jueves, 29 de marzo de 2012

TEMPLO PRIMAVERAL

Trascoro de la ex-Colegiata de San Patricio. Lorca
Exacto ciprés donde anidan los gorriones
sobresale por encima de la tapiada clausura
monacal, vestigio de la piedad deífera que
instaba a la salvación eterna: la oración
movía los mares a cuyo través navegaba
la salmodia del ermitaño que miniaba
sobrios grimorios mientras el Ave María
florecía en sus labios. Ahóndame, Dios
mío, -decía-, Pantocratoren la fe bíblica,
la que mueve fortaleza militar como si
fuese brisa de la Cala:
nada me es,
todo me falta,
si, con hambre de Tí, quedo indigente,
albo comienzo en soledad silvestre, en
silencio creador, en aroma del incienso
quemado en la plenitud del horizonte
cercano al islote que era la ilusión de
todos los veranos. Había que ir nadando
hasta su apenas visible cima y su lejanía
provocaba silenciosos miedos, inquietas
incertidumbres, leves cuestionamientos
de la potestad joven de cada uno. Sólo
llegaban los que habían orado en silencio
y los más diestros nadadores. Yo quedaba
en la orilla cobarde.
Ahí sigue el peñasco y hasta el próximo
verano no se subirá nadie a sus lomos.
Yo vigilo, de soslayo, desde el banco
cercano al presbiterio por si escuchase
la llamada que me va a llevar al rigor
mortis. Hasta tanto, quedo padeciendo
a lo largo y ancho de la vía purgativa
para desprenderme de cuanto me ata
al infame esplendor de los trascoros
donde cantan latines los mofletudos
ángeles y descafeinados santos del
barroco cimborrio que me cubre,
escasa protección del cielo para los
desamparados hijos de Eva.






Calabardina, 28 de marzo de 2012
José Luis Molina Martínez

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