabales,
en las ermitas de las cofradías:
mas hasta allí llegaba el asesino.
Alzó su voz el inocente, gritó
la superstición y conoció entonces
la secreta unción de los aranceles
de la penuria. Alzó su voz y herido
cayó para que se hiciese el silencio
y la máquina anónima siguiese
el aniquilamiento del otrora
vencedor imperialista.

Palmira
es una ordenada ruina y reclamo
en donde la piedra grita su pasado
en un horizonte lúcido y salino
mientras el guía repite incansable
los clichés turísticos tan manidos.
En los Anales del alba se cuenta
escrito cómo se destruye recia
estirpe de hombres bajo la ruda horda
feroz de los logreros. Sólo, lírico,
he sabido de la célebre ruina
de Samos, Pastmos o Cartago. Poco
he aprendido de la épica anodina
de los escritores. Altas columnas 
son las de Palmira y sus yermos restos
de tal belleza que quizá esplendente
no fuese tan gozosa mi extasiada
visión esperanzada. ¿Qué más bello
que la convicción de que algo resista
al tiempo permitido y sea ruina
eterna? Sólo por su mustio aroma
de tiempo Palmira es más famosa
que cuando era un cenáculo secreto
y la oración ascendía entre incienso
hasta la nube que ocultaba gloria
tan perecedera como asolaron
los cabrones de siempre en cada
época ganadores de la ruina que luego
será objeto de pasmo, lámina de libro.

José Luis Molina
Calabardina, 12 julio 2013

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