viernes, 23 de marzo de 2012

DE VUELTA A LA VIDA

Vilhelm Hammershoi Hvile, REPOS, 1905.
Mientras, ampliamente rica, muestras
tu mirada de ojos alechuzados como diosa,
a espaldas del carisma inmediato, espero
un tiempo en el que el aura oculta alivie
la impronta fugaz del marzo que trajo,
en primavera,
nieves de invierno,
luces samaritanas,
éxtasis fuera de sí mismo,
balbuceos de pájaros vencejos perdedores
del vuelo si la calima se hace obstáculo
culpable, decadente, decepcionante.


Tanto he impetrado el final del rito,
de la antífona,
tanto he esperado el paramento y petral
sobre el caballo impoluto,
dócil,
adoncellado,
de belfos absolutos,
noble modelo para pintor restituidor
de lo artístico como filosofía
del conocimiento sutil,
caballo que encarna
el paso y la cadencia, que ahora mismo,
en este momento idóneo y pasajero,
ya enjaezado para la sígnica ceremonia
hermética, mundo posible, cuando suena
el salmo en el claustro oscurecido por la
sombra de los estípites en los que levitan
las columnas, ornadas de flor de stevia,
elevadas como oración hecha
volutas grisáceas,
humo pontifical,
eterna voluntad de sufragio,
oráculo admirable,
corona fúnebre,
asisto, pensativo emocionado,
a mi propia fatalidad,
a mi propia destrucción, por si fuese lado
oculto de la realidad mi inexacta presencia
en el lenguaje de la gnosis: el peso de lo muerto
es símbolo de mí mismo, generado en el dolor.


Si digo en silencio, con la mente lúcida,
enfermo de enfermedad encerrada
en la intimidad del ánima abrumada,
me es igual,
cínicamente hablando ante tu mirada perpleja,
no gozar de mi cuerpo perecedero,
no desear la prisión corporal longeva
y deteriorada, para ampliar el conocimiento
y  pensar y amar las cosas que amo y pienso
a pesar del cuerpo como obstáculo,
a pesar del despropósito que es
cuanta belleza debía haber sido,
cuanta alegría manifestada
en una sonrisa cómplice debía haber sido,
cuanto debía haber generado
cántico dulce,
melodía apaciguada,
parece que me miento, pero talmente lo siento,
por más que parezca condenación ontológica,
tradición trágica. Nada provoca intención
de proseguir la insensata y atractiva
contemplación del habitáculo que llenó
la desgracia de imprecaciones y deseos
de finitud terrena, por si la muerte es más
que una losa ocultadora del magno velo
envolvente del cráneo huesudo de la emoción
efímera propia de los que no sienten nada
más allá de sí mismos, sea
ángel lucífero,
huerto cerrado,
ciprés de campo santo
en donde ser o no ser ya no es la cuestión
vital, sino
el silencio,
el cinamomo,
la paz,
la soledad,
el salmo,
el grito del alcaraván,
los murmullos de los asistentes:
asombrados, quizá atónitos, oran, mientras
cuentan los ladrillos que, colocados
por diestros sepultureros, separan
la muerte de la Vida,
la prosa del oráculo,
el salmo del sentido.
Dios quiera mantener mi conciencia
de humano, al tiempo en que comienzo
a conocer el ámbito nuevo que ha de ser
mi celda y mi viento celestial,
mientras la eternidad se hace
poema amoroso,
poema cultural,
poema esotérico,
palabra estética,
dulzura retórica,
vuelo telúrico,
encuentro con la vida anterior en el momento
mismo de su comprensión, cuando, tal vez,
ni la senectud parece moneda de cambio:
nadie es feliz cuando muere,
sino cuando se desea su presencia,
por más que dicha emoción sólo dure un tris.


Almas de Dios en el cielo terrestre
(c) Fotografía de Santiago Madrid Mota
Calabardina, 23 de marzo de 2012
José Luis Molina Martínez

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