jueves, 27 de septiembre de 2012

LLUVIA DE AGOSTO



Almendros (Rosique, hacia 1970)
 Ha llovido una cálida agua cencellada
sobre el maldito agosto de la agitación
febril, sin sentido, desaforada. Nada
se acaba, nada concluye de seguido,
sino en una destrucción lenta, como si
un arado tirado por bueyes roturase
tierras abruptas de la ladera montañosa.
En ellas, el verdor es un oasis inédito
Junto a una oscura casa de labor en cuya
geografía unos pinos dan sombra
al sosiego de las palomas, al cadente son
de las alacenas en donde se esconden
los hoscos secretos familiares. Sales al
portal, con las manos tapas el reverbero
del mediodía, cuando se barbechan
las tierras secas, polvorientas, agrietadas,
y divisas un horizonte de oración blasfema
porque los tiempos cambian y las cosas
ya no son como siempre, como antes,
como se aprendieron en la niñez aciaga.
Sí, aparece una belleza como vuelo de
cigüeña, como sonido alto de alondra
perdida a la vista. Lejana, una torre voltea
una campana macilenta y su son llega
hasta la sombra de los álamos del regato.
Así es hoy. Aunque, para paisaje, el del
cuerpo, piensa el caminante musitando
un sueño de amor carnal que arranque
gritos de sangre, de la desesperación
habitada en los párpados pegajosos.
Talmente florecen los caminos. Nos
conducen a una edad ya tardía, a un
futuro que ya no es porque hoy es ya
mañana y las horas son pasado a cada
segundo. Ya se fue agosto. Hasta el agua
es más gloriosa en este sosiego tibio,
como el hueco del halda de una madre,
del septiembre que aún arderá a la
hora del sestero, a la de tercia sin brisa.

José Luis Molina Martínez
Calabardina, 6 septiembre 2012

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