martes, 24 de enero de 2012

ELOGIO DE MUJER CON SOMBRERO NEGRO (2)



                                       III
El sudario morado que los ojos enmarcan
de tul y lapislázuli, de aceituna velado,
es cuanto permite observar de su misterio:
perdido ha los ojos en la sombra galilea.
Aunque ya sabemos que nada es como parece,
nada es como apetece que sea: cuando alguien
se da, no se rinde, no se explica, siempre
oculta algo más allá del devaneo de la mirada
frutalmente mórbida de esos tus ojos no ampos,
ojos que anochecen el negro del desvelo,
del amplio mar su inmensidad escorada
-la que se extiende entre la templanza y el deseo-
y sólo apariencia es cuando hubiera gustado
que su esencia fuese ubicada, sin trabas,
en la écfrasis de los colores que puso, como
si de una pavana se tratase, no de escala de color,
Kees Van Dongen, como si hubiese maquillado
el ángel de toda su vida y eres mi muerte,
el impávido relente que enfrió el reflejo de
su rostro, don yo, mientras acaece rayo de luz
en la lontananza de la imprevisible contemplación.

Calabardina, 24 de enero de 2012
José Luis Molina



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