miércoles, 11 de julio de 2012

HE CONTADO SU MAL LLORANDO EL MÍO (Francisco de la Torre)

María Magdalena. Josefa de Óbigos


Algo que no es vulnerable ocupa un espacio
interior cuyo silencio sincera imágenes y
símbolos dignos de la palabra oscura. Vuelve,
regresa la sombra del cardomomo a herir
la luz agreste, la brisa de oriente, el sueño
del color anidado en la feble potestad de hacerse
poderosa flor, hasta que el nuncio vocifere
su propuesta como ensalmo, mientras los clarines
despojan de su limbo a cuantos asoman por el
horizonte donde se avienen sedosas nubes
y aladas aves que las sobrevuelan y se pierden
en su espesura como si de pan candeal se tratase.

No renuncian los cipreses a ser refugio canoro,
ni la tarde a envolverse bajo sus ramas sarmentosas,
ni el color a renovarse en verde pasión, hasta llegar
a la oración angélica. Soñada mientras, despierta,
el aura del incienso escucha la levedad del claustro
tantas veces recorrido con cautos pasos reverentes
para no herir el descanso secular de los monstruos
de las gárgolas que llenan de soledad las paredes
monacales, los cabildos catedrales: los sochantres
entonan con gravedad ilustre la última hora.

Rebosa el atrio de cuidado césped:
es un prado sin ponzoñosas sierpes,
bendecido por la estancia descalza
de la Mujer Divina, señalado por la
acetra, espejo en reverbero,
agraciado con la sonrisa de las
adolescentes que acercan flores esotéricas
al altar pétreo cautivo del pozo que refleja
estrellas silentes las noche de luna pura,
pulchra ella, con sus pies acostumbrados
a las asechanzas de la facción rebelde.

Loa árboles ignoran su escondida
fronda tras los muros del campo-
santo adosado al oratorio enhiesto
en el rincón celeste de esta tierra
malhadada. Aquí las lápidas de las
sepulcros: los llegados por la voluntad
de los habitantes de los cielos señalan
el final del tiempo. Después, la libertad.

Desconozco cuánto más durará
el ocaso verdoso del templo.
Si lo hace más que el humo
del incienso, el reposo será
eterno, que es como rezar
el Magnificat y desear que
las estatuas de las fachadas
eclesiales se acerquen al prado,
convocadas por el ángel
del oboe, para aceptar su lugar
en la sinfonía verídica de aquella
vida, desconocida en su esencia,
más allá de la adoración y el derecho
conocimiento y contemplación.
Toda un ansia armoniosa.




Calabardina, 10 julio 2012
José Luis Molina Martínez

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