jueves, 18 de octubre de 2012

HÁBLAME DEL MAR, MARINERO DEL OTOÑO

ART NOUVEAU. MEMORY JAR. 1919.
Alivio austero parece el sendero marino.
Su ritmo cíclico hace esperar alteraciones
acompasadas, y, ante su furia, admiración
y serena mirada. Si no te acercas, no te
salpica el agua la camiseta de otoño.
Su sordo ruido no es melódico, ni a su canción,
de serlo, acompaña letra romántica: dicen
que el barco navega enamorado del mar.
El mar no une. El mar es el recinto inestable
de lo que fluye. Acapara silencio que, más
tarde, grita rufianescamente. Escupe
de sus entrañas cuanto le sobra después
de que le lleguen los desechos de la tierra
ahita de agua y miseria traicionera.
Y, a la mañana, la playa es la degeneración
hostil por las algas aparcadas en su arena
violada por los murmullos de las gaviotas.
Y por el arrastre que le llega y viola.
Pero, puedes vivir en su contemplación
a la orilla del viento que se cuela por la
soledad del paseo a hora temprana.
Nadie se zambulle en la sensación fresca
de sus vaivenes. Nadie busca el sol. Muchas
veces queda oculto por la nube que trae
el agua anunciada por la cabañuela.
Diciembre será lluvioso. Para mí, ausencia.
Nada más arduo que sufrir la ruina 
de las músicas marineras: buscando
sirenas nuevas, que le canten al pasar.
Si te acompaña el bramido del golpetazo
de la ola, al quedar dormido, la paz se
sepulta en la oscuridad sin destello.
Allí es otra vida que parece la misma,
la de todos los días escasamente solemnes.
El mar prosigue en su trabajo y las olas
acuden hasta la altura del embarcadero.
Y las barcas sobre la mar se balancean
azotadas por la rigidez de la ventolera.

Barca entrando por la bocana del puerto (Águilas) Foto: J.L.M.


José Luis Molina Martínez
Calabardina, 14 octubre 2012.

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