sábado, 8 de septiembre de 2012

AL HOMBRE TAMBIÉN LLEGA LA ETERNIDAD

Ruinas de Volúbilis, cerca de Meknés.

Hasta el silencio llega el fin de las cosas,
sea flor al instante marchita, sea astro
condenado al mismo camino diario,
eterno: nadie escucha el ruido de su
viaje interminable. Si fuera árbol,
diría qué paciencia bajo su sombra
siempre oscura, sólo verde a la ilusión
de los ojos. En ella enraizado, pasan
centenarios años, cambia sus hojas y forman
alfombras vegetales holladas por los senderos
caminados como si una inmensa soledad
atrayese las primeras luces del alba
que abrillanta los colores sobrios de la
noche. Si la rosa es color de pétalo,
obedece a la luz. Pone llama en su breve
existencia, para morir nace, y la hace
bella, deseada, frágil, suave y encanto
por fuera. Por dentro, sólo sabe ser rosa
sin darse cuenta de ello, pálida pulida.

Al hombre y sus cosas también llega
la eternidad. Primero, el ocaso, después,
el tránsito oscuro, al final, el silencio,
la soledad, la memoria borrosa que dura
lo que sus allegados: el tiempo en el que
se pueda leer su nombre en negra lápida
de feas letras doradas, como si el sueño
necesitase inventado color. Morir es
una vanidad obligada. Porque, desde el pretil
del puente de piedra duradera, he pensado,
casi diariamente, esa nueva forma de existir
a contemplar bajo la sombra del aliso,
el único sol esplendente hallado al final
del camino de los cipreses, frente al único
abeto que aparece como prior claustral.
¡Tantos años de vida y qué desconocida es
la muerte! Con ella, sin embargo, más
años viviremos que con este cuerpo,
deteriorado o no, que nos acompañará
hasta que el último hálito sea una brisa que
nunca sabremos si ha llegado hasta el lugar
en el que la muerte se acerca al cuerpo
y se queda con él como si fuese más tesoro
que nosotros mismos percibíamos.

Mas la vida bulle, por ella se lucha:
ignoramos casi todo de ella, pero, por ella
he aprendido esta mañana que el daño de ayer
me dura y que si veo aquella palmera, volcadas
sus ramas al suelo, escueta y seca, es porque
mi vida, yo, estoy acabando de escribir,
apoyado en el pretil del puente, este oscuro
silencio que se hace azul si vuelvo mi cabeza
al agitado mar sito a mi espalda terrena.

Águilas, 27 agosto 2012
José Luis Molina Martínez

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