martes, 29 de marzo de 2011

LOS DÍAS DESDE LA CALA





15 de diciembre

En lo que a mí respecta, la composición de un poema acontece de una manera que, si no me lo mostrase la experiencia, nunca lo habría creído. Moviéndome en torno a una informe situación engañosa, me murmuro a mí mismo un pensamiento, encarnado en un ritmo abierto, siempre el mismo. Las diferentes palabras y sus diferentes uniones coloran la nueva concentración musical individualizándola. Y la mayor parte está hecha. No queda ahora más que volver sobre estos dos, tres o cuatro versos, casi siempre ya en este estadio definitivos e iniciales, y atormentarlos, interrogarles, adaptar sus diversos desarrollos, hasta que doy con el justo. Toda la poesía ha de ser extraída del núcleo que he dicho. Y cada verso que se añade lo determina cada vez mejor y evita un número cada vez mayor de errores en la fantasía.
(Cesare Pavese. El oficio de vivir)


Hube de morir aquel día, cuando la niebla
bajaba a resumir tus cartas y cubría
de invierno, denso como un esbozo,
mis torpes manos exentas de convincentes promesas.
Entonces ya bebía. O pude empezar a quererte.
Y los negros meses del colegio diminuto,
cuando introducía mis dedos en senos incipientes
que se estremecían bajo los uniformes,
me empujaban hora tras hora ante el trono
de Angus Oge suplicándole una pausa,
una demora sutil, antes de hundir
el cuchillo de los elegidos entre el puñado
de llamas azules que envolvían mi infancia.


(Ramón Pedrós. Apernura, 1973)



Ilustraciones: (c) [Jean Jerome y Rudolf Schuler]

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