miércoles, 28 de marzo de 2012

POCA GENTE TRANSITA POR AQUÍ

La severidad de ese abedul preñado
de premoniciones inservibles para
eventuales dictámenes de los próvidos
echadores de cartas no determina
nada, ni la lentitud vil de los pasos
pecadores, ni la habilidad estoica 
de los cerrajeros para eliminar
toda herrumbre de las cárceles del alma,
habitáculos sitos en los linderos
de la propiedad comunal, extramuros
de la ciudad de Dios, medieval convento
de beguinas discretas: su misteriosa
propensión al estudio, su celibato
público, su hábito alegre, su valiente
independencia, el musical atractivo
de su voz felina, cobra dulce encanto
a imitar porque los tiempos son adustos.
Sólo tienes que pasear por las calles
estólidas de la ciudad indigente,
de la ciudad indolente, por ejemplo,
la de diario, la de suelo amarmolado,
y poseerás la respuesta buscada.


No siempre los abedules montaraces
que coronan pedregosas cumbres pinas
y nunca los calistros de las orillas
del camino transitado evocan dulces
baladas porque sus días son verdosos
silencios inservibles, fúnebres salmos
inútilmente procaces, faros fríos,
sombras falaces, arcángeles velados,
expiación sobria, motetes incensados.



Cuando, quizá por ello, aviento la mano,
como si esparciera prístina luz breve,
pareces que las amazonas desfilan
en el azul cortejo con la grandeza
del galope festivo de sus caballos
jacobeos perdidos, sin espolique,
en la bruma impenetrable que aparece
siempre -¿por qué?-, por el lado de poniente
de la Cala, feliz lugar dulcemente
amado por los dioses del Mare Nostrum,
y, sin duda, por mí, voluntariamente
exiliado en la casa idealizada
de la idealizada calle tranquila.


Calabardina (Foto: J. L. M:)

























Calabardina, 28 de marzo de 2012
José Luis Molina Martínez


No hay comentarios:

Publicar un comentario