martes, 24 de abril de 2012

MILAGROS DEL MAR

Bóveda de crucería. Catedral de Segovia
Donde ocurren los raros milagros diarios
de nuestra existencia de seres asediados
por la rutina de los afectos de los dioses
civiles, de puntillas entramos por no herir
la bóveda  oval de los himnos solemnes.
Se encriptan los salmos en las pechinas,
los ataviados oficiantes recogen su voz,
el silencio acepta su soledad rigurosa.


Verte así, mansión sonora, nervaduras
ornadas de dorados ritmos miniados,
parece premio mayor que el merecido
por respetar la arquitectura hecha 
morada de ángeles del Cimentiri
de Arenis, cuyo severo Cristo Doliente
es la figura del Padre Celeste.

Cimentiri de Sinera
Ahora estoy junto a mi mar: la canción es otra,
diferente la letra, convergente la música.
Llega el agua y, al pasar entre las piedras,
hace un ruido de letanía, de ángelus,
mientras las olas se deslíen  en blanca espuma
que se pierde entre las algas y la arena,
dorada ayer, tras la tormenta gris y sucia. No sé
aún los caminos de las sombras pónticas
aun cuando el sol ilustra la piel de una morenez
delgada, como la brisa que se pierde entre
las hojas de la palma y las flores de pascua
de los Dos Cerros, a un extremo de la Cala,
algo distante de la calle tranquila. Loado
sea quien hizo la música del mar y el cielo azul
del susurro misterioso que dormita en el halda
de la madre tarde casi conclusa, pero luminosa,
que las luces de mayo llegan enseguida.


Calabardina, 24 de abril de 2012
José Luis Molina Martínez

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