martes, 10 de abril de 2012

SENTADO EN UN BANCO DEL PASEO FRENTE AL MAR DE CALABARDINA


Potestad de reyes sería poseer siempre
imágenes pretéritas que sean presentes
realidades sin la mordedura del tiempo.
Del pasado, su aliento límpido, su inocente
voz, su abierta sonrisa, su aleve argivo paso
por el perro mundo, en los ojos la luz opaca.
Vienen de entonces funestas memorias, viles
quizá, evocadoras de fuegos fatuos, lebeches
marinos con olas nacaradas que agostaban
playa, estancia, ensoñaciones, arruinando Cala
y días, los que duraban los vientos crecidos
que azotaban sin piedad palmeras y azebuches:
aproximaban, raudas, las barcas, los navíos,
al refugio salobre, más allá de la almadraba.
Recuerdos viejos son, como las muchas cenizas
aventadas por los camposantos etéreos,
bíblicos soliloquios que allegan catástrofes
personales a la cima de la resignada
destrucción anímica. Se descubren ahora
todos los pasos perdidos por el desierto híspido,
ignoto por la inexperiencia vital entonces,
los afanes tortuosos, el maniluvio obsceno,
las monedas impuras, la calidad del hambre.
Muchas son, además, las culpas penitenciadas,
la historia de amor estéril, los decapitados
anhelos, los malditos vanos empeños lascivos:
fueron provocaciones tortuosas. Tan amargos
sucesos, escasamente festivos, empañan
el espejo frente al que el adusto hombre procura
reconocerse: la arrugada frente, la blanca
melena descuidada por el ruin alboroto
a que sometida, el oscuro marco que enclaustra
los ojos de miradas hondas en demasía, 
las mejillas tacheadas de blancas edades.
Se es esto sin dejar de ser el mismo demonio
que inventaba retóricos recursos sutiles
para conocerse y amarse sin lograrlo porque
no existía otro reflejo que el interior hueco
en la bodega del alma y la escasa ciencia
de la vida perdurable por pura desgracia .


Calabardina, 10 de abril de 2012
José Luis Molina Martínez


Para Fernando y Ana
por nuestra amistad y personal afecto

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