domingo, 30 de agosto de 2015

ALGO OSCURO Y ENEMIGO: José Luis Molina


(c) Castillo de Cuéllar. Fotografía: José Luis Molina.


Quizá sólo fuese una temporal emoción
o la necesidad de no contar el tiempo
lo que le hizo, posesión exquisita, abrir
el libro que apretaba en la mano, negra
la encuadernación como si un jade deviniese
en boca de lobo, como si el ópalo figurase
en el silencio sin huellas, como el cuadro
barroco de una beata amante de la feminidad,
abrir el libro como efecto fatídico, como si
el centinela impidiese al centauro empuñar
su lanza, protomártir por la roca de Cirene
que quiso coger cuando se rasgó la hoja
y se hizo arena que lo enterró en vida.
Jamás tomó el tren que esperaba para el viaje
por el alfabeto de los sueños olvidados,
por el correlato risueño de la imaginación,
por el santuario de los lamentos sin luz,
es más, en el suelo quedó, como si fuese
el resto de un legendario mundo sin averno,
el libro de versos que gemía convencionales
motivos: esencia de retama, dije de oro.
Porque los mitos ya no estaban en el género:
acogido su espíritu, no te sabría decir,
si al tiempo de que el cuerpo fuese lividez
o concreta circunstancia intempestiva,
Palinuro pedía a Eneas salir de nuevo
al mundo para que alguien recogiese su cuerpo
insepulto e hiciese una hecatombe para descansar
en paz el resto de su muerte.
Nadie jamás halló de nuevo la nave porque
la Sibila de Cumas la varó junto al templo
de los ángeles bucinadores del oboe,
a la espalda de la precaria Plazuela de las
Obediencias, lejos del mar del castigo.
No, no tenía que haber ocupado dicho lugar,
ni esperar a la hora sepia de la media tarde
para iniciar el regreso mientras nadie sabía
de su tristeza y todo parecía feliz y duradero,
quizá aquella fuese la luz que luce el tren
cada vez que inicia el ritmo mítico
que simboliza el no retorno, la desolación,
el sueño eterno. Ya tengo este yo para hablar
veladamente porque la circunstancia une
la presencia y la ausencia y hablo
con el misterio de la muerte porque la vida
de la muerte es cada una de las palabras
que se dicen a la madre nada más despertar,
las palabras que en el infierno terrenal
no se le confiaron, las que quisiste pronunciar
felizmente y las que a ella le hubiera gustado
responder, aunque con sólo su mirada
ya se sabía qué quería significar, mi madre muerta
está más en mí que mi madre amada estaba
en la vida terrenal
y esto es una sensación que no se acaba nunca.
Ojalá mi mano proteja su sueño eterno.
Mas desconozco
si el sismo –la nada– la levantó de su lugar para conocer
por sí misma, al punto, que nos había respetado la muerte.
Tampoco ha llegado a mis oídos si yace otra vez
con el ángel del licor oscuro por compaña.
Ando ahora un poco más triste porque ha de pasar
más tiempo para que el encuentro junte
lo que Dios separó porque le había llegado la edad.

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