martes, 23 de octubre de 2012

PIEDRA SOBRE PIEDRA

Caño de la Cárcel y Pósito de la ciudad sobre 1950
Piedras son sobre lo que se apoyan
los edificios notables. Piedra sobre
piedra. Por eso, han llegado hasta hoy,
incólumes. Parecen lo inamovible.
Y no dejan de ser huellas del pasado,
secuencia de lo fugaz de sus dueños
antiguos. Hicieron eterno lo que era
asilo temporal de la vida. Sobre sus
sueños, el pasado de enredaderas 
verdes, hoy hojas secas llevadas por el
aura a las inmediaciones del prado.
La perspectiva del hombre obedece
a una estricta y metódica lógica
medieval dirigida hacia Dios.
Las pobres cosas de hoy, sin base,
caducan con la vida del dueño.
Por eso, el mar, en la Cala, es más bello
en los días soleados que depara octubre,
siempre al comienzo del otoño
-membrillos, castañas, bellotas, nísperos-.
Ahora, las nueces vienen envasadas
y llegan de Dios sabe dónde, dicen que
de California. Quizá sea así. Pero no son
como aquellas de Silos que gustamos
en el viaje con Eralucana. Saben estas,
quizá,
a oración matinal,
a vivencia profunda,
a meditación interior,
a claustro donde los pájaros son cosa
de Dios. 
Cogerlas del árbol de copa generosa,
al amanecer, fue vivencia sentida.
Nogales no he visto jamás por el Sureste.
Tampoco hay mar en Castilla. Ellos
saben que el mar también es suyo y
las nueces castellanas son en el abacero.
Como las naranjas, los dátiles, las chirimoyas
en el colmado. Eso enriquece el alma
olvidada, sustituida por lo fugaz,
por el consumo inmediato. De ahí procede
la herrumbre. La madurez de las piedras
hablan de la eternidad a la que caminamos
como los ríos -ramblizos- que llegan
a la Cala, tras la lluvia desatada.
Después, el agua es pacífica.

Arco de San Patricio y calle de la Cava
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 17 octubre 2012

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