lunes, 10 de enero de 2011

AL SOSIEGO MEDITERRÁNEO DE LA CALA









Desde aquí, desde el dolor pasado,
desde el balcón de mi silencio,
se extiende un azul que se sumerge
en su belleza y profundiza el tono añil
en gama marinero hasta lo eterno.

Inúndanse los ojos de horizonte,
pura forma rectilínea,
redonda geometría la playa o concha
donde el manso mar se recrea
en su azul y en su silencio oculto
y movimiento osado.

A lo lejos, un islote se divisa
que azota con lo blanco de su azul
tan esplendente
como el cielo que lo cela
y lo descubre a un tiempo mismo
y de atrayente modo.

Canción de lo inmenso,
del abisal acopio de oscura llama
y sutil misterio en la ciudad
triste y sumergida,
de música modosa revestida,
y en blanco movimiento
acunada, oscilante,
la amplitud mediterránea
retirada del lebeche,
aislada de la vida,
magnifica su ansia virginal.
Más fría que el calor de la mirada
que lo sueña desde aquí,
que se solaza y copiar quiere
su eterna mansedumbre,
su sereno silencio,
su soledad complaciente,
su placidez ahora,
mi turbado espíritu recrea.

Y tan sólo de ella disfrutando,
el sosiego en la mirada introduciendo,
pasar ansío el poco tiempo
que en pausado devaneo
me queda a la orilla de la vida,
de la que soy en voluntario apartamiento,
en busca del encuentro
con mi pausada escueta historia,
el viaje preparando
hacia la orilla noble del Amado.

Me alejo así de mi esencia
y del gesto acumulado en el largo
viaje emprendido cuando desnudo
en el monte me dejaron.
Y vestido ahora de graves daños
y escasos bienes adquiridos,
despojarme quiero de lo habido
y llenarme de lo eterno prevenido
desde siempre y lo absoluto.

Sólo ese poco necesito inaccesible.
que gastado por entrega generosa
incalculada, mi pozo seco queda
y yo, a su brocal, sediento de la altura,
del agua manadera, la palabra
que procede de la noche
e inefable desierto origina
y aridez suprema para nacer
al comienzo de la escala.

Este monte sin ladera limita
la subida y sólo adivinando
la retama asciendo
sin ninguno movimiento
a la solana de este monte
por la verdura sostenido
del matojo y mi escritura.

Sosiego clamo y no lo hallo.
Aparto velos, sueños y emociones,
de mi dentro salgo
con dañado pie mi alma sosteniendo.

Busco el mar desde este monte
encumbrado donde quedo arañado
y por viento asustado
y por aullidos de lobos
y la raposa enfurecida.
Y hasta este apartamiento doloroso
dificulta el aire encaramado
en lo alto de la cumbre que oculta
nube presurosa. Y entonces
lo vislumbro, al sestero,
cuando luz irrumpe deleitosa
y al punto desparece
y árido desierto cubre el alba
y la costumbre de ser en mi morada.

Altivos pasos suenan y, cuando
inician su arribada, se alejan
por el rastro de la luz y el viento
me cimbrea y me derriba.
Ruido impertinente trastea
el arbolado que apenas
se divisa por el altozano.

Voces quejumbrosas se suceden
imperiosas y el silencio no aparece
del Amado y mi tristura crece
y llena la agreste cavidad
de la poca espesura, del esfuerzo
y de mi frente. Y, cuando soy
más perdido y no encuentro
asidero suena el Verbo.
Y a su eco estremecido
me alienta su secreto
entendimiento incompleto.



Atento quedo a la palabra
no siempre percibida
por la grave abierta herida
que infringe
la alta altura del momento
y la extrema rapidez del son
y sentimiento.

Mas su siseo en calma envuelve
mi ánima afligida.
Y esa música sonora
de nuevo enciende el fuego
de la hoguera y huye el cierzo
con híspido blanco paso apresurado.
Y la sombría sombra se diluye
y el arbolado surge y reverdece
y los pájaros canoros silencian
los miedos de la noche y de sus flores.

En silente soledad se introduce
la palabra y se recrea con su sonido
el atento oído apercibido de su tono
y majestad de acordes y de trinos.


Y vuelve el mar a mi mirada
y arde el reverbero de la luz.
Mi casa se sosiega y la ladera
del monte aparece y el camino.
La paz mediterránea anega
la esperanza y el Amado
procura silencioso dormirme
con su voz en mi escritura.

En lo profundo del Amado
me dormí y estuve
sostenido y al vuelo de paloma
concurrí y anduve
el zureo y viví el estado
trasparente que había en la redoma.

Nadie me alejó del sueño
y, en la quietud abandonado,
en los brazo del Amado
lo tuve como dueño.

Esto me fue dado gozar instante
raudo y presuroso,
mas fue bastante.

Hasta el balcón llegó volando
el alma, mis sentidos reposando.
Y, vuelto a mi estado de abandono
de cuanto fui y soy y que le dono,
a la linde del mar estoy y la ladera
por si otra vez ventura tal hubiera.

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