miércoles, 18 de enero de 2012

ELOGIO DE MUJER CON SOMBRERO NEGRO (1)


                                       II
Esos sus ojos no formulan misericordias lábiles:
quizá sí claros y  serenos, no de mirar dulce, no
violentos, tampoco lívidos,
sino sólidos en la amplitud de la cercanía,
poseen el don de la legalidad, serán tiernos
en la cercanía del precipicio,
garzos algo más allá.
tórridos en la intimidad.


Los ojos se ven como una piedra puteal,
con la sombría valoración de quien conoce
la dureza del granito, el espectáculo dócil
de bucear en cuanto esconden, expertos,
entre el avieso mundo de las pestañas que,
de alguna manera aprisionan la mirada y su
atormentada interpretación de la soledad,
                             de la congoja,
                             del crepúsculo
de cuanto anda fuera de los cánones ideológicos
dictados por la parsimonia de la crítica experta.
¿Seducen? ¿Engendran sentimientos salobres?
¿Modifican el espleen de lo que ya no será
jamás sombra o soneto o cántico espiritual?


Porque, ¿acaso voz y y dulce mirar conjuntan
sus apariciones públicas para mostrar si una y otra
son posesiones veraces o su inteligencia corroe
cuanto has venido a ver en hora intempestiva?
¿Has llegado a contemplar el color aciago
de su orla o no necesitas sugerencias para
llegar al adobe, al cuidado del color, a la apertura
del ansia, a la voracidad del sabor amargo de
la línea dolorosa de morada, al sosiego morado
de la tarde que se hace oración mientras
los rizos quedan recogidos bajo la toca de amplio tul?


Desconoces el camino de la mirada,
los colores que piensa
y la hora del crepúsculo.
Por eso la paz abunda en el sobrio secreto de esos sus ojos.




Calabardina, 18 de enero 2012
José Luis Molina

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