miércoles, 25 de abril de 2012

EL VINO, EN LA BODEGA


Enriquece el silencio necesitado
para beber, en la bodega del Amado,
vino escanciado en la intimidad,
cuando el ánima rompe la cadena,
oxidada por el tanto tiempo colocada
sobre candado espiritual, que cerraba
el claustro al influjo de los vientos
sibilantes, propicios a morar bajo
la palmera sulamita. Sólo hay que
abandonarse, dejarse llevar por el
augurio, cerrar los ojos y ponerlos
en el camino purgativo, acallar
el apetito, los deseos no claros,
meditar en el desierto fructífero
de la soledad, del salterio, del trisagio,
sin musitar músicas abisales, ni miradas
salobres, ni vivir las cárceles del alma,
ni sentir las moradas como estancia
superior, como refugio ante el llanto
inmisericorde del no crismado.
Sólo dejarse llevar hacia la lejanía
del sarmiento, estar preparado para
cuando el Espíritu se allegue a la
epifanía, entre en tu mismidad,
abrece tu alma y sobre la mejilla
sople y todo sea melodía vivífica
hasta que tu nada pertenezca al Todo.


Eso espero a la orilla de mi mar
de la Cala, mientras soy atento
al sonido de la campana claustral
para ingresar en mi potestad 
de alfarero. Para eso vine a la calle
tranquila. Mi cuerpo es impaciente,
mi ánima bajo el piar de los mirlos
que me despiertan del nocturno
descanso inquieto, a hora agradable,
cuando atraviesa el pudor la primera
luz procedente de Cope y, rauda,
alumbra todos los horizontes del mundo.


Calabardina, 25 de abril de 2012
José Luis Molina Martínez
(c) Fotografías de Cope y cielo desde el convento de las Clarisas: José Luis Molina

No hay comentarios:

Publicar un comentario