miércoles, 18 de abril de 2012

SE OYE UN VALS DE STRAUSS

Ahí están. Columnas y estatuas sostienen
las bóvedas de donde proceden los entusiastas
ecos de la música que concluye en acordes
sostenidos a poco silencio musitado porque
los impacientes melómanos sueñan aplausos
al tiempo que gritan timoratos bravos con voz
que nunca usarían para pedir perdón por esas
toses irreverentes que tanto irritaban al que,
batuta en mano, cerraba los ojos para que no
escapara la emoción y anidara en las pechinas.
Abrió la mirada que enmarcaban los párpados
oscuros y las fijó en la columnas y estatuas
ahí permanecían soñando en elevarse, solemnes,
hasta la lucerna, por si allí todo fuese susurro.
Las columnas, sólidas, acababan en unos rizos
fúnebres. La estatuas, hieráticas, ponían formas
de estípites de atributos femeninos siendo,
en verdad, hermafroditas. De todo ellos estaba
olvidado. Todo su mundo residía en su batuta.
Cuando gesticulaba el acorde final, un gemido
de voces mostraron el sufrimiento del héroe.
Decidió mantener el tiempo detenido y abandonó
el escenario. Todavía permanecen allí luces y sonido,
decorados, partituras e instrumentos, espectadores
y músicos, a la espera de que el compositor ejecute
la coda y llegue el final al milagro presente:
hoy es día de silencio, pero aún llega al claustro
de las columnas góticas sensibilidades que acercan
al ángel de la tuba los sepulcros que ocultan vidas
que fueron murmullos oracionales para olvidar
el ruido del mar en día de tormenta grisácea.
Ahí están, las admiro y contemplo, acaricio
su fuste porque las lisuras del mármol pone venas
pétreas y rosadas en las mejillas que arden
de tan frígidas, y hasta las cariátides acercan
sus pechos nacarados para que libe la ciencia
de la vida. Hasta ahora mismo espero el acorde
final: dele Dios mal galardón. La música
era festiva y en la mar había olas despiadadas.
José Luis Molina Martínez
Calabardina 18 de abril de 2012

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