martes, 24 de abril de 2012

AQUELLOS VIEJOS LATINES...














Hablas de Laertes como íntimo amigo de aventuras.
Laertes no existe, sólo es un párrafo en los libros
que se refieren a Ítaca, la Odisea, quizá a Ibros,
aunque no tengo por cierto el dato. Son viejas culturas

actuales. Enseñar cosas de la antigüedad, procuras,
perdidas en la rosa de los vientos notos. No en Biblos
se sostiene en la mano una tragedia: duelen los fibros.
¿Quién ahora tales cosas lee? Parecen locuras

de docto bibliófilo. Antes Filotectes, a quien sanas
sus heridas. Y también al astuto átrida Odiseo.
Por Jacinto lloras. ¿Por qué Laertes, si sólo espera

el regreso del hijo cuyo techo cercan peligrosos
advenedizos que acechan a la esposa tejedora
como araña diligente? ¡Oh, Penélope hacendosa!

¿Acaso esperas, paciente, el brazo fuerte que el arco arma?
¿Qué mañanero paisaje tejías para de noche
deshilacharlo sin miedo a que aquella fugaz belleza

saliera de su entorno y se ocultara en oscuro olvido?
Apenas mirabas el Jónico mar para disimular tu ansia.
Aquel era el camino del regreso, si alguna vez llegara.

En nuevos mares de otro misterio dotados, ensueñan
cólquidos viajes donde cánticos empíreos suenan
y hasta la bóveda ascienden, clásicos jóvenes. Penan
ditirambos y épodos, saben elegías, enseñan

odas y leen, al véspero, a Safo y Alceo: reseñan
en sus sabios blogs que los viejos, por modernos,
condenan.]
Esparcen líricos poemas por la red. Desenfrenan
sus sentidos: por imitar a Epicuro se despeñan.

La claridad dramática es ese estático universo
alcanzado cuando nace la poesía que adorna
el periodo final de los atardeceres marinos.













Calabardina, 24 de abril de 2012
José Luis Molina Martínez
(c) Ilustraciones de la red

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