miércoles, 7 de noviembre de 2012

LLUVIA A PRIMEROS DE NOVIEMBRE




De manera suave rompió en agua la mañana
recién estrenada de un gris plomizo que se
apretaba contra los tejados, de verdín algunos
expuestos siempre a la intemperie cruda.
Tanto viento traía, después, la lluvia hasta el
balcón de macetas rotas por el daño que 
arreció hacia la madrugada, cuando los cristales
eran débil parapeto ante la zozobra del ruido.
Ahora parece todo más tranquilo:
el agua no cesa de irradiar gotas incolora;
el vientecillo acerca la potestad de la furia
descabellada; la palmera se balancea, airosa,
soliviantada por el vendaval ya pasado en
horas frías de sueño varado en sábanas de
poco alivio. Empapados, los edificios gotean
llanto ábrego, no en vano el agua procede del
norte y eso aprieta el viento contra todo y ulula
por los quicios de las puertas y ventanas,
mientras el mar divisado desde la ventana
tranquila apenas se mece en su propio vaivén,
encalmado de modo inexpresivo. Su gris es tan
sucio por falta de luz como el del cielo sin gavinas,
aves todas escondidas en la soledad de la roca
de Cope, en refugios ideados para vadear las
corrientes del viento que dificulta el vuelo
desasosegado. Hoy es diferente el día trazado
desde las montañas de enfrente cuyas cimas
ocultan las nubes preñadas de la lluvia que
anega la calle encharcada. Es un día para quedar
en la melancolía de la casa, la lluvia de Bécquer
en los cristales puros, mirando lo que se mira
cuando la mirada se pierde más allá del canto
de la híspida gaviota. Llega su fea melodía 
desvaída desde la cumbre hasta el silencio
roto por el golpeteo del agua en los espejos
que habrá que limpiar mañana sin duda.
Si amor viniera entre tanta grisalla, sería
visita que encendería el fuego de los cuerpos
mientras lo de fuera, lluvia, viento, gris
momento y cadeo de la palmera alocada,
sería sólo pura y llana melancolía solitaria.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 7 noviembre 2012
Fotografías: J. L. M.

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