Cuando el ángel del licor oscuro se hace óvalo azul, la poesía parece el pan del desterrado. Te invito al banquete a sabiendas de que es sólo un festín de palabras y sentimientos más o menos ocultados, alguna vez exteriorizados, siempre íntimos.
martes, 16 de agosto de 2011
GIACOMO LEOPARDI
Canto XXI
A Silvia
¿Recuerdas todavía,
Silvia, aquel tiempo de tu vida, cuando
brillaba la belleza
en tus ojos rientes, fugitivos,
y alegre y pensativa,
los umbrales de juventud cruzabas?
Sonaban las tranquilas
estancias, y las calles,
con tu perpetuo canto,
cuando al trabajo femenil atenta
te sentabas, alegre
del bello porvenir que imaginabas.
Era el mayo oloroso; y tú solías
transcurrir así el tiempo.
Yo el agradable estudio
dejando a veces, y las arduas páginas,
donde mi edad primera
y lo mejor de mí se agotó en parte,
en los balcones del paterno albergue
de tu voz escuchaba el dulce acento
y el rumor de tu mano
que la penosa tela recorría.
Miraba el suave cielo,
los huertos y las sendas.
aquí el mar desde lejos y allá el monte.
Lengua mortal no puede
decir lo que sentía.
¡Qué pensamientos suaves,
qué dulces ilusiones, Silvia mía!
¡Cómo se nos mostraba
la vida y el destino!
Cuando me acuerdo de esperanza tanta,
sin embargo un sentimiento
amargo y desolado,
y me vuelve a doler mi desventura.
¿Por qué, ¡oh Naturaleza!,
no entregas todo aquello
que prometiste entonces? ¿Por qué tanto
engañas a tus hijos?
Antes que invierno el campo marchitase,
por oculta dolencia combatida,
morías, tierno amor. Y no pudiste
ver la flor de tus años;
no acarició tu pecho
dulces elogios a tu negro pelo
o miradas esquivas y amorosas,
ni en los días de fiesta tus amigas
de amor contigo hablaban.
También moría entonces
mi esperanza dulcísima; a mi vida
también negó el destino
la juventud. ¡Ay, cómo
cómo pasaste, amada
compañera de mis primeros años,
mi llorada esperanza!
¿Es este el mismo mundo,
estas las obras, el amor y aquellos
sucesos de que juntos tanto hablamos?
¿Esta la suerte de la humana gente?
Al llegar la verdad,
tú, mísera, caíste, y con la mano
la fría muerte y la desnuda tumba
de lejos señalabas.
(Giacomo Leopardi, Cantos. Introducción, traducción en verso y notas de Diego Navarro, Barcelona, Planeta, 1983).
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