miércoles, 3 de agosto de 2011

70 AÑOS DE POESÍA EN CUENCA (y último)


He repasado los libros de poesía que compré en Cuenca, LLÁMALO VIAJE (1977-2008) y ruego a mis seguidores que entren en otro blog LA CALLE TRANQUILA para evitarme la repetición de opiniones y decir que este poemario (antología) no me interesa nada, es más, me niego a poner ejemplo. No es que sea mala poesía, Dios me libre, sino que no es de mi interés, sólo eso. FIESTA EN LA OSCURIDAD es de Diego Jesús Jiménez, poeta de más altos vuelos, al menos de más experiencia barroca. Como es un libro de 1976, lo considero ya en otro orden de cosas poéticas, por lo que, igualmente, me lo quito de en medio. Si les interesan ambos, en casa están.


LXV
Campanario mozárabe, esbelto campanario,

blanco, alegre y pueril, de las Monjas Angélicas,
cuyas claras campanas teñían el Rosario,
como un coro de voces asexuales y célticas.


Campanario que tienes una aguda espadaña
y macetas de flores fragantes en abril;
campanario castizo, campanario de España,
¡hay en ti un cierto encanto tan mágico y sutil!...


¿Sabes algo del alma de las dulces novicias
que están presas y solas en el triste convento,
cantando los MAitines, los Laudes, las Completas?


¿Sabes de aquella Carmen que hacía mis delicias
cuando yo era un chiquillo loco de sentimiento
y ella moraba en una de estas callejas quietas?

(Andrés González Blanco, 1888-1924). De Poemas de provincias)


PUENTE ROMANO
Robusto abrazo de imperial mesura.

Ruta de historia dominando el río:
símbolo capital del poderío
de Roma eterna en voz y arquitectura.


Exacta luz y meditada altura
en prodigio de tierra y albedrío.
Contorno y planta y vértice y vacío
en vuelo audaz y trabazón segura.


Miño dorado, en ansia fronteriza,
la piedra en bucles de sus aguas riza
que bebe perlas y descubre frondas;


y en el dormido atardecer, parece
que, empinado en el cauce, crece y crece
como un emperador sobre las ondas.

(José Rúis, Tarancón, 1892)


JURO LLUVIA
Sentirlo no lo sé;
pero quisiera dar a cada uno
su sonrisa.
Pagarle con miradas
directas de la sangre.
O salpicarle con esa poca lluvia
que heredamos aquel día
en que un terco padre
se empeñó en usarla para limpiar cristales.
Nadie como yo
en verdaderas granjas
(no lo ocultaré más)
fui entregando el cuerpo,
poco a poco; pero en feroz resolución.
Entrega digo,
al clamor de la lluvia.
¿Por qué no dar a cada uno lo que le corresponde?
Yo: Raúl
Torres
he sido amante de la lluvia.

(Raúl Torres, 1932)


Cuenca: un abrazo de un corazón amigo.


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