viernes, 16 de noviembre de 2012

APAGAR AÑOS COMO SI DE UNA VELA SE TRATASE

(c) Ilustración de Rafael Munoa Roiz (1930-2012) en
Celdas para aparcar azucenas azules de Alfonsa de la Torre,
Madrid, 1974
La gratitud del silencio es como llama
en pebetero anunciador del sosiego
ritual sobre el humo de los misterios
humanos: vivir y morir para apagar
con soplido sigiloso el maná de los días.
Se hace jardín novicio, fervor adolescente
mientras el júbilo se asienta en el pretérito
de los años esbeltos,
de la tiránica ventana abierta a lo nuevo,
cuando el mar se hacía color celeste
y siempre, cerca del horizonte,
se divisaba una vela, una barquichuela
pobre de pescado, un enjambre de vuelos
de gavinas que surgían del aliento boreal,
viento menos bueno que el lebeche,
a él acostumbrados. Vegetales solemnes
como espigadas oraciones que ascienden
en volutas figurativas al candor
de la mañana creciente. El sol es ya dueño
de las horas y los cuerpos se sumergen 
en la potestad marina del ámbito veraniego.
La sombra emerge del ficus, que la palmera
sólo menea sus melenas entre los destellos
de los brotes tristes, parecidos al fondo
negro de la laguna, sin nenúfares
ni arándanos oscuros. Iremos al cielo
de las flores escasas para arrastrar
las nubes hasta los álamos sombríos,
los eucaliptos de las orillas agostadas
de los caminos que por los ramblizos
aparecen
como sorpresa verdosa de los milagros
fecundos.
Hoy el sol parece menos cálido envuelto
en la grisura tosca generada por la falta
de ángeles sonoros porque quedaron
en las fachadas
de los oratorios,
de las colegiatas simbólicas,
de la emoción de los deseos sin alborozo.
El cielo de los pájaros calcinados
se vuelve vuelo de colorines entre los matujos
a cuyo pie festeja el regato la ausencia de redes.
Vuelve la mesura al himno del mediodía
y las novicias tras las celosías miran
las calles olvidadas por el ciprés de la clausura.
Así el sol no se instala en las celdas albas
como azucena olisqueada por la gacela sedienta.
Bajo los aleros donde hubo nidos de vencejos
me oculto con pasos silenciosos al tiempo
que desgrano pensamientos como si fueran
pétalos sagrados hasta la lentitud
de los sortilegios profundos,
los rituales incensados.
La puerta en su quicio, inicio,
en su umbral,
la fortuna del apartado y umbroso silencio
de los habitáculos buscados.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 2 agosto 2012.

He localizado este poema sin publicar en un bloc reencontrado en la noche pasada.
Para que no se pierda, lo recupero y lo dejo en esta Cola de la Cala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario