miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA LLUVIA ARRULLÓ VIEJAS SENSACIONES...

Mi madre, hacia 1925

Desde que el ángel del licor oscuro
te condujo a tu habitáculo, he vivido
sobre tu ausencia. En todos los negros
desasosiegos que se duermen en una noche 
de insomnios repetidos, he tenido para ti
un silencio cariñoso. Desde entonces,
encima de la colcha que aburguesa
la cama como adorno según la cíclica
temporada, cuando se recobra el otoño
de las lluvias oscuras, extiendo aquella
pequeña manta delgada, fina, de algodón,
que, amorosa, tejiste para mí. Era algo
más que un niño y aún recuerdo cómo
la tendías sobre mi frágil cuerpecillo
con tu dulzura de trigo. Me hacía, torpe,
el dormido y tú lo sabías en silencio.
Por eso,
golpeabas suavemente mis espaldas
tan débiles aún y me dabas así tu calor
de madre, amiga mía que fuiste después.
Fingía despertarme y te besaba...
No he vuelto nunca a sentir tanta ternura.
Nadie me pregunta ahora qué hace
sobre mi lecho
esta casi raída tela descolorida. Forma
parte de mi desvelo, de mi desafortunada
manera de sucumbir a la nostalgia. Son
los recuerdos espasmos líricos que asaltan
los templos serenos donde se refugian
los daños conferidos por las ausencias
dolorosas o por las atormentadoras
presencias. Me hubiese gustado que fueses
eterna. Ahora estaría hablando contigo,
en el balcón que da a la calle tranquila,
de cuantas cosas dejamos para después
y no tuvimos tiempo de hilvanar todas
las palabras sabidas y gustadas como si
aquel tu tono, tu modo de paladear
los ecos de las voces significara el tanto
amor del encuentro, ya sabíamos qué
nos íbamos a contar, mientras el zumbido
de la máquina de coser era pura letanía
monjil al amparo de la pobre estancia.
Te oculté, todo lo que pude, los daños
con que me obsequió la vida, aunque
conocías por el color de mis ojos cuándo
la tristeza era como una bufanda que
rodeaba mi alma de hombre dolorido.
De eso, felizmente, no hablamos nunca.
Hoy, madre, ha llovido una soledad
de agua caladera y, como regato, bajaba 
tranquila calle abajo, en busca de la playa.
Llevamos así una breve nube de días sin sol.
He bajado la temperatura. No, no hace frío.
Si te acuestas,
mientras tus párpados cerrados impidan
la entrada de los misterios de la vida
salobre, velaré tu sueño y cantaré los cantos
que me musitabas cuando niño dulce y no
sabía lo que era una jota lorquina.
Sólo sabía soñar con cosas que me daban
miedo y no sabía contar qué fantasmas
oscurecían mis sueños. Eso haría si vivieras.
Porque ya estarías mayor y parecerías
una muñeca menuda, envuelta en una toca
para evitar el longevo frío de noviembre.
Pero no es así y sólo puedo pasar mi mano
por aquella manta delgada y amorosa
que tejiste para mí. Es mi manera grata
de ocultar el vacío huérfano que me quedó
desde que el ángel del licor oscuro
pasó al inicio de la mañana de mayo
para llevarte a ti al lugar reservado
que te correspondía. A mí me dejó
en la indigencia. Aún te echo en falta.

Mi madre, pocos años más tarde

José Luis Molina Martínez
13 noviembre 2012

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