domingo, 30 de octubre de 2011

ALFONSA DE LA TORRE EN LA POESÍA CASTELLANA DE POSTGUERRA (Garcilasismo, misticismo panteísta y cripticismo simbólico) V

SI GARCILASO VOLVIERA...
LA POESÍA DE LOS VENCEDORES
Al analizar el fenómeno primera poesía de postguera o poesía de la primera postguerra [48], porque la dictadura se prolonga excesivamente en el tiempo y comprende otras etapas –tendía a traspasar el tiempo y el espacio y eternizarse, para desespero de muchos, entre los que incluimos a los de la España transterrada–, se observa cómo la etiqueta ‘poesía religiosa’, que más parece propia de otra época oscurantista anterior, cuando se intentaba mantener el totalitarismo político de Fernando VII y más tarde el integrismo religioso de la madre Patrocinio y el Padre Claret en la corte de los milagros, aplicada a casi todas las tendencias manifestadas en las híbridas revistas literarias que las comprenden o no, agrupa a una mediana cantidad de poetas cuya adscripción al marbete no es adecuada de ninguna de las maneras, al menos nosotros no los ‘encontramos’ en ella, y ellos debieron sentirse incómodos. Sobre todos los que se incardinaron en la poesía social [49], aunque desde ella tampoco atacaron, como parecía iban a hacer, los centros fácticos del poder político franquista, sin duda alguna por el temor a las consecuencias funestas utilizadas por la represión para que todos pensasen lo que decidían los vencedores: no había más necesidad de hacer otros mártires. La insistencia en destacar esta característica en la poesía primera de postguerra indica el afán político de unir esta poesía con la áurea, como se especificará a continuación, no porque los poetas practicasen la religión católica habitualmente y menos con alguna profundidad.
Félix Grande ha definido muy correctamente este tipo de poesía: “Entiendo por poesía social aquella que toma la decisión de constituirse en testimonio; testimonio, fundamentalmente, sobre realidades colectivas. […]. Puede decirse entonces que la poesía social es una necesidad de cultura motivada por la presión de las hostilidades de la realidad. La fraternidad, la denuncia de lo real hostil, el coraje, –acaso sean actitudes equivalentes– han constituido su principal proyecto. Su principal obstáculo, su propia exasperación” [50].
W. Silver deja entender cierta relación causal entre la tendencia social y la religiosa: “Desorienta la manera en que el estreno de la poesía social, injustamente calumniada hoy, coincide con la retirada de la poesía religiosa, y, podríamos añadir, casi en función de la endeblez de esta” [51]. Esta calificación empieza a desaparecer casi al tiempo de la aparición de los novísimos (1968), aunque esta promoción tiene otro significado.
Pero, como la Iglesia siempre fue compañera del Imperio y ahora, además, “la más destacada legitimadora y usufructuaria de la dictadura” [52] franquista [53], no en vano funcionaba Por el imperio hacia Dios, no sólo quedó en sus manos prácticamente la educación, sino que también exigía su cuota de práctica devota pública, por lo que proliferan los actos religiosos tradicionales –procesiones, rezo del santo rosario, misiones, ejercicios espirituales, retiros, entronización casera y pública del Sagrado Corazón de Jesús, adoración nocturna–, más propios del siglo XIX, y el auge, a partir de 1945, desplazada la Falange, de las asociaciones, como Acción Católica, Congregación Mariana, Institución Javiera, Institución Teresiana, Asociación de Propagandistas y el Opus Dei, que había aparecido en 1928, entre otras [54]. Esa colaboración seglar con una iglesia que había sido muy herida en los años de la guerra y que adoptaba una actitud colaboracionista en la postguerra los conduciría, sin duda alguna, a un estado de beatitud privilegiado.
 Con todo este adoctrinamiento y labor cultural de los grupos, con el que se busca una reconversión a lo divino y la creación de un ámbito espiritual, se creó un ambiente ‘religioso’ sui generis, al que ayudó la implantación de una estricta moral sexual que mantenía con dureza la doble censura, eclesiástica y estatal. La pequeña evolución que en este sentido se produce al acabar la segunda guerra mundial, obligó a replantear la actuación pública del estamente eclesiástico para obtener frutos inmediatos impuestos por medios propagandísticos y coercitivos por parte de los seculares adoctrinados a través de las intituciones religiosas: aumentaron sensiblemente los estudiantes de humanidades en los seminarios y el ingreso de mujeres en conventos y clausuras, aunque, casi siempre, de extracción social modesta, en cuyas familias había más necesidades primarias, siendo, casi al mismo tiempo de cultura menos sólida o, por mejor decir, de padres que necesitaban a los hijos en el trabajo, como medio de apoyo a una economía doméstica en muy mal estado, por no decir inexistente. De ahí la proliferación del estraperlo y el mercado negro.
Esta situación social propicia el cultivo de la poesía religiosa [55], escrita por curas o no, pues ya tenía su tradición literaria y piadosa, que se trasladó a la sociedad civil, quizá por una cuestión de supervivencia para la burguesía adocenada y colaboradora eficaz: la tranquilidad espiritual alcanzada mediante la práctica religiosa, devocional sin mayor trascendencia ni interioridad, era como una garantía de paz social. Considerado no tanto el número de poetas que quedaba en España tras el exilio [56] político-cultural [57], sino su calidad, dado que eran más jóvenes que los transterrados y no tenían, menos unos pocos, una trayectoria significativa, es fácil observar que, a partir del 1 de abril de 1939, prima obvia y únicamente la poesía de los vencedores [58] –no se permitía otra–, que utiliza como temas propios lo amoroso, lo religioso, lo clasicista y lo imperial (Escorial). Aunque esta situación duró poco tiempo porque las etapas se queman y el garcilasismo desaparece.
Si nos detenemos en estas consideraciones internas de Garcilaso y el resto de tendencias, cuestión a la que parece damos importancia excesiva, se debe a du interés, porque sirve para enmarcar la publicación del primer libro de Alfonsa de la Torre, Égloga, libro garcilasista en tanto en cuanto, dado que es el único, que con matices, se encuentra dentro de esta tendencia. Valoramos el conocimiento del entorno poético de la poeta pero también deseamos analizar cómo una mujer tan independiente y libro como aparentemente es la poeta viene a caer en un grupo denostado e ideológicamente falangista.
En ese mismo año de 1939, surge la poesía de la conciliación, de manos de Dionisio Ridruejo [59], y la poesía falangista (Ridruejo, Vivanco, Panero), que destaca por su intimismo. También podemos considerar la poesía desarraigada y existencialista (D. Alonso y V. Aleixandre) y la arraigada e impresionista. Y, cómo no, la existencial de los poetas de Espadaña [60], revista a la que calificaron de tremendista. El tremendismo es un tópico que manifiesta un estilo o una manera de ver la realidad, no es una incorporación del feísmo ni tampoco recurrencia de realidades violentas o crudeza conductual, más propias de la novela. Sí exponen la situación vital y ambientes opresivos propios de la conflictividad de la época [61].
El tremendismo es considerado por algunos críticos como una versión española del existencialismo o un aspecto del existencialismo español [62]. Si buceamos aún más, podríamos hallar otras tendencias más o menos coincidentes o concomitantes, cercanas en los límites, sin duda con alguna que otra característica diferente, agrupadora de otra minoría que, en el fondo, posee las mismas propiedades que las otras con algún matiz disidente.
Sería importante, a nuestro parecer, que, a pesar de los buenos análisis, unos citados ya, otros por hacerlo, y estudios hechos casi in situ, es decir, en el mismo momento en el que estaba sucediendo, pues los poetas eran críticos muchos de ellos y analizaban su propia escritura y su misma ideología, se procediese a una revisión bibliográfica con el objeto de hacer un buen manual de estudio, sin tener que salvar por ello todos los libros que tratan de este asunto: poesía de la primera postguerra. Otros momentos temporales de la línea poesía española de postguerra son pródigos en otros problemas a los que atenderíamos si hiciera falta. Pero, a nosotros, grosso modo, nos interesan sólo las tendencias más generales porque no investigamos la trayectoria del fenómeno poético postguerra (1939-1975), a la que nos acercamos, como ya hemos anticipado, para que el receptor conozca el entorno social y literario en que se desarrolló la obra de Alfonsa de la Torre, sino su poesía, y únicamente tratamos de situarla en su época [63] con el mayor número de datos que esté a nuestro alcance [64], aunque “su obra no encajaba en ninguno de los dos grupos por esencialmente original, tanto en el tema como en su envolvente formal tan denostado, vuelvo a decirlo, porque los componentes del grupo eran casi todos falangistas, eran vencedores. No respondía a las modas imperantes” [65], ni tenía parangon estilístico en ninguna de las revistas literarias de la época –Escorial, Garcilaso, Proel, Mediterráneo y otras–, ni en anteriores –Jerarquía, Vértice– o posteriores –Acanto, que sucede a Garcilaso, y Cántico–.
Podemos dejar anotadas una serie de características amplias que, sin constituir un esquema clasificatorio, aclara mucho cuanto se expondrá, sobre todo por su novedosa manera de hacer. En toda la poesía procedente de Juventud creadora, entre 1939 y 1946 al menos, encontramos cristianismo (una poesía sacra que contempla la Navidad y Cristo Crucificado como extremos devocionales para los católicos), amor (motivo que restablece una línea de poesía neorromántica) e Imperio (Garcilaso, como poeta soldado y perfecto amante). Constituiría la poesía arraigada. El término arraigada-desarraigada ha hecho fortuna y todos los teóricos lo utilizan. Dámaso Alonso lo acuñó de modo filológico, pero el sentido peyorativo se lo marcan los críticos digamos que no azules.
Hemos hecho antes una referencia a la poesía del exilio al hablar de la España transterrada. Estos poetas del exilio o de la España peregrina, en cieto modo, se relacionan con los poetas desarraigados: “A través de su particular estructura mítica y simbólica, el exiliado interior subvierte el programa edeológico de la dictadura: bajo esa más cara de poesía religiosa que detenta la poesía existencial desarraigada, consiguen expresar su condena al dolor y a la injusticia que sobrevienen con la muerte de España en en conflicto civil, acercándose así a la poesía del destierro” [66]. Para Mónica Jato, los motivos bíblicos liberan al poema de la vacua retórica religiosa de los poetas falangistas. Y, para cerrar definitivamente esta cuestión, se haya un espacio común entre los exiliado y los poetas desarraigados, pues ambos “denuncian la apropiación excluyente de Dios y su posterior menipulación por parte del bando vencedor; su lectura de la Biblia afronta la reciente tragedia fratricida y se desmarca así del huero formalismo de la poesía religiosa neogarcilasista” [67]. Así pues, tanto poetas exiliados como desarraigados se manifiestan contra el garcilasismo formal, neorromántico y neoclásico del que quieren desmarcarse de la manera que sea.
Todo este embrollo literario lo vivió la poeta tras su regreso a Madrid para concluir sus estudios, con muy pocos años, lío al que le prestó atención, pues frecuentaba los cenáculos intelectuales y asistía a las tertulias del café Gijón, aunque pensamos que poco podía aprender de aquella infame turba de nocturnas aves (Luis de Góngora, Polifemo), casi todos hombres que arreglaban los problemas sociales de una España rota en los múltiples cafés no sólo madrileños, sino de cualquier pueblo per pequeño que fuese, o escribían una lírica sin trascendencia por dar la sensación de que se ocupaban de algo. Era una mascarada de gente ‘progresista’, epatante. En Madrid, completó su desarrollo intelectual y socialmente vivió experiencias muy gratificantes, como las de sus investigaciones para concluir su tesis, las de su dedicación a las tareas universitarias y, sobre todo, las de su vida social desinhibida [68] y en libertad, ajena a las habladurías pueblerinas que, no muchos años después, le llegaron virulentas, posiblemente injustas y tal vez desestabilizadoras de su propia conciencia o psiquismo.
NOTAS
[48] “El efecto que la guerra civil causó en la poesía es peculiar y distinto del registrado en la novela. Si esta comenzaba prácticamente desde cero […], en poesía se planeó desde el campo vencedor un intento de retomar una falsa tradición”. Se intentó “restablecer un puente poético con una supuesta lejana y alienante tradición española” (cfr., José Luis Ocasar, “La flor en el barro: Poesía (1939-1996)”, en Literatura española contemporánea, Madrid, Edinumen, 1997, p. 131).
[49] “Los poetas de los años cuarenta y cincuenta, en sus sucesivas oleadas (existenciales, sociales), defendieron un concepto de poesía basado en la confianza en el lenguaje como sistema de comunicación, en la utilidad de la poesía para remover la conciencia de la sociedad, en un registro coloquial del lenguaje para llegar a la inmensa mayoría, en el compromiso moral y pollítico, en un ideario existencial primero y social despues, y en una estética realista. Con el paso del tiempo, algunos de ellos entendieron que la poesía era un género minoritario y que no podía transformar la sociedad si esta, a su vez, no cambiaba desde otras instancias” [cfr., Ramón Pérez Parejo, Metapoesía y ficción: claves de una renovación poética (Generación de los 50  - Novísimos), Madrid, Visor, 2007, p. 15)].
[50] Cfr., Félix Grande, Apuntes sobre poesía española de posguerra, Madrid, Taurus, 1970, p. 54.
[51] Cfr., Philip W. Silver, “Dámaso Alonso, presencia mínima”, en Dámaso Alonso, Antología poética, Madrid, Alianza, 1979, p. 21.
[52]Cfr., Felipe B. Pedraza Jiménez-Milagros Rodríguez Cáceres, Las épocas de la literatura española, Barcelona, Ariel, 1997, p. 348.
[53] En aras de la necesidad de ser imparciales, reseñamos el comentario de Rodríguez de Lecea: “No hace falta recordar, una vez más, el terrible impacto que la guerra de 1936-39 tuvo sobre la cultura española. Se ha dicho y estudiado de la cultura civil, pero poco de la religiosa. Los cardenales Vidal y Barraquer y Múgica han sido los nombres más conocidos de entre los de aquellos católicos que no pudieron volver a territorio nacional por sus ideas políticas; pero no fueron los únicos. A un nivel ideológico, durante los años del franquismo, tan rechazado y censurado era el pensamiento de Mounier, Maritain, Bernanos, Dom Sturzo y Teilhard de Chardin como el de los pensadores marxistas” (cfr., Teresa Rodríguez de Lecea, “Mujer y pensamiento religioso en el franquismo”, en Ayer, 17, 1995, p. 174).
[54Estas instituciones paraeclesiales sufrieron la llegada de la república y el nuevo orden que introdujo: “una hipoteca de conservadurismo y clericalismo gravó, sin embargo, la posible independencia de los grupos católicos españoles cuyos rumbos confluyeron en 1931 con los del reaccionarismo químicamente puro” (cfr., José Carlos Mainer, La edad de plata (1902-1939). Ensayo de interpretación de un proceso cultural, Madrid, Cátedra, 19874, p. 94).
[55] Isabel Paraíso, al escribir sobre Francisco Pino, otro poeta castellano, de Valladolid, afirma que es “un gran poeta religioso”. Renuncia a trazar su perfil religioso porque no se considera especialista, aunque valora su cultura mística y ascética, y halla la influencia de San Francisco de Asís en su poesía y una identidad: amar a las criaturas es amar a Dios. Más tarde, expone que “el estudioso de literatura me replicará que esta posición –amar a las criaturas es amar al Creador–, más que franciscanismo es simbolismo” (cfr., I. Paraíso, “El franciscanismo castellano de Francisco Pino”, en Isabel Paraíso, Las voces de Psique, Murcia, Universidad de Murcias, 2001, pp. 113-118). Francisco Pino no es garcilasista, pero en su poesía se encuentran elementos religiosos y un simbolismo estético, lo que nos lleva a concluir que estos elementos eran propios de la poesía de esta época. No era obligatorio ser garcilasista para escribir desde una creencia cristiana, que habrá que rastrear en Alfonsa de la Torre.
[56] Vid., Julio Martín Casas-Pedro Carvajal Urquijo, El exilio español (1936-1978), Barcelona, Círculo de lectores, 2003.
[57] Vid., AA.VV., “1939-2009. 70 años del exilio cultural español”, República de las Letras, 113, junio 2009.
[58] Pedraza Jiménez-Rodríguez Cáceres la describen así: “Para desmentir propagandísticamente su inquina a la literatura, el régimen promovió en sus primeros años diversas iniciativas. La voz cantante la llevó el sector falangista, en cuyo núcleo hubo siempre un importante grupo de poetas y escritores: Dioniso Ridruejo, Luis Rosales, Pedro Laín Entralgo, Agustín de Foxa… La delegación nacional de propaganda, en la que tuvo un destacado papel Juan Aparicio, fue la encargada de promover las iniciativas culturales. De ahí surgió la revista Garcilaso, que aglutinó a los poetas neoclásicos” (cfr., Felipe B. Pedraza Jiménez-Milagros Rodríguez Cáceres, opus cit.1997, p. 352-353).
[59] En Barcelona se intentó promocionar una literatura en castellano acorde con los principios del Movimiento, bajo las órdenes de Dionisio Ridruejo (vid., Dolores Manjón-Cabeza Cruz, “Poesía de posguerra en Barcelona”, en Revista de Literatura, vol. LXX, 139, 2008, pp. 141-163).
[60]Cfr., Victor Alperi, “Poetas. Revista Espadaña: Victoriano Crémer-Antonio Gamoneda”, en República de las Letras, 110, diciembre, 2008, pp.151-157. Jorge Fernández Gonzalo (“La revista literaria Espadaña”, 10 febrero 2011. [En línea]. Dirección URL: <jorge-fernandez-gonzalo.suite.101.net/la-revista-literaria-espadaña-a39219>. [Consulta: 19 octubre 2011]) juega con la palabra: Espadaña→Espa(da)ña →Espada(ña) →(Espa)daña = Espada daña España.
[61] Cfr., José Luis Molina Martínez, “Sobre etiquetas literarias y otras (in)trascendencias. Muerte, crueldad y violencia en la novela de Castillo Navarro”, en (Manuel Martínez Arnaldos-José Luis Molina Martínez-Santos Campoy García, eds.) José María Castillo Navarro. Vida y obra. El cuento y la novela de su época, 1950-1975, en Murcia, Ayuntamiento de Lorca-Universidad de Murcia, 2011, pp. 176-177.
[62] Cfr., Felipe B. Pedraza Jiménez-Milagros Rodríguez Cáceres, opus cit.1997, p. 360.
[63“El supuesto ingenuo del historicismo fue creer que es posible trasladarse al espíritu de la época, pensar con sus conceptos y representaciones y no con los propios y forzar de ese modo la objetividad histórica” (cfr., Hans-George Gadamer, “Sobre el círculo de la comprensión”, en Verdad y método II, Salamanca, Sígueme, 1959, pp. 63-70, pero 68. Citado por Maurizio Ferraris, Historia de la hermenéutica, Madrid, Akal, 2000, pp. 235).
[64Para conocer la situación social, política y cultural de la España de la posguerra, es inexcusable la lectura o consulta de Jordi Gracia, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, Barcelona, Anagrama, 2004. Lo que en el libro se expone no es dogma de fe, pero sí un acercamiento excelente a la realidad española por aquellas fechas.
[65] Cfr., Jesús González de la Torre, Vida de Alfonsa de la Torre. Madrid, Eila Editores, 2009, p. 35.
[66] Cfr., Mónica Jato, opus cit., 2004, pp. 12-13.
[67] Cfr., Mónica Jato, opus cit., 2004, pp. 12-13.
[68] Perteneció al círculo de “las modernas de Madrid” (vid., Shirley Mangini, Las modernas de Madrid, Barcelona, Península, 2000). Sin embargo, no debió destacar mucho, o conservó la apariencia provinciana, porque no aparece su biografía entre las que componen el libro, aunque sí sea citada.

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