martes, 18 de octubre de 2011

Francisco de Terrazas (1525-1600)




Dejad las hebras de oro ensortijado
que el ánima me tienen enlazada,
y volved a la nieve no pisada
lo blanco de esas rosas matizado.
Dejad las perlas y el coral preciado
de que esa boca está tan adornada,
y al cielo, de quien sois tan envidiada,
volved los soles que le habéis robado.
La gracia y discreción que muestra ha sido
del gran saber del celestial Maestro,
volvédselo a la angélica natura;
y todo aquesto así restituido,
veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, cruel, ingrata y dura.

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La diosa que fue en Francia celebrada
de quien su gran ciudad se llama ahora,
y el hombre que de mano matadora
primero padeció la muerte airada
formaron de sus nombres el que agrada
al alma, que la de él quiere y adora.
Natura lo empleó luego a la hora
en la que de ninguna fue igualada.
En parte lo empleó, que es el traslado
de la beldad del cielo propiamente,
Quien fruto produció tan extremado,
de ti decirse sólo se consiente
¡oh más que venturoso húmedo llano!


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Soñé que de una peña me arrojaba
quien mi querer sujeto a sí tenía,
y casi ya en la boca me cogía
una fiera que abajo me esperaba.
Yo, con temor, buscando procuraba
de dónde con las manos me tendría,
y el filo de una espada la una asía
y en una yerbezuela la otra hincaba.
La yerba a más andar la iba arrancando,
la espada a mí la mano deshaciendo,
yo más sus vivos filos apretando...
¡Oh mísero de mí, qué mal me entiendo,
pues huelgo verme estar despedazado
de miedo de acabar mi mal muriendo!
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