miércoles, 23 de febrero de 2011

JACINTO HERRERO ESTEBAN



Las Navidades de Jacinto Herrero Esteban (I)

PREFACIO

Antecedentes
Allá por el año 1975, concluí un llamémosle ensayo, que ninguna de las editoriales a las que acudí quiso publicar, titulado Sacerdotes Poetas, en el que incluía a Jacinto Herrero Esteban y por ahí comenzó nuestra amistad. Quizá fuesen malos años para los poetas, quizá no viesen bien los editores, en época de transición, dedicar un apartado, dentro del general de la poesía, para introducir en él a los sacerdotes-poetas, como si de una raza especial se tratase. Pero era un fenómeno interesante, tanto que recogí ciento cincuenta y cuatro nombres. Detrás de esos nombres había personas, poetas y sacerdotes. Y muchos de ellos escribían muy bien. Pienso pues que no eran buenos tiempos para la lírica, menos para la sacerdotal. Aunque tampoco hay que olvidar que, en el fondo de todo, pudo ocurrir que no estuviese el libro bien estructurado, o que fuese muy simplista, inmaduro el autor, o no estuviese, y esa sería la causa definitiva, bien trabajado el texto. Todo pudo ser. De todos modos, lo conservo, como guardo, la verdad no sé bien dónde, poemas originales, manuscritos, compuestos, en algún caso, para esta ocasión, como alguno de Fray Justo Pérez de Urbel, que voy a tener que buscar y poner a buen recaudo antes de que mis descendientes, a mi fallecimiento, los tiren a la basura por ignorar su contenido, su origen y su destino. Algún antologado se enfadó conmigo, como si la culpa hubiese sido mía, en el fondo lo era, o no hubiese tenido interés en que se publicase. El mismo Jacinto Herrero Esteban, en su felicitación de 1975, me decía: “No he visto tu escrito sobre los curas-poetas”. Nunca vio la luz. Y tampoco he podido reparar el posible daño (literario) que les pude ocasionar a los que iban a ser incluidos en la antología frustrada.
Desde 1974, Jacinto Herrero Esteban ha venido enviándome sus tarjetas de felicitación navideña con un poema, que a mí siempre me parecía magnífico, y unas letras autógrafas, único contacto que hemos mantenido durante años, aunque al principio hubo un esporádico carteo que más tarde se fue espaciando excesivamente, quizá porque mi temática literaria era completamente distinta a la de Jacinto Herrero Esteban o porque cada uno se dedicó a lo suyo. En 1976, viajé a Ávila y tuvo lugar mi conocimiento físico del poeta. Le anuncié otra visita en 1982, que no llegó a efectuarse, aunque él me esperaba. Mea culpa, porque no le comuniqué la supresión del viaje, sin que tampoco fuese yo quien decidió su anulación. Creo que en otra ocasión, en la que estuve en Ávila con alumnos, cogí un taxi y me acerqué a su casa unos minutos. Pero tampoco estoy seguro. Sin embargo, nos une su poesía. Y el año 1991. Porque en él falleció su madre y la mía.
Me sorprendió la llamada de Carlos Aganzo para pedirme una colaboración para un homenaje a Jacinto Herrero Esteban. ¿Un homenaje en vida? No sabía nada de sus enfermedades, pues su discreción no le permitía comunicarme su feble estado de salud. No pude asistir al homenaje brillantemente celebrado, que para eso se organizó. Sí envié mi pobre pero sentida colaboración. En ella, indicaba yo mi deseo de hacer lo que ya es una realidad.
En julio de 2004, durante los días 26 y 27, estuve con él el tiempo que ha sido necesario para hablar un poco, buscar los libros suyos que me faltaban y que generosamente obsequió –no están en las librerías abulenses- y darle forma mentalmente a este trabajo. A la vuelta misma de Ávila, me puse a ello. Es lo menos que se merece un amigo, un poeta, un docente, a la par que sacerdote, es decir, otro modo de entender y practicar la vida y la poesía.

La circunstancia humana
Sólo como modo de ubicación temporal anoto, para los que no los conocen, los datos biográficos de un Jacinto Herrero Esteban que nace en Langa (Ávila) en 1931. Estudia Bachillerato en Valladolid y se ordena sacerdote en 1956, tras pasar por el Seminario Diocesano. Trabaja en Managua. Más tarde vive una temporada en la Trapa de Getsemaní, en Kentucky (USA) Ya de nuevo en España, 1959, desarrolla su ministerio en Madrigal de las Altas Torres y Monsalupe (1961). Estudia en la Universidad Complutense de Madrid, en la que se licencia en Filología Románica (1965) El año anterior había estado en Italia -Universidad de Perugia- estudiando literatura italiana. Desde entonces se ha dedicado a la docencia; 31 años ha permanecido en el Colegio de Nuestra Señora de la Encarnación de Ávila, tratando de educar al tiempo que enseñaba literatura. Hoy vive jubilado en lucha con la enfermedad que valientemente ha superado. Es una experiencia viva y viviente, un consumado lector, un amante lúcido de su ciudad, un hombre solo que camina entre el granito gris de sus amados rincones abulenses.

La circunstancia literaria
El contingente literario acumulado con los estudios y su propia inclinación natural hacia la poesía le hacen fundar, en 1964, la colección poética El Toro de Granito, que aún dirige, y alcanza el nº 28, lo que indica o las dificultades que tiene para mantenerse, a pesar del prestigio que acumula, o la ninguna periodicidad impuesta por el mismo director. Posiblemente mejor esto último. Ello nos habla de su exigencia.
Perteneció al equipo de redacción de la revista Reseña, que abandonó en 1975, y fue componente del equipo Ámbito Literario de Castilla y León de Valladolid. Ha colaborado en la sección literaria de La Prensa (Nicaragua), Nuevos Horizontes (Nicaragua) y Estaciones (México) Abundan también sus colaboraciones en las revistas españolas Poesía Española, Cuadernos Hispanoamericanos y Rocamador.
Obra literaria.
Poesía:
El monte de la Loba. El toro de granito, nº 2. Ávila, 1964
Tierra de los conejos. Rocamador, nº 61. Palencia, 1967 (Había sido Premio Rocamador 1965)
Ávila la casa. Álamo nº 7. Salamanca, 1969 (Había sido Premio Hogar de Ávila en Madrid 1969)
La trampa del cazador. Adonais, nº 314. Madrid, Rialp, 1974
Solejar de las aves. Bilbao, 1980. (Edición ilustrada por M. A. Espí, limitada a 100 ejemplares)
Los Poemas de Ávila. Solejar de las aves. Ávila, Institución Gran Duque de Alba/Excmo. Ayuntamiento de Ávila, 1982
Noche y día. 1985
La golondrina en el cabrio. Premio Editorial Anthropos 1992. Barcelona, Anthropos, 1993.
Analecta última, Ávila, Los pájaros de Zeuxis,2003
La herida de Odiseo (Premio Fray Luis de León de Poesía, 2004)
Grito de alcaraván, antología a cargo de José Luis Molina,Madrid, Vitruvio, 2006.

Prosa:
En Ávila; sin ira. Ávila, Telar de Yepes, Institución Gran Duque de Alba/Excmo. Ayuntamiento de Ávila, 1991
Ávila en el ’98. Ávila, Diputación Provincial de Ávila/Institución Gran Duque de Alba, 1998
Escritos renovados, Ayuntamiento de Ávila, 2008.

La circunstancia psicoliteraria como expresión del yo
Es imposible conocer la experiencia vital de una persona porque el interior siempre es velado, por muy explícito que sea el poeta, para proteger la propia intimidad. Pero si, nacido Jacinto Herrero Esteban en un medio rural duro, llega al dominio del lenguaje, entiende el proceso creador y profundiza en la interioridad, en la espiritualidad, es sin duda dueño de una sensibilidad afable que le hace sentir el ritmo y la medida, que le hace valorar lo estético, lo sencillo, lo permanente, las cosas diarias que escalona, mitiga, ahonda y trasciende. Todo ello procede de su propia preparación, de sus múltiples y varias lecturas, humanistas o no, pero reflexivas, meditadas y asumidas. Por su inclinación hacia lo literario habría que preguntarle, pero su respuesta diferiría poco de la que intuyo: es poeta porque eso lo lleva dentro. Y lo ha cultivado.
No es muy común en nuestros días que un escritor se incline hacia la poesía y en ella permanezca, a pesar de atesorar una prosa límpida, tersa, diáfana y clásica, como se puede comprobar en sus ensayos. Pero así ha hecho Jacinto Herrero Esteban y a la poesía ha permanecido fiel. Quizá a una clase de poesía que no es producto de una moda pasajera, consecuencia de una tendencia a la que pronto sustituirá otra, sino afecta a la palabra, a su medida, a su ritmo, a su galanteo. Pero esta poesía permanecerá siempre, se podrá leer pasado el tiempo. Cuarenta años han transcurrido desde su primer libro y ahí queda.
Expuestos escuetamente los elementos biográficos y literarios públicos que nos sirven para concretar su andadura humana, tanto en su vertiente profesional, como en la de escritor, más importante para mí, ni siquiera voy a exponer mi opinión sobre su persona para no hacer una exégesis que saldría amistosa. El que lo conoce sabe como es y el que no sólo ha de leer su obra, una obra digna, yo diría que excelente, que, sin embargo, no ha tenido esa difusión mayoritaria que hubiera permitido a un público más amplio paladear la palabra al tiempo que profundizar en unos conceptos prístinos que nada tienen que ver con modas o criterios más o menos banales. Para hacerse de sus libros, hay que vivir en Ávila o tener algún amigo que te los envíe. Si es que los encuentra porque casi todos están agotados. O tener amistad con el poeta y que él mismo sirva de librero. Así que es un privilegio tanto tener su amistad, como leer su poesía. Y un tesoro poseer sus libros dedicados con letra firme (1974) o con la vacilante del transitoriamente débil (2004)

La circunstancia lectora
Creo en la posibilidad de leer la obra de Jacinto Herrero Esteban de dos maneras: según vayan cayendo los libros en las manos estetas del lector (así irá buscando los siguientes o los anteriores, porque es evidente la necesidad de reeditar libros no presentes en las librerías, bibliografía pasiva) o según la cronología de cada uno de ellos, si es que en alguna biblioteca se encuentran todos reunidos. Pero, para que no haya intervención alguna de crítico al uso, hecha siempre con la mejor intención, lo mejor es no leer ni siquiera las solapas de los libros. Con esto, no tendremos en cuenta cuanto nos dicen los intermediarios, porque cada uno tiene un criterio de lectura, una formación lectora, y, para leer con provecho, no hay por qué estar atento a determinadas influencias, sino agilizar cada uno su experiencia lectora y su cultura poética. Así pues, nos evitaríamos conocer que "su poesía se caracteriza por una expresividad clara y a la vez rotunda al servicio siempre de una temática en la que lo humano y lo religioso se enraízan en la tierra patria a la que siente y contempla con horizontes hondamente trascendentes", como se lee en la solapa de Tierra de los conejos. Tampoco nos interesa el que Ávila la casa represente “una variación importante” en su poesía. Con su simple lectura, conociendo los anteriores poemarios, el lector se da cuenta. La golondrina en el cabrio es “un nuevo modo de hacer o una nueva etapa en un camino poético que ya es largo, rico y diverso”. En la contraportada de este libro, se nos indica, acertadamente supongo, las varias etapas e influencias recibidas. Desde la hispanoamericana (es pensable que al publicarse sus primeras composiciones poéticas en las revistas que se gestionaban en los seminarios mayores, en las que, por tanto, primaría el elemento religioso, su amistad en Nicaragua con Pablo Antonio Cuadra, y en Kentucky con Ernesto Cardenal y Thomas Merton haya influido en su modo de entender y practicar la poesía) e italiana (quizá por su estancia en Perugia o porque existen unos poemas relacionados con poetas italianos), pasando por una desnudez de la enunciación poética hasta llegar a “mirar y remirar el mundo y el vivir de los hombres con los ojos de los muertos y los propios para volver a enunciarlo y a sentirlo como nuevo”.
Todo esto, sin dejar de ser verdad, nos sugiere la necesidad casi imperiosa de leer estos poemarios que poseen, sin duda, carácter evolutivo, sin premisas algunas, pues el fruto de la lectura sería más profundo. Y, una vez impresionado el lector por el corpus poético de Jacinto Herrero Esteban, proceder a la enumeración de cuanto ha vivido durante la lectura y conformar uno mismo así su propia teoría como receptor de un mensaje multiforme y variopinto, siempre sólido en su base y evolucionado según la experiencia del poeta se renovaba con las nuevas lecturas y con su devenir cronológico.

Mi experiencia de lector de la poesía de Jacinto Herrero Esteban
Si se quiere utilizar el criterio recién acabado de señalar, se debe abandonar en este momento la lectura de esta introducción a un libro no pensado en verdad por su autor, Las Navidades de Jacinto Herrero Esteban (1974-2010), pues, a continuación, expondré mi experiencia lectora global tras la lectura pausada, repetida desde años, meditada, de cuanto es para mí la poesía de Jacinto Herrero Esteban, a pesar de haber leído recientemente La golondrina en el cabrio, Analecta última y Noche y día, por este orden, es decir, los primeros de modo cronológico, el resto cuando me han sido facilitados por el propio poeta.
Creo que cada poema, cada libro de poemas, obedece a una circunstancia no sólo literaria sino vital. Pero a nada conduce pensar que El monte de la loba, “libro elemental y limpio” según su propia calificación, sea su estancia en Monsalupe, sino la expresión de las sensaciones que, según el lugar, el paisaje, el recuerdo o la vivencia, le hieren y fructifican en aquellos poemas en los que podemos encontrar lo que después serán los temas recurrentes de su poesía. Conocer la circunstancia sólo sirve para enriquecer la lectura, para entrar en el poema y desbrozarlo y hacerlo intimidad y experiencia sin tener que entrar en la del otro.
En Tierra de los conejos hay una épica que llega desde el origen hasta una ciudad –Ávila- y un lugar –Langa- para crear un conjunto humano en el que la vida vive en cada pájaro, en cada muchacha, en cada piedra, en la soledad del mismo poeta. Crea una intimidad con la palabra, surge de cada palabra un cosmos hecho de renuncias, de recuerdos, de experiencia. Y es un libro pleno de sencillez, palabra justa, sentido humano, con el calor preciso, con la ausencia imprescindible como sensación previa a una melancolía sosegada.
Posiblemente sea Ávila un lugar que genere poesía. Sí es cierto que la madurez del poeta regresa una y otra vez, desde su andadura por el límite de un espacio recreado, pero real, hasta la intimidad del retiro en el que el sosiego pone orden en la agitada estancia de los días. Ávila la casa sólo se puede escribir desde el amor noble a una ciudad, a un origen –Langa-, a una tristeza como hábito de la soledad del que siente. Y la vida palpita, la vida sencilla, la vida de aldea, refugio al que regresa el poeta tras la andadura vital. Y aquí comienza la crónica de los mitos simbólicos abulenses, la Santa, Teresa andariega, como testimonio de unos años no menos duros que los actuales.
La trampa del cazador cierra el ciclo. El sentido de la clasicidad, la interpretación de un momento histórico y literario que crea vida en la posteridad de una creencia, es la clave de este libro que debería haber sido reeditado en varias ocasiones. Teresa, Juan de la Cruz, Luis de León, salvaron la vida de la inquisición, de la persecución, de la envidia. La historia que comienza en Langa concluye en Ávila. Es el itinerario vital del poeta porque en él está su propio peregrinaje, su propia huida de la trampa del cazador, todo metafórico, si hubiese sido pájaro, ave señera. Todo es vida. Hasta la sagacidad con la que escapar de la propia trascendencia vital.
Los poemas de Ávila están tomados de los libros anteriores con el añadido de algunos inéditos por supuesto de gran belleza y plasticidad que siguen, en conjunto, las líneas marcadas con anterioridad. Solejar de las aves es un vuelo de palabras, tantas como hacen falta para describir sus curvas graciosas en un cielo intensamente azul o para decir sus nombres mientras se posan en las barbas de los santos, en las mitras episcopales, en la historia pétrea de una ciudad con solera: calandrias, picazas, alondras, oropéndolas, tordos, palomas, alcaravanes, verdecillos, gorriones…
La golondrina en el cabrio es otro cantar. Hay en él como un laicismo poético –Catulo anda presente-, sin perderse nunca de vista la fe divina –no es muy dado Jacinto Herrero Esteban a la expresión de su religiosidad, como si fuese obligado por su carácter sacerdotal- ni el sentido humano que alienta su escrito desde su primer libro. Es la Odisea, los dioses grecolatinos, pero también San Agustín, Santa Teresa, Quevedo, los que se pasean por este libro cultista, bellísimo, en el que no falta la cotidianeidad, el recuerdo materno, todo velado, todo sincero.
Breve poemario es Analecta última. No hay una temática definida. Son como hojas caídas del otoño recogidas tras la penosa enfermedad que lo ha debilitado y de la que saldrá cuando los rigores veraniegos de Ávila se hayan marchado hacia otro poniente más lejano y vuelva septiembre y regrese a Langa, lugar ahora de ausencias:

¿En qué lugar de los que habré vivido
quedará la memoria cuando muera
sino es en ti, que no eres sino ensueño?
Escondida mi infancia entre los hoyos
del pradillo, los muelos de las eras,
las tardes acortadas de setiembre,
la vuelta a casa siempre con cansancio.
Tu nombre señalado en piedra blanca
por días imborrables. El dolor
de mis muertos y la esperanza viva
entre el aprecio y el desprecio necio.
Volver a Langa por aquel sendero
abierto entre los trigos cuyo aroma
hermana con el mío otros destinos.

Pero la poesía de Jacinto Herrero Esteban, sus libros, leídos de modo cronológico a su aparición, preferentemente, no parece una poesía organizada en torno a una idea precisa y preconcebida, a pesar de que estén estructurados en partes diferentes. Hay que leer, al menos así lo he hecho yo, tal y como aparecen los poemas en el libro. Porque, al final, se comprobará, además de una evolución sensible y positiva en el oficio de escribir dada por la experiencia, tanto vital como lectora, la existencia de unos temas que son recurrentes, es decir, aparecen en todos los libros, aunque no del mismo modo, porque la textura creativa inventa otros recursos.
No es de esta introducción a un libro inventado, y por ende real, efectuar una recomposición de todos los poemas publicados de Jacinto Herrero Esteban según los temas que aparecen en sus escritos. Sí hemos de dar cuenta, según mi apreciación, de la existencia de un concepto mítico en su poesía que posee dos vertientes: una pagana más que laica, producto de su formación humanística, y la otra bíblica. No hemos encontrado, porque el poeta lo ha impedido, sino veladamente, signos patentes de una ascesis o expresión de sus relaciones con Dios, sin dudar ni un momento que es un hombre de gran exquisitez interior. Pero lo íntimo, la experiencia íntima y profunda, es mejor dejarla para uno mismo, que no anda el mundo precisamente ahora para experiencias espirituales públicas. En toda su poesía, pues, aparece una vertiente humanista junto a otra histórica; se unen en sus poemas lo biográfico con la cotidianeidad. Y lo que podría parecer ajeno a su obra: una actitud crítica contra el desarrollo incontrolado, el atonlondramiento de las gentes, la corrupción urbanística o la falta de interioridad. Es decir, en la poesía de Jacinto Herrero Esteban está el mundo, la vida, es una poesía de lo sencillo, de lo cotidiano, eso sí, contado con palabra hermosa, culta, expresión de su profundo conocimiento del idioma, aprendido no sólo en los libros sino en la calle, en los clásicos de los que Ávila abunda. No es un lenguaje prosaico o narrativo sino un lenguaje poético que utiliza, en ocasiones, los recursos de la prosa.
Entonces, resulta que la trayectoria poética de Jacinto Herrero Esteban es más temática que cronológica. Son preocupaciones temáticas constantes a lo largo de su obra que se reiteran y unifican. Es decir, la fecha de publicación, como se podrá comprobar a continuación, no tiene nada que ver con la de su creación. Así pues, podemos deducir con la lectura de estas felicitaciones navideñas que escribe poemas, los guarda y más tarde los incluye en un libro nuevo.

En definitiva, una antología sin pretenderlo
Cuando se vive fuera de Ávila, se tienen unos pocos libros del poeta preferido, no hay posibilidad de hacerse con ellos, y se recibe un poema al año, ese poema es alimento de amistad durante trescientos sesenta y cinco días. Como se comprobará enseguida, muchos de estos poemas figuran en otros libros suyos. Pero Jacinto Herrero Esteban, al imprimirlos para remitírselos a sus amigos ausentes circunstancialmente o lejanos, como es mi caso, ha pensado cada año qué poema enviar y con algún sentido lo habrá hecho. Ha resultado una antología seleccionada por el mismo autor con todas las garantías. Son treinta y un poemas los que la componen. Y el ámbito de su lectura dará otro sabor a los poemas incluidos en otros libros, aprovechando la oportunidad, pues no es tan fácil publicar, y presentándolos como inéditos. Muchos de ellos están escritos antes de incluirlos en el libro pertinente.
No son poemas, excepto alguno que otro, navideños según el sentido tradicional. Pero sí han servido como felicitación, como recuerdo, como lazo de unión entre Jacinto Herrero Esteban y los amigos lejanos. Es, pues, un nuevo gozo la lectura de estos poemas que, si bien no forman un conjunto unitario, sí son una representación del modo de escribir de un poeta al que admiramos y del que quisiésemos poseer su sentido poético, su dominio del lenguaje, su sencillez compleja, su actitud estética.

José Luis Molina Martínez

Por si no tengo tiempo de publicarlo o por si se me olvida -la vejez que acecha-, os doy a leer el último poema suyo que me ha llegado. No me lo envió en su día porque estaba enfermo el poeta


FRAY LUIS EN MADRIGAL

Estos días finales del otoño
llevaban a Fray Luis a su retiro
de lecturas y estudio. Vio las garzas
volar sobre una tierra ya esquilmada
-tierra que dio su fruto y que descansa
a la espera de un día en que despierte-
Será un signo de vida. Si contempla
lo pasado, no teme, está sereno.
Durará más su obra que los muros
que ahora le cobijan; pues nosotros
oímos todavía sus palabras
escogidas una junto a la otra
en la eterna armonía que buscaba
cuando dejó sus huesos en la tierra.


Jacinto Herrero Esteban
Ávila, 28 -octubre- 2010

Fotografías echadas por nosotros cuando en 2004 estuvimos a visitarlo. Carmen Jiménez con Jacinto Herrero a las puertas de Ávila.

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