viernes, 26 de octubre de 2012

HORAS MENORES


Antes de que el olvido se cobije
en un viejo nido de pájaros negros,
el aura susurra otros sones cuyo color
parece dulce amanecer de un día
célebre, quizá porque todo iba como
miel sobre hojuelas, hasta el límite
lejano del umbral sonoro de la dicha.

La hora Prima inicia el vano vaivén
del mar, en otoño, cuando las barcas
pesqueras semejan acuarelas salobres
en la quietud de un marco idílico
de azul cambiante frente a la sombra
de la palmera de la playa de las gavinas. 

Las campanas de la torre de la abadía
cercana, donde anidan las palomas
de pinturas alegres bajo las alas, rompen
el candor de la hora Tercia, cuando el canto
del Ángelus es una bendición celeste.
Baja el ángel de la buena nueva y el sol
aprieta incluso en el final de este octubre
que lleva lluvia sobre la magnificencia
de esta Cala oculta ahora en el silencio.

San Jerónimo escribiendo
En ocasiones, se señala terrible la hora
Sexta, la de los salmos penitenciales,

la de la muerte que rasga el velo morado:
escondía el tabernáculo a los ojos impíos.
Pero únicamente es un camino de cruces
dormidas a la orilla de los sueños vulnerados,
mientras el amor era muerte con el daño
que conlleva: los negros mantos cubren
los rostros llenos de lágrimas amargas,
el exilio al sepulcro borra la imagen
de los felices días con el Amado.
Los pétalos con que perfumar el aliento
de la muerte predica la caducidad
del tiempo concedido. Aquí se inicia
el sendero que conduce al alma eterna
unida al Dios de nuestros padres hasta
el refugio perenne, hasta el sueño dorado.

Foro Romano




Cae la tarde a la de Nona. Anuncia el oscuro
crepúsculo la momentánea desaparición
de todo ápice de vida natural. Hasta que
el sol último acude a ignota región
desde el monte fúlgido que la oculta
y entonces la tiniebla es otra forma de vida.
El rosario de rosas reduce el ruego arrebolado.
Cada misterio, hoy, es un gozo.
El espíritu enciende las velas que penden
del fervor aciago de la fe sarcófaga.
Hasta que los párpados se abaten y ocultan
la mirada aún rigurosa y queda el cuerpo
en la quietud de la bondad tan bella.

Guido Reni: Mujer leyendo.
El alma, entonces, libre, musita suaves
soliloquios místicos, deliquios débiles,
los que nunca hallamos en las manos
cuando el cuerpo regresa de su retiro
claustral. Si estoy en soledad es
por si esto fuese de nuevo a cualquier
hora menor, mientras otro día sucede
al anterior y así eternamente. Si tal
ocurriera, merecería la pena este
destierro: apartados de la casa del Padre,
hemos sufrido, estamos padeciendo,
hasta el alba del día sin tiempo.

Claustro de San Juan de Duero (Soria)


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 24/25 octubre 2012.








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